La historia de las patinadoras artísticas de Concepción y su lucha contra la discriminación
Corría el 2019 cuando un grupo de 34 niñas de entre 5 y 16 años de la región del Biobío, se entusiasmaban con la idea de ser patinadoras profesionales. Habían practicado este deporte toda su vida, sin embargo, por primera vez tendrían la posibilidad de entrenar con un patinador profesional que había sido galardonado como el mejor patinador artístico de Chile. Pero lo que en un comienzo fue un sueño, rápidamente se transformó en una historia de discriminación y maltrato.
Cuando Josefa, Ignacia y Moira se enteraron de que a la ciudad iba a llegar el hombre que había sido galardonado como el mejor patinador artístico de Chile, un pensamiento, una emoción y unas expectativas incontrolables —como pasa con los sueños cuando eres una adolescente—, se instalaron en sus corazones: ahora podían llegar a ser patinadoras profesionales. Corría el año 2019, todas tenían 14 años y un talento forjado en la pista de patinaje desde los cinco.
Pero querían más. En Concepción aún no existía una rama de patinaje que ofreciese entrenamiento de alto rendimiento, y ese era el sueño. Eran 34 niñas entre 5 y 16 años que venían de la capital del Biobío, de Talcahuano, Chiguayante y Hualpén. Sus familias, al escuchar la buena noticia, invirtieron cerca de un millón de pesos para que el seleccionado nacional volara al sur una vez al mes, se hospedara, comiera y se trasladara, junto con tres otras entrenadoras y entrenadores que levantarían día a día la primera rama de patinaje artístico profesional al alero del club Deportes Concepción. En ese tiempo, recuerda Marta (52), madre de Moira, todo valía la pena. “Los resultados de nuestras hijas en los campeonatos en los ya habían participado eran muy buenos, siempre sacaban buenos lugares cuando competían. Pero hacer algo grande también implicaba una inversión. Los patines cuestan sobre $500.000, hay que cambiarles las ruedas periódicamente, igual que los autos, y además, está el vestuario especial que se confecciona y se ornamenta con cristales, los viajes, los controles médicos y mucho más. Ninguno de estos gastos tenía sentido si no se hacía de manera profesional”, cuenta hoy.
El principio de la pesadilla
El nuevo Club de Patinaje Artístico Deportes Concepción las recibió para presentar el proyecto en la pista de patinaje en lo que las deportistas llaman una “clínica”, es decir, un encuentro donde las niñas van a mostrar su talento, presentarse y ser evaluadas. Marta, madre de Moira, y Paula (50), madre de Josefa, estaban en el borde alentando, hasta que sus voces se apagaron porque vieron algo que las impactó, como esas cosas que te dejan sin voz, y sin saber bien qué hacer o qué decir.
El seleccionado había estado haciendo comentarios en tono de broma durante el entrenamiento. Marta y Paula relatan hoy que “les preguntaba a las niñas, en voz alta, cómo habían estado las sopaipillas antes de entrenar. A otra le dijo que parecía que se había comido el mundo, y al final, tomó el pliego inferior del brazo de una de las compañeras de las niñas, como mostrando ‘la grasa’ que tenía. ‘Si ustedes no entrenan duro, yo creo que de este grupo sólo dos van a llegar a un Sudamericano. Las otras no sirven’ les dijo. Fue muy triste”.
Los entrenamientos continuaron hasta que llegó la primera competencia que sería en Talcahuano. En el grupo de Whatsapp de las familias de las patinadoras y los entrenadores, el seleccionado mandó la nómina por categoría de participación para las niñas. Marta leyó atentamente para ver si Moira había quedado, y sí. “Una alegría”, pensó. Hasta que empezó a leer la conversación que se extendía hacia abajo: “Una de las compañeras no había quedado seleccionada por razones ‘estéticas de sobrepeso’. ¿Cómo?, pensé yo. Qué fuerte debe haber sido para la familia leer eso, y qué terrorífico sonaba mantener a las niñas constante presión de cánones estéticos”.
Paula agrega a ese relato que más tarde en la competencia, “una de las niñas mayores llegó con la malla dorada y brillante que habían pedido para ese día, se puso al lado de la Josefa y juntas salieron a la cancha. Pero cuando llegaron, el entrenador le dijo que cómo se le ocurría usar un vestuario así con su figura, y la mandó de vuelta a buscar una malla negra para verse más estilizada. La Josefa lo escuchó todo y después me lo contó, fue terrible”.
Óscar Saravia, psicólogo clínico y deportivo en Temuco, con Magíster en Psicología del Deporte en la Universidad de Málaga, explica que “no es cierto que si no se cumple con el ‘requisito físico’ de la delgadez, las mujeres tienen peor rendimiento. El talento puede sobrepasar ese estereotipo en todo sentido. Los condicionamientos que pone el sesgo corporal, provocan que las niñas se limiten y puedan incluso abandonar eso que primero debiese hacerlas felices antes que competitivas”.
La paradoja del deporte competitivo en la niñez
La actividad física debiera ser un factor protector para la salud mental, pero esto también va a depender de cómo se viva y cómo se signifique el deporte. Claudia Cruzat, Decana de la Escuela de Psicología de la Universidad Adolfo Ibáñez e Investigadora del Centro de Estudios de la Conducta Alimentaria -CECA/ UAI, habla sobre esta paradoja: “Cuando se empieza a practicar desde muy pequeñas, el deporte puede demostrarles a las niñas que son capaces, competentes. Es un espacio que si es bien cuidado por los adultos, puede ser un tremendo potencial, que les permita reconocer sus habilidades”, dice.
“Pero cuando el deporte se re-significa sólo como una competencia con un otro, esto se empieza a tergiversar y lo que esperábamos que les hiciese mejorar su autoestima y reconocer sus habilidades, se transforma en rabia, frustración y en una sensación de ineficacia”, continúa.
Después de esos episodios, Paula llevó a Josefa a la nutricionista para su control regular por ser deportista, pero esta vez, le pidió un certificado especial que corroborara bajo su letra que la niña estaba en el peso y estatura adecuada para su edad. “En mi familia han habido casos de trastornos de la conducta alimentaria y problemas con el peso, y yo no quería que ella se obsesionara con ser más delgada”, cuenta Paula.
“Cuando le entregué el certificado al seleccionado, le pedí que por favor cuidara las palabras que usaba. Una vez en el entrenamiento, la Josefa empezó a pedir que la sacaran de la cancha porque le dolía la pierna y él respondió que en su tiempo había participado de un Sudamericano con un esguince y había brillado. Le insistió que siguiera, hasta que mi hija se puso a llorar. Estuvo ocho meses lesionada. En una de las reuniones, él dijo que no le gustaban las mamás entrenadoras”.
Claudia Cruzat enfatiza en que la familia es y será siempre el principal factor protector de la niñez en estos lugares, pero que es importante no perpetuar la culpabilidad en las mamás ni papás cuando estas cosas pasan. “Cuando las alertas se levantan en las instituciones, colegios o actividades extra programáticas, deben propiciar que las familias sean parte de los espacios de confianza para las niñas o niños, aunque muchas veces sea difícil por la edad. Hay que tener un gancho para que se sepa lo que están viviendo”.
“Los discursos de discriminación que recibía mi hija empezaron a quedarse en su cabeza y llegó el punto en que empezó a tener ataques de pánico antes de entrar a cada clase”.
Josefa no fue la única que empezó a frecuentar las idas a la nutricionista. Moira también lo empezó a hacer, “y por suerte”, relata Marta, “porque fue gracias a la especialista que nos dimos cuenta de que algo andaba muy mal, porque antes no le habíamos tomado el peso. Mi hija se había puesto a llorar en la consulta, y la nutricionista me dijo que tenía que llevarla urgente a terapia, porque la niña tenía síntomas de depresión producto del espacio en el que se estaba desarrollando su deporte. La psicóloga me confirmó que mi hija estaba siendo maltratada, que sentía que las críticas y las burlas la hacían quedar como tonta frente a las demás, y que había empezado a creer que no había salto que hiciese bien porque nunca le comentaban nada positivo, sólo los errores”.
“A mi hija también le cortaron las alas”, dice Gloria (45). Decidió, con dolor y desconfianza, contar la historia de su hija Ignacia, después de que le preguntara si de verdad creía que ella servía para eso, después de recibir comentarios como que no iba a llegar nunca a ninguna parte por los errores en sus saltos. Gloria, entre llantos, pensaba cómo era posible que estuviese pagando para que a su hija le rompieran el corazón y la hiciesen dudar de un talento que practicaba con mucho esfuerzo y dedicación desde los seis años.
“Los discursos de discriminación por sus errores empezaron a quedarse en su cabeza”, cuenta, “llegó el punto en que empezó a tener ataques de pánico antes de entrar a cada clase. La saqué del club y la traté de inscribir en otros lugares, pero ya nada fue lo mismo. Cuando habían competencias se tenía que reencontrar con este entrenador que la había denigrado y se angustiaba mucho, hasta que un día decidió que ya no quería hacerlo más. Hoy no puede ni mirar sus patines”.
El sábado en que Josefa volvió de su lesión, fue acusada de haber subido de peso. “Mi hija no era de expresar mucho las cosas que le pasaban, pero al día siguiente se subió al auto y me dijo ‘mamá yo lo intenté, de verdad traté, pero ya no quiero volver a entrenar aquí’. Ese día habíamos visto todos un enfrentamiento en la cancha entre el entrenador y la mamá de otra de las niñas a quién le habían gritado y expulsado por caerse. Les dijeron que se fueran, que deportistas así no servían. Esa fue la gota que rebalsó el vaso”, cuenta Paula.
Se puede y se deben denunciar estos maltratos
“Muchas veces no se efectúan estas denuncias porque se normaliza el abuso y por temor a denunciar. Se piensa que no serán escuchadas o escuchados, que no se va a llegar a una sentencia, o porque las víctimas y sus familias temen sentir represalias de sus entrenadores ya que en general tienen mucha cohesión en su círculos. Pero se puede, y se debe denunciar”, explican Vanesa Capetillo y Estefanía Vera, abogadas penalistas que hoy llevan la demanda que interpuso una de las mamás por violación de la Ley 21.013 que establece penas respecto de conductas que involucren violencia o maltrato psíquico o físico en contra de menores de edad.
La denuncia está y se espera que la sentencia incluya inhabilitar al agresor de trabajar con menores de edad por tres años o por más si se decide que hay más de una víctima. En Chillán fue así: el año pasado el Juzgado de Garantía de Chillán condenó a un entrenador de la selección de Taekwondo por trato degradante a la niñez en los años 2017 y 2018. Obtuvo 180 días de presidio menor, nueve años de inhabilitación para trabajar con menores de edad y 60 días de rehabilitación para maltratados en cursos impartidos por el Servicio Nacional de Protección Especializada a la Niñez y Adolescencia.
El club de Patinadoras Artísticas Deportes Concepción cerró sus puertas en 2021 producto de esta denuncia. El establecimiento que entregó el nombre a la rama —pero no el auspicio ni la protección— emitió un comunicado para desvincularse de la contratación del entrenador, explicando que aún así, habían aplicado un protocolo, que luego la Seremi de Deportes de la región, Andrea Saldaña, desmintió en la prensa.
Es ahí donde las abogadas encuentran el problema más urgente de solucionar: no existe a nivel nacional un protocolo de prevención del maltrato y la violencia que ponga especial atención en los clubes deportivos de niñas, niños y adolescentes. El psicólogo clínico Óscar Saravia explica que en la actualidad, cada club hace lo que cree que es mejor, pero no hay un protocolo que prevenga un acto discriminatorio, siempre hay uno para actuar una vez que el daño ya está hecho”.
Este atraso va de mano de las instituciones, pero también de las y los entrenadores. “Para cambiar la cultura, quizás sería buena idea que los deportistas en vez de estar solamente acompañados por sus kinesiólogos y entrenadores en las competencias, lo estuvieran también por sus psicólogos, como espacio de protección básico en la cancha”, propone Óscar. Y Cruzat agrega: “hemos avanzado, pero aún sigue siendo una tremenda paradoja lo que puede pasar con la actividad física. Una espera que una hija o un hijo tenga un desarrollo positivo, pero hay casos en que se transforma en todo lo contrario”.
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