Que sólo en el último mes más de 14 mil niños y niñas hayan ingresado a los programas de protección de Mejor Niñez es sin duda difícil de digerir, pues nos enfrenta a una de las realidades quizás más dolorosas e injustas: la vulneración de derechos en la infancia y la adolescencia.
Pero acotar la vulneración de derechos en la niñez exclusivamente al ingreso al sistema de protección es querer tapar el sol con un dedo. Este número sólo representa las alertas que ha podido levantar el sistema, generalmente en los sectores más vulnerables, frente a situaciones complejas como negligencia, violencia física, abandono y abuso. La verdad, sin embargo, es que hay una violencia silenciada y transversal que no distingue nivel socioeconómico.
Algunos estudios de la última década nos han ayudado a aproximarnos a una versión un poco más cercana a la realidad del maltrato en la niñez, como la Encuesta Longitudinal de Primera Infancia (ELPI), que nos enfrenta a un escenario estremecedor. De acuerdo a su reporte de 2017, tan sólo el 31.7% de los niños mayores de 5 años en Chile no recibe disciplina en forma violenta.
Esto lo declararon sus propios cuidadores (padre, madre u otro) y coincide con lo reportado por la Unicef ya en 2012, cuando tomando la otra cara de la moneda entrevistó a los niños y niñas, concluyendo que el 71% de ellos recibía violencia psicológica o física. Gritos, insultos, palmadas y cachetadas son sus formas más frecuentes, pero también existen las palizas y golpes con objetos. Pareciera ser que de alguna manera el maltrato psicológico y los castigos físicos están tácitamente validados como un método de crianza y disciplina aceptables.
Así, la violencia contra niños y niñas se da principalmente al interior de sus hogares, el lugar donde debieran sentirse más queridos y protegidos. Los daños que esto genera en ellos son inconmensurables, en especial cuando se dan en los primeros años de vida, incluyendo el período de gestación. La cronicidad de sus efectos es una realidad, tanto así que se han evidenciado afecciones en el desarrollo de la estructura cerebral. Un niño o niña sometido a los altos niveles de estrés causados por el maltrato en los primeros cinco años de vida sufre daños que lo acompañarán para siempre. Toda reparación se hace insuficiente.
Llegar a tiempo, entonces, no es después de que un niño ha sido víctima, si no antes. Para esto, es necesario realizar cambios culturales que permitan dejar de normalizar el maltrato contra los niños, acompañado de políticas de apoyo al cuidado infantil que faciliten a madres, padres y otros recibir la psicoeducación y orientación necesaria a tiempo, contar con dispositivos de salud mental para ellos, acceso a salas cunas y educación preescolar de calidad que acompañen a las familias en este período crítico vital, además de un sistema que levante las alertas de maltrato en sus distintas expresiones de manera transversal y no sólo en los sectores de mayor vulnerabilidad socioeconómica.
En este sentido, es importante que nos sumemos como sociedad a la causa de la erradicación de la violencia en contra de los niños y niñas. Precisamente en esta semana, que se celebra el Día Internacional para la Prevención del Maltrato Infantil, se está desarrollando la campaña #CuidemoslaInfancia, una iniciativa de sensibilización, concientización y orientación dirigida a los adultos, particularmente a aquellos que están al cuidado de los niños/as, y que congrega a más de 100 organizaciones, con un sólo fin, eliminar la violencia infantil. Nadie puede quedarse fuera.