La importancia de una educación sexual temprana: “Los estudiantes tienen información sobre sexualidad mucho antes de la enseñanza media. Llegar en primero medio, es llegar tarde”
En enero del año pasado se estrenó en Netflix la serie británica Sex education. La primera escena parte así: un adolescente se despierta y antes de salir de su pieza toma una caja de pañuelos desechables, saca algunos, los unta con un gel lubricante y los deja entre las sábanas junto a una revista porno. Su intención es que cuando su madre –una terapeuta sexual que vive su sexualidad con una naturalidad pasmosa– lo encuentre sepa que él también se enfrenta al sexo de manera normal y que se masturba habitualmente, como cualquier chico de su edad. Pero la verdad tras esa escena es que este adolescente, que creció en un hogar rodeado de consoladores y charlas sobre sexo que escuchaba detrás de la puerta de la consulta, se siente presionado a ser una persona tan sexual como su madre y esa presión no le permite tener un orgasmo, masturbarse, ni menos tener sexo con alguna chica.
Aun así, entiende la teoría de los mecanismos sobre las relaciones sentimentales y sexuales, y los usa para montar una consulta de terapia sexual clandestina dentro del colegio. La serie explora la sexualidad adolescente sin tabúes y con ingenio y positividad, cuestión que ha sido alabada porque es precisamente en esa etapa de la vida que el sexo suele ser el eje central de las relaciones. Aquí se muestran las primeras experiencias con humor, entregando el mensaje de que el sexo es un acto sano y divertido y que es normal que muchas veces –y sobre todo las primeras– no resulte como lo esperamos.
En Sex education todas las alumnas y alumnos tienen dudas, desde el más tímido al más popular, y se pone de manifiesto que muchas de esas dudas tienen que ver con que el despertar sexual suele estar contaminado por la pornografía y los idílicos revolcones de Hollywood, una noción muy alejada de la realidad. Da cuenta de la relevancia de la educación sexual, pero de una educación que no solo enseñe a prevenir el embarazo y las enfermedades de transmisión sexual, sino que también evite la visión sexista, discriminadora, heteronormativa e insistentemente masculina a la que estábamos acostumbrados en las clásicas series de sexo adolescente.
Este es también el objetivo del Proyecto de Ley de Educación Sexual Integral (ESI), que se rechazó hace tres días en el Congreso y que buscaba modificar el hecho de que la educación sexual sea solo obligatoria desde primero medio con un enfoque únicamente de salud y biológico. La idea no es solamente adelantar la edad a preescolar, sino también impartir educación en sexualidad, afectividad y género en todos los niveles educativos para así tratar de impedir la discriminación de género, el abuso, el maltrato y la violencia.
Hasta hoy en Chile no existe una ley de educación sexual. En 2010, en medio de la discusión sobre la píldora del día después, se promulgó la Ley 20.418, que fija normas sobre información, orientación y prestaciones en materia de regulación de la fertilidad. En su artículo 1 se establece que todos los colegios tienen la obligación de entregar información científicamente veraz, acorde a la edad y sin sesgo para todos los estudiantes desde el primer año de educación media, con tres objetivos puntuales: reducir las infecciones de transmisión sexual (ITS), los abusos sexuales y el embarazo adolescente. Pablo Astudillo, académico del Programa de Investigación en Género y Diversidad Sexual de la UAH, explica que esta ley en primer lugar mandata al sistema de salud, que es el que tiene que proveer esa información, y en un segundo artículo le transfiere responsabilidad a las escuelas, que tienen que incluir dentro de la enseñanza media un programa de educación sexual.
Para eso, el Ministerio de Educación validó siete programas de educación a los que los colegios pueden acceder con presupuesto público y se estableció un panel de expertos que definió cuáles cumplían con la calidad necesaria para contar con el sello ministerial. “El punto es que para ser consistente con el principio de libertad de enseñanza que existe en la Constitución se establece que las escuelas tienen que organizar su programa conforme con sus principios y valores, y de alguna manera eso es lo que permite vincularlo al proyecto educativo de cada colegio y a las creencias que pudieran estar representadas por los padres y apoderados”, aclara Astudillo.
Tomás Ojeda, psicólogo y estudiante de Doctorado en Género en la London School of Economics & Political Science, explica que “esta fue una propuesta de tipo ideológica que va muy en la línea de cómo se entiende la educación en Chile, donde se le deja total libertad a los establecimientos educacionales para que elijan un proyecto educativo, lo que de cierta manera demuestra también una forma de ver la educación sexual y el rol del Estado”.
Es por eso que Astudillo destaca la relevancia del proyecto ESI. “El año pasado, cuando empezó a discutirse la ley –que pasó a un segundo plano por el estallido social–, uno de los primeros cambios que se conversaron fue la necesidad de adelantar la edad en que se imparte la educación sexual, ya que hay una constatación de que los estudiantes tienen información sobre sexualidad mucho antes de la enseñanza media. Llegar en primero medio, es llegar tarde”, dice.
La sexualidad no es solo el acto sexual
Según varios expertos, la educación sexual en Chile actualmente se reduce a preparar a la persona para su primer coito. Astudillo afirma que “hacia donde deberíamos ir es a considerar la educación desde un punto de vista más amplio, en el que se recupere el sentido original de la educación, que es establecer ciertas prácticas que acerquen a cualquier persona a un ideal de sujeto determinado. Lo que se trata de hacer con un proyecto de educación sexual integral es que ese sujeto tenga ciertas características, es decir, alguien que no es solo responsable de su propio cuerpo y autónomo en la toma de decisiones, sino que también es consciente de las desigualdades en materia de género, por tanto puede comprender la violencia y alguien que va a entender la sexualidad a partir del consentimiento y no de la mera prevención”.
Por eso es importante la edad. Pablo Astudillo cuenta que respecto de este punto ha habido históricamente un debate muy contencioso, donde se ha priorizado el dejar estos contenidos a los ciclos más terminales de la educación escolar; es decir, reservarlo para la pubertad y adolescencia por el foco salubrista y preventivo de los programas. “La idea de adelantar la edad ha generado mucha resistencia porque se ha instalado la creencia de que con ello los alumnos se van a sexualizar prematuramente, noción que parte de la base de que los menores son seres asexuados. Y eso no es así, porque la sexualidad no es solo el coito”, explica.
Para Tomás Ojeda es clave llegar con información necesaria para la vida de las niñas, niños y adolescentes en los momentos en que las situaciones de riesgo que la educación sexual pretende prevenir ya están ocurriendo. “No es algo desconocido que las y los jóvenes se inician sexualmente en la etapa escolar. Si bien las últimas encuestas arrojan que los 16 o 17 años sería el promedio de iniciación sexual en Chile, lo cierto es que experiencias de tipo románticas, sexoafectivas o incluso de actividad sexual que no son el coito ocurren desde mucho antes y en ocasiones asociadas a experiencias de violencia”, dice.
“Hay evidencia de sobra de que la educación sexual es un tremendo factor protector y al mismo tiempo un tremendo factor de riesgo, porque la ausencia del Estado, de las escuelas y de las familias frente a esta temática hace que necesariamente las y los estudiantes recurran a fuentes de información a través de internet o de sus pares, muchas veces de hermanos o hermanas o cercanos que no siempre van a poder ofrecer la información que uno quisiera que tuviesen”, aclara Tomás. “Por esto, si las escuelas y familias tienen la oportunidad de poder ejercer cierto control respecto al tipo de información que se facilita y de las conversaciones que queremos que ocurran, es una oportunidad que hay que tomar”, agrega.
Según Ojeda, esto pasa porque entra en juego el adultocentrismo, ya que son las y los adultos los que muestran su posición respecto de qué significa hablar sobre sexualidad, género y relaciones afectivas en edades tempranas. “Lo que un adulto entiende por sexo, género, relaciones humanas y cuerpo no es lo mismo que entiende una niña o un niño”, añade Ojeda. Lo que se pretende al adelantar la educación sexual es permitirles a las niñas y niños, desde muy pequeños, valorar y reconocer formas de vincularse con un otro.
Vinka Jackson, psicóloga y escritora que se ha especializado en ética del cuidado y prevención del abuso sexual infantil, afirma que la madre de las batallas y el horizonte más potente es el consentimiento. “El camino de preparación para la vida adulta es el más largo y uno donde el autocuidado y el cuidado de los otros se aprende en años, con palabras, actos, ensayos que incluyen al cuerpo y las emociones. La educación sexual comprensiva –sexualidad, afectividad, relaciones humanas, ciudadanía o convivencia– es una formación para el autocuidado y el consentimiento”.
Es por esto que según Jackson cada familia debe partir enseñándola en formas de interacción que incluyen cuidado, amor por el vivir, respeto, ejercicio de pequeñas preferencias y establecimiento de límites. “Todo esto se trabaja con el texto Mi cuerpo es un regalo, que ha entregado la Junji en muchos jardines desde el 2013. Lamentablemente se han generado muchas trincheras a causa del adultocentrismo. En educación sexual se ha politizado el debate desde miradas y agendas políticas de grupos tanto conservadores como progresistas y pasa a segundo plano lo más importante, que es educar”.
Inclusión, aún en pañales
Se suele pensar que las personas gay, lesbianas y trans solo existen cuando son adultas y se olvida que el descubrirse y afirmar una identidad sexual es algo que acontece cuando somos pequeños. “Identificar esto ha obligado a las escuelas a tomar pasos activos para generar ambientes seguros y protegidos para estos estudiantes. Pero aun están llegando tarde, porque aparecen de manera reactiva cuando ya hay situaciones de bullying o violencia”, explica Ojeda, quien añade que el Estado no se ha hecho cargo de manera activa.
Las generaciones jóvenes están sociabilizadas en un mundo distinto, donde se habla más y se muestran más modelos alternativos de sexualidad, pero en las escuelas no se hace lo suficiente porque, por ejemplo, en la hora de educación sexual o de orientación se habla de diversidad sexual, sin embargo, en el currículum del plan de lectura no hay personas homosexuales o trans.
Rocío Faúndez, jefa de Desarrollo de Contenidos de Todo Mejora, dice que “el bullying y la violencia va traduciéndose en un deterioro sistemático de la salud mental de estas chi- cas y chicos, que puede llevarlos incluso a conductas suicidas. En este contexto, una educación sexual integral puede ser una herramienta para que estén más seguros, ya que se va creando un entorno más respetuoso de la diferencia”.
Faúndez agrega que hay un trabajo importante que hacer con los padres y también en la escuela, y asegura que “la niñez trans es hoy el gran tema, porque tienen que hacer algo y no saben qué. Por ejemplo, muchas escuelas aún creen que tienen que construir más baños, para niños, para niñas y para los trans, cuestión que perpetúa la discriminación”.
Y esto pasa porque al no existir una ley que entregue directrices generales, los colegios hacen esfuerzos genuinos, pero desde la informalidad. Rocío concluye que “mientras sigamos dejando que cada colegio piense cómo incluir, se avanza poco. La única manera de generar un cambio a nivel generacional es que todos los contenidos del programa educativo refuercen la idea de la inclusión, porque se dice que las chicas y chicos vienen con un chip distinto, pero seguimos viendo bullying”.
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