El 20 de diciembre, un día después de la segunda vuelta de las elecciones presidenciales, la plataforma de análisis electoral Decide Chile –parte de la empresa de big data, Unholster–, dio a conocer una estimación a partir de los datos entregados por el Servel respecto a cómo habían votado los y las chilenas.
Para el análisis estadístico, fueron dos las variables fundamentales; los resultados por mesa y la composición de tal, esto último obtenido por el padrón electoral. Con eso, y considerando por supuesto que el voto es secreto y que la participación exacta por género y edad se sabrá cuando el Servel realice su análisis a las actas de votación, fueron capaces, mediante un modelo en base a algoritmos, de determinar a través de las 46.000 mesas y sus respectivas composiciones variables, quiénes votaron y por quién. El desglose develó por un lado que la tasa de participación había aumentado entre la primera y la segunda vuelta; por otro, que fueron más mujeres que hombres las que votaron tanto en primera vuelta como en segunda –fenómeno que no es nuevo ni tampoco exclusivo de la realidad local, y que en Chile se ha dado en todas las elecciones desde la vuelta a la democracia–; y, entre otras cosas, que fue un segmento en particular el que aumentó de manera notoria su participación. El de las mujeres menores de 30 años. Y es que un 53% de ellas votó en la primera vuelta, versus un 63% para la segunda.
“Es ese el dato que llama mayormente la atención, porque ahí en ese segmento juvenil hay una proporción muy alta de mujeres que nunca había votado. No ocurre lo mismo en el grupo etario que va de los 30 a los 50 años, que también aumentó su participación, pero que ya muchas de ellas habían votado antes”, postula el director de DataScience de Unholster y cofundador de Decide Chile, Cristóbal Huneeus. Y es que los resultados demostraron que la participación subió tanto en hombres como en mujeres, aunque haya sido el voto femenino –y en particular el voto femenino joven– el que marcó la diferencia; Si en la primera vuelta votó un 53% de las mujeres menores de 30 y un 58% de las que tienen entre 30 y 50, ambas cifras aumentaron en 10 puntos para la segunda. En ese primer segmento, un 68% respaldó al presidente electo, Gabriel Boric.
“Siempre, o al menos desde la vuelta a la democracia, han votado más mujeres que hombres. Y es que tanto en Chile como en otros países, las mujeres tienden a participar más en la política. Lo que pasa es que en este caso esa tendencia se acentuó por la naturaleza de las campañas de los candidatos. Por un lado teníamos a un comando que incorporó a Izkia Siches como un par –de hecho, no recuerdo una segunda vuelta en la que el o la jefe de campaña haya salido a hacer campaña por el país y haya tenido ese poder de convocatoria. El símil puede ser con Soledad Alvear (DC) para las elecciones de 1999, pero no fue tanto el impacto– y, por otro lado, un candidato que amenazó con fusionar el Ministerio de la Mujer y que presentó una serie de discriminaciones hacia mujeres que no estaban dentro del rol tradicional. Esas cosas tienen un impacto, y le dieron mayor consistencia al discurso de Boric”, explica Huneeus. “El voto femenino, en ese sentido, está defendiendo lo que le ha costado tanto ganar. Es distinto al voto masculino; es un voto con intención que protege los avances y los logros obtenidos porque sabe que esos logros están constantemente bajo amenaza. En este caso en particular, la ciudadanía entera se movilizó, porque tanto hombres como mujeres respaldaron la agenda de género, pero las mujeres sintieron que su voto hacía la diferencia. Era una elección más relevante para ellas y tenían la capacidad, si se organizaban, de darla vuelta”.
¿Tiene el voto femenino organizado la capacidad de revertir los resultados proyectados? ¿En qué radica su importancia y qué se hace para retener y potenciar este voto de acá a futuro, en los próximos procesos electorales? Acá la visión de especialistas.
Valentina Rosas, cientista política y subdirectora de la plataforma de diálogo ciudadano, Tenemos que Hablar de Chile, postula que el voto femenino siempre ha sido relevante, al menos desde que se ha transparentado el padrón electoral. Y es que desde la vuelta a la democracia, la tasa de participación femenina siempre ha superado la masculina en los distintos eventos electorales, independiente del ciclo político, de la contingencia y de la presencia mayormente consolidada o no de la Iglesia Católica. “Se estima que en una elección, sobre todo presidencial, las mujeres tienen la capacidad de traer al menos 200.000 votos adicionales, lo que efectivamente puede dar vuelta una elección. Esa es la diferencia más o menos que vimos en los resultados de Lagos y Lavín. Por lo tanto, si esos 200.000 fueran homogéneos –cosa que no pasa, pero supongamos–, efectivamente revierten el desenlace”, explica. “Lo importante es aclarar que el voto femenino no es homogéneo y que se ha perdido, especialmente en el último tiempo, la noción de muchas mujeres, como por ejemplo de las adultas mayores. Eso nos habla de la interseccionalidad; una es mujer pero también es indígena, o vive en zona rural, o tiene otra edad y todo eso influye”.
Aun así, según reflexiona la especialista, hay tendencias; las mujeres suelen votar más por mujeres y esa premisa se evidenció en las elecciones entre Michelle Bachelet y Evelyn Matthei, en las que la brecha entre mujeres y hombres que fueron a votar fue de un 16% más para ellas, una diferencia sin precedentes. Versus las elecciones siguientes, entre Sebastián Piñera y Alejandro Guillier, en las que la brecha llegó al 12%. “Así como el voto femenino no es homogéneo, las causas del voto tampoco lo son. Las mujeres adultas tienden a votar más porque para ellas es un derecho ganado que hay que cuidar, y tienen la sensación de que no está garantizado. Las de mediana edad han visto aumentar la presencia de mujeres en el debate público, lo que lo hace más atractivo para ellas. Y las jóvenes, gracias al movimiento feminista, entienden el voto como una forma de acción política más. Pero en general, siempre han votado más que los hombres, aun cuando consideramos que son proporcionalmente más (según el último censo, las mujeres representan el 51,1% de la población chilena)”, aclara Rosas.
Y es que, como explica el doctor en ciencias políticas y académico de la Universidad de Chile, Octavio Avendaño, hay avances en materia de legislación civil, tales como el aborto en tres causales, que la población femenina no está dispuesta a ceder, porque ya ha quedado en evidencia que eso significaría un retroceso. “Ha habido una transformación cultural en Chile que ha significado que una parte importante del electorado femenino esté votando por opciones mucho más progresistas, y no por opciones conservadoras como ocurría en los años 50 y 60, en los que la tendencia de la mujer era hacia el apoyo a sectores de derecha y luego a la Democracia Cristiana, todo por una concepción tradicional de la familia y por promover los valores tradicionales. Pero eso se ve totalmente superado en la última década, especialmente por el movimiento feminista que ha instaurado demandas de inclusión, paridad y no discriminación que ya no van a ser descartadas”, explica. “Y así como lo fue en su momento, el voto femenino va a seguir siendo extremadamente relevante y decidor. En el Plebiscito de salida, por ejemplo, si los principios y derechos que son promovidos por la nueva Constitución favorecen a la población femenina, ellas van a ir a respaldar. No va a ser una población que se reste del proceso ni tampoco una que sea indiferente a las instancias de deliberación”.
¿Cómo se potencia? Según Rosas, las condiciones actuales que existen para el voto dificultan especialmente a las mujeres; “Cuando hablamos de voto obligatorio, es ponerle el requisito a los votantes pero ese requisito no cae de manera homogénea. Las mujeres son cuidadoras, no tienen los mismos recursos y son las que tienen que mover al adulto mayor o dejar a los hijos con alguien. Lo que hay que hacer es potenciar todo el circuito que nos lleva a votar e ir solucionando todos esos temas fundamentales, partiendo por la crisis de los cuidados, pero también que el local de votación sea el más cercano a la casa, que en la televisión hayan más mujeres, que nos veamos representadas y reflejadas. Que hayan incentivos como la Ley de Paridad –no de cuoteo– para que existan candidatas competitivas”. Solo así logramos mantener y reforzar ese voto. Como explica la abogada y diputada electa, Lorena Fríes, el derecho a voto se ganó con el tiempo, con la organización y movilización, pero las mujeres somos conscientes de que se trata de un avance, así como muchos otros, que hay que sostener; “Quienes los sostenemos somos nosotras, si miramos para el lado, esos avances se caen”.