Después de la lucha inicial por la vida de Felipe, que conté tiempo atrás en este mismo espacio, nuestro viaje como familia ha continuado con nuevos desafíos, como la incorporación de Felipe al colegio.
La prematurez de Felipe nos dejó secuelas motoras que nos acompañarán toda la vida, sin embargo, ha crecido rodeado de amor y cuidados potenciando todas sus habilidades incluyendo las cognitivas. A los 4 años nos dimos cuenta de que aprendía y decidimos contratar una educadora diferencial para que nos ayudara. Nosotros vivimos actualmente en la V región, en una zona en donde las educadoras diferenciales son escasas, pero llegamos sin querer a una educadora de párvulos que tenía experiencia en niños con condiciones especiales. Ella aceptó el desafío de enseñar a Felipe. Y felizmente todo fluyó maravillosamente. Fue ella junto con la educadora de Teletón quienes nos sugirieron que lo escolarizáramos, y no en un colegio especial, si no en uno tradicional con Programa de Integración Escolar (PIE).
La decisión de matricularlo en un colegio fue muy difícil. Para una madre o padre que tiene un hijo con condiciones especiales, ya sea Parálisis Cerebral –que es el caso de Felipe–, TEA u otro tipo de trastornos, es muy complicado “soltar” a ese pequeño que con tanto amor intentas sacar adelante.
En redes uno ve muchos casos de colegios con PIE que no logran integrar realmente a los niños y por eso, como padres, dar un paso como este requiere mucho coraje y fe. ¿Quién lo llevará al baño? ¿Cómo va aprender? ¿Lo mirarán mal sus compañeros? ¿Seremos bien recibidos? ¿El colegio o escuela contará con los espacios para él? ¿Lo tratarán con amor? Esa y otras preguntas son las que surgen cuando te ves enfrentado a esto.
Cuando postulamos a los tres colegios de la zona que nos permitía el sistema, debo confesar que lo hice sin mucha fe, pensando que no resultaría. De alguna manera me autosaboteé colocando como opción el mejor colegio con la certeza de que no quedaría. Pero las vueltas de la vida te enseñan a que nada tienes en tu control y precisamente Felipe quedó ahí.
El Colegio Francisco Didier de Zapallar, perteneciente a la Fundación Santa Teresa de Ávila, es el colegio en donde con mucho temor golpeamos la puerta. Allí nos recibió con mucho amor el equipo PIE de pre-básica. Lo primero que les dije al entrar es que si no contaban con las condiciones, o si creían que la asistencia de mi hijo sería un problema, que me lo dijeran abiertamente. Recuerdo que su respuesta fue: “su hijo ya pertenece al colegio, solo debe aceptar la postulación”. Me emocioné hasta las lágrimas.
Tiempo después llevamos a Felipe a conocer su colegio y a sus profesoras que con mucho amor lo recibieron, lo acogieron y en ese instante supe que estábamos en el lugar correcto.
Desde ese día la coordinación entre los profesores, el equipo PIE y nosotros como familia ha sido ejemplar. Han trabajado juntos para adaptar el entorno y las metodologías a las necesidades de Felipe, permitiéndole participar activamente en todas las actividades escolares. Su interés por incluirlo ha llegado al punto de tener reuniones con su equipo de Teletón y coordinar mejoras o sugerencias para su bienestar.
Por otro lado, una de las experiencias más enriquecedoras ha sido ver cómo Felipe ha sido aceptado y querido por sus compañeros. Los niños tienen una capacidad increíble para ver más allá de las diferencias y encontrar la esencia de cada persona. Los amigos de Felipe lo incluyen en juegos, actividades y celebraciones, demostrando que la inclusión no solo beneficia a quienes tienen necesidades especiales, sino a toda la comunidad escolar.
Al menos para mí, la relación de Felipe con sus compañeros es un testimonio de la importancia de promover ambientes inclusivos desde temprana edad. Y es que, en nuestra experiencia, la diversidad en el aula se ha convertido en una fuente de aprendizaje y empatía para todos, tanto así que cuando Felipe falta al colegio, los niños saben que es por sus terapias en Teletón o incluso si está enfermo, hemos tenido que hacer videollamadas con su profesora para que sus compañeros lo vean y se tranquilicen al ver que está bien. Eso para nosotros como familia nos alegra el alma.
Y desde el punto de vista de su desarrollo, desde que entró al colegio, no sólo ha avanzado en su aprendizaje, sino que también ha desarrollado habilidades sociales y emocionales que son cruciales para su bienestar y que no las había podido desarrollar por su condición.
Igual no niego que este camino no ha estado exento de desafíos, pero cada obstáculo ha sido una oportunidad para crecer y aprender. Como familia, estamos agradecidos por el apoyo incondicional que hemos recibido y por la posibilidad de ver a Felipe florecer en un ambiente inclusivo y amoroso. Por eso, nuestro deseo es que más familias puedan experimentar la satisfacción de ver a sus hijos incluidos y aceptados en la comunidad escolar.
Mi recomendación como mamá es que le den la oportunidad a sus hijos, sin importar la condición, de desarrollarse en ambientes “normales”. Que lo intenten. Y también, que busquen sin miedo el colegio adecuado para sus hijos y en conjunto con el equipo, desarrollen estrategias que les permita avanzar hacia una vida realmente inclusiva. Al menos yo comprobé que se puede.