La industria
La modelo se desviste sin pudor, como si en vez de sacarse los calzones se estuviera sacando un polerón. Está sentada en un sillón del living de Aymara (31), fotógrafa y modelo erótica que se dedica hace más de una década al rubro del trabajo sexual virtual. Las amigas conversan mientras la modelo, ya maquillada, escoge, entre un turro de lencería, qué atuendo usará para la sesión de fotos que está pronta a comenzar. Para que no pase frío mientras posa, Aymara prendió una pequeña estufa eléctrica. La modelo finalmente opta por una bata de satín blanco con encajes en las mangas, que usó su mamá en su noche de bodas. Una reliquia. Suena trap por un parlante y empieza la sesión.
Quédate así, mirando para abajo.
Más pegada a la luz.
Ponte acá, más cerca.
Apóyate.
Más natural el brazo, indica Aymara, quien no deja de disparar su cámara en distintos ángulos.
Antes de sacar fotos, Aymara fue modelo erótica en un proyecto chileno llamado Pink Angels, que prometía ser la versión nacional de Suicide Girls (SG), una página web similar a Playboy que publica fotos eróticas de mujeres que no cumplen con el típico estereotipo de belleza 90-60-90. Algunas son más flacas, otras más gordas, llevan tatuajes, piercings y pelos teñidos de colores. Venden fotos eróticas de chicas de todo el mundo y, según su página web, tienen más suscriptores que Playboy.
Cuando era una de las ángeles rosadas, Aymara tenía que decirle a su familia que lo que hacía eran desnudos artísticos, porque hablar de fotos eróticas era imposible. "Empecé en esto porque quería sentirme bien, aprobar mi propio cuerpo. Esto me ayudó a quererme y a ver lo que me gusta en vez de lo que no me gusta de mí. La sociedad, por ser mujeres, siempre nos ha dicho lo que nos falta. Cuando chica me decían la nadadora, porque era muy flaquita y no tenía ni poto ni pechugas. Con el tiempo logré encontrar belleza en eso y me gustó. Lo que más me mueve es la naturalización de nuestra propia sexualidad, buscar el placer femenino desde el autoplacer y sacar el erotismo de un lugar sagrado", dice. En base a eso, está levantando su propio proyecto de material erótico, en el que quiere imprimir su sello como fotógrafa y repartir de manera justa las ganancias entre ellas y las modelos con las que trabaja.
Trabaja de manera fija con dos o tres modelos, con las que se junta dos veces al mes a realizar sesiones de fotos. Cada sesión dura cerca de dos horas, a lo que se suman las horas de edición fotográfica de Aymara y el tiempo que ocupan las modelos en producirse y alimentar de contenido sus cuentas. En total, dice, todo esto equivale a una semana de trabajo al mes para cada parte.
Modelo y fotógrafa ganan 500 dólares si suben su set a SG, que antes de ser aprobado debe cumplir una serie de requisitos como un determinado tipo de luz. Además de vender las fotos por esta vía, las trabajadoras sexuales suelen tener un perfil en Patreon, página web diseñada para conseguir financiamiento para proyectos creativos de toda índole, y que se ha convertido en una plataforma popular entre las trabajadoras sexuales virtuales. Al mes pueden juntar hasta 600 mil pesos, de los cuales un porcentaje cercano al 30% va para Aymara.
Aymara y las mujeres que trabajan con ella han profesionalizado su trabajo, algo muy común en otros países donde el trabajo sexual está regulado y donde, incluso, hay agencias que arriendan y producen estudios para hacer sesiones de fotos eróticas y transmisiones en vivo. De hecho, así como Playboy, Suicide Girls tiene una mansión en Hollywood, donde siempre hay chicas del staff de todo el mundo que pasan temporadas ahí.
Frani (30), viajó para allá hace tres años como fotógrafa oficial del staff de SG. Actualmente trabaja asociada a dos modelos eróticas y su sueldo mensual ronda el millón de pesos. "Nosotras profesionalizamos esto; hacemos una producción, nos preocupamos de la luz y así las chicas pueden cobrar lo que realmente vale su trabajo, porque en general si lo hacen de forma amateur cobran demasiado barato por sus fotos porque el material no es de buena calidad. Me encanta mi pega, es un arte", dice.
Y es que en Chile lo más común es que las trabajadoras sexuales virtuales trabajen de forma aficionada: se sacan ellas mismas, con su celular, las fotos y videos que luego venden a través de redes sociales.
En los últimos años ha habido un boom de cuentas de trabajadoras sexuales virtuales en Instagram, algunas con cerca de 200 mil seguidores. En esta red social se ven fotos sensuales, pero no explícitas, ya que la plataforma tiene políticas muy estrictas respecto a qué es lo que muestra una imagen. No permite mostrar pezones de mujer ni genitales, por esto es usual que las trabajadoras sexuales virtuales tengan más de una cuenta, como forma de respaldar su contenido y también de mantener sus seguidores en caso de que las denuncien y cierren sus cuentas.
Los precios varían poco entre cada trabajadora sexual virtual. En general, las videollamadas duran entre 15 y 20 minutos y cuestan mil pesos por minuto. Un pack, que incluye cerca de 25 fotos, videos y/o gifs, ronda los 10 mil pesos. Otra modalidad para vender fotos y videos es a través de una membresía de WhatsApp, por la cual cada cliente paga un monto mensual, de entre 10 mil y 30 pesos, y tiene derecho a recibir cierta cantidad de contenido. Incluso algunas cobran por una conversación de chat, aunque esta no incluya material gráfico ni audiovisual. Eso porque, explican, muchas veces lo que el cliente busca no es solamente un encuentro virtual sexual, sino una conversación, compañía. Esa es la gran diferencia entre el porno y lo que estas chicas hacen. Según ellas, poder mirar a los ojos al cliente y hacer lo que a él le gusta es el plus de su trabajo.
"Quieren consumir algo que sea hecho especialmente para ellos. Les gusta el hecho de que haya otra persona que les dedica tiempo y trabajo. Es el boom de lo amateur también, la baja de la industria porno tradicional y el auge de un contenido que sea mucho más atractivo por la cercanía que evoca, por esa fantasía de la cercanía, como de la 'girl next door'", explica Skinbyrd (30), trabajadora sexual virtual hace 6 años.
Más del 90% de la clientela de las TSV son hombres, entre los 20 y los 55 años, la mayoría heterosexuales y muchos casados. Si bien suelen ser chilenos, el mercado cada vez se ha vuelto más internacional, razón por la cual muchas trabajadoras sexuales virtuales han tenido que habilitar paypall para recibir pagos de países como Estados Unidos, Italia, España, Canadá y México.
Es lo que tuvo que hacer Vita Somnium (20) por la cantidad de demanda que ha tenido. El año pasado, cuando había logrado conseguir más de 15 mil seguidores, le cerraron su cuenta de Instagram por censura. "Fue terrible. Me quedé cesante por un mes", cuenta. Gana en promedio 200 mil pesos mensuales, un sueldo que le sería imposible conseguir con otro trabajo, ya que este, por su flexibilidad, es compatible con su carrera universitaria, aunque confiesa que algunas noches se queda hasta las 7 de la mañana haciendo videollamadas si es que hay mucha demanda. "Veo compañeros sacándose la chucha, trabajando muchas horas los fines de semana por ganar muy poca plata. Este trabajo me permite ser independiente y además me fascina. Me encanta explorar mi cuerpo, soy muy adicta al placer, no me molesta masturbarme frente a cámaras", asegura.
La fiscalización es más débil en las historias de Instagram, razón por la cual muchas han optado por compartir en esa modalidad sus fotos, videos y tarifas. El objetivo es atraer la atención de clientes que luego las contactan por mensajes directos para hacer sus pedidos. Antes de hacer la transacción vía transferencia electrónica, Vita les exigen requisitos como enviar una foto del carné y un video en vivo de sus caras.
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