La guagua nace y a la pechuga. Esos primeros minutos después del parto son fundamentales para formar un “apego seguro” con nuestros recién nacidos, y todas las mujeres podemos dar pecho. Lo leímos en cuanto libro prenatal encontramos, y lo fijamos como una meta. Fuimos a los talleres de lactancia, practicamos con el muñeco, anotamos cada técnica de acople que nos pudiera servir llegado el momento. Pero ¿qué pasa si no lo logramos? ¿Y si lo logramos, pero descubrimos que no queremos hacerlo? ¿Fallamos como mamás recién empezando la carrera?
“Es importante diferenciar la posibilidad de producir leche, que es algo que la mayoría de las mujeres tenemos en términos biológicos, y poder amamantar, que es una manera de cuidar a nuestras crías que se sostiene en nosotras, pero también en lo social, en nuestra familia, amigos y personas que nos permiten sostener el cuidado”, explica la psicóloga clínica Macarena Bertoni, parte del staff de especialistas del Centro Ser Mujer. “Si no entendemos esta diferencia, amamantar se convierte en una carga y una presión enorme, que le hace daño a las madres y por ende, también a sus hijos”.
Según la especialista, la forma en la que se habla de lactancia y amamantamiento con las madres es fundamental para quitar esa presión y dar la opción de elegir: “Trabajando en el hospital, en cuidado perinatal, pude ver que es muy importante acercarse a la madre y preguntarle si puede y si quiere amamantar, y mostrarle cuáles son las posibilidades. A partir de eso, hay que preguntarles ¿cómo te puedo ayudar?”.
Quitar el factor social, histórico y familiar del acto de amamantar, sigue la lógica del individualismo y lleva a las mujeres que no pueden hacerlo a sentir que se trata de un fracaso personal, que pone en duda además sus capacidades de maternar. “Y como el amamantamiento es algo que ocurre tan al principio del vínculo, pone en cuestión la posibilidad de cuidar de tu bebé”, dice Bertoni y agrega: “Y hay que entender que si bien amamantar es algo que puede facilitar un vínculo, no es la única forma de hacerlo”.
La especialista hace la diferencia entre apego y vínculo, en cuanto el apego se tiende a entender como algo único, de todo o nada. Que si hubo apego en los primeros 30 minutos de vida o no, por ejemplo. Y si bien asegura que se trata de momentos importantes que debieran estar disponibles- siempre y cuando el bebé haya nacido sin complicaciones-, es fundamental entender que esos momentos no son la única forma de dar seguridad a los recién nacidos.
“Lo que hacemos con nuestros hijos es vincularnos, y ese vínculo va cambiando durante toda la vida. Amamantar es una vía facilitada, una forma propicia para el vínculo, pero que tampoco lo asegura”, dice la psicóloga y añade: “Por ejemplo, en la antigüedad estaba la figura de las nodrizas. Que ellas dieran pecho a esos bebés no implicaba que fueran a generar un vínculo con ellos. El vínculo es algo que se construye todo el tiempo, además se puede estar amamantando y estar en otra, por distintos motivos”.
Además, es fundamental que las nuevas mamás, o las mamás que no han podido ni querido dar pecho, comprendan que el periodo de lactancia, como todo con los niños, se acaba según va cumpliendo su ciclo, y que a lo largo de sus vidas hay un sinfín de maneras para establecer vínculos con los niños y niñas.
Pero como la lactancia tiende a ser tratada como “parte de”, como una de las funciones que se deben cumplir, el no lograrlo va generando una presión que a la larga puede afectar a la salud mental de estas mujeres. “Está la idea de que hay algo de voluntad”, dice la psicóloga, y lo compara con otros aspectos de la salud mental, donde se asume que una persona con problemas o que vive situaciones complejas no está poniendo de su parte para estar mejor. “Que una guagua se pueda acoplar y que una madre se pueda sentir bien amamantando depende de muchos factores, no solo de ella. No se trata de dar información que no es real, porque el relleno no es igual que la leche materna, pero hay muchas cosas que no son iguales y no por eso debiesen ser vistas como una falla”, dice y agrega: “Por ejemplo, es verdad que el parto normal es más beneficioso por una serie de cosas, pero eso no quiere decir que si el niño nace por cesárea ese parto va a ser menos parto, y esa madre menos madre”.
“Todo esto genera mucha culpa, y es una culpa difícil de llevar, porque hay pocos discursos que realmente acompañen a las madres, la mayoría están centrados en las exigencias”, asegura la especialista. Según dice, debiera ser al revés, y tanto la sociedad como los equipos de salud y la familia debieran entregar una red de sostén para la madre que está criando, cuidado y vinculando al bebé con el mundo.
El problema se da cuando desde esa red llega información sin los elementos para poder ejecutar y tomar decisiones: “Esto influye en cuanta libertad va a tener o no para amamantar. Si se quiere y se puede, amamantar es muy bueno, pero solo si se quiere y se puede. Pero para poder decidir tiene que estar garantizada una serie de tejidos afectivos, sociales y del equipo médico. Por lo general, esa decisión va por el amamantar, y es muy doloroso cuando no lo logran, porque es algo que quieren hacer y eso genera una frustración. Amamantar sí puede ser un lugar de disfrute, pero para que eso sea posible tienen que pasar todas estas cosas que lo permitan”.
Y aquí cabe hacer una aclaración. Mucho se habla del instinto materno, o de la capacidad instintiva que tienen las mujeres para dar pecho, cuidar a sus hijos, convertirse en esa imagen de mamá que aprendieron a ver como una meta. Pero según la psicóloga, el instinto no es parte de esta ecuación. “Mucho de la carga que llevan las mujeres tiene que ver con la noción de que existe algo instintivo. Pero el instinto es algo que no cuesta, que solo sale, y no hay nada más alejado de eso que la maternidad”. Tampoco se trata de un aprendizaje, porque eso implicaría un ponerse a prueba constante, pero sí de una observación, y de ir sumando conocimientos en relación a su guagua en la medida en que la van observando. Así, además, podrá entender qué decisiones son las mejores para ella.
Las personas que van a ser mamás necesitan información libre de juicios, donde no exista una alternativa mala y otra buena, sino que una serie de opciones que se puedan ajustar a su estilo de vida, sus necesidades y las de su hijo. Y la lactancia debiera de ser una de las primeras decisiones que se toman, para así poder vivirla con libertad y disfrute cuando se opta por ella o se puede acceder a ella. Pero también para poder entender que no siempre es posible, o que no siempre vamos a querer hacerlo, y que existen alternativas para apoyarse.