La libertad que quiero heredar a mi hija
Mi abuelita siempre decía algo que me quedó marcado: “Cuando me muera, no me vayan a enterrar con las ollas”. Lo repetía en tono enojada, porque detrás de esas palabras había una herida profunda. Ella había querido ser abogada, pero la vida la llevó a dedicarse por completo a la casa y a la crianza. Sus días estaban llenos de quehaceres invisibles, esos que nadie aplaude, pero que sostienen a toda una familia.
Mi mamá, en cambio, se fue al otro extremo. Salía de la casa a las 7:00 de la mañana para trabajar en algo que ni le apasionaba, ni parecía darle satisfacción. Y en el poco tiempo que quedaba, los quehaceres del hogar pasaban a ser una molestia más que algo significativo.
Yo, quizás sin darme cuenta, quise escribir otra historia. Decidí que no dependería de nadie para cumplir mis sueños, pero tampoco iba a dejar de nutrir mi casa en lo práctico y emocional. Me propuse hacerlo todo: dar masajes, jugar con los niños, ser económicamente independiente y una líder en mi carrera; además de cocinar, organizar las vacaciones, las citas médicas y las salidas entretenidas. Todo esto mientras intentaba seguir una crianza consciente y mantener una alimentación saludable.
Y colapsé. Colapsé antes de tener a mi hija. Y colapsé después también.
Colapsé porque no había elegido el lugar correcto para vivir, ni el padre ideal para mi hija, ni me sentía la profesional que debía ser. Todo a mi alrededor parecía estar fuera de lugar, pero en realidad era mi niña interna la que no estaba en paz. Esa niña que no sabía cómo darse lo que necesitaba, cómo nutrirse de lo que es y cómo convertirse en una mujer que inspira validación y protección sin exigirla. Una adulta que por más que parecía muy madura y responsable, en realidad era una niña asustada que seguía esperando recibir lo que no había recibido de niña e intentando marcar una presencia fuerte e independiente para evitar ser aplastada o no vista.
Mi independencia económica y consciencia emocional, se sentían como la misma cárcel que vivieron las que vinieron antes de mí. Y es que en este mundo donde las mujeres hemos entrado en espacios históricamente masculinos, hemos creído que tenemos que hacerlo todo y hacerlo bien. Pero yo entendí que eso es una trampa.
Lo entendí cuando descubrí que el valor de mi trabajo también se medía con el disfrute de mis momentos de descanso; el valor de mis elecciones lo construí con mis ‘no’ sin culpas, ni vergüenzas.
Muchas veces vivimos cruzando responsabilidades, en lugar de asumir las nuestras; queremos que nuestras parejas o hijos nos cuiden porque nosotras nos explotamos, en vez decir con libertad ‘esto no lo quiero hacer a costa de mi salud’. Esperamos que otros reconozcan nuestro esfuerzo antes de hacerlo nosotras mismas. No sabemos decir que no y dejar que nuestras acciones pongan en valor nuestro tiempo, recursos y aportes.
Por eso creo que es necesario cambiar esta dinámica; aprendí que cuando yo valoro mis logros y mi tiempo, mi marido lo hace también. Cuando dejo de cargar con lo que le toca a él, aunque las cosas se caigan, él toma las riendas. Y cuando no critico cómo hace lo suyo, lo hace con más confianza.
Mi hija, por su parte, valora mucho más mis aportes cuando le permito experimentar el mundo tal como es, con sus aciertos y caídas. La conexión con ella se ha vuelto más profunda desde que dejé de intentar controlar todo y comencé a ser su compañera, no su solución.
Hoy trabajo con mujeres que, como yo, se han sentido atrapadas en la transición de roles. Mujeres que buscan balancear sus sueños y su hogar sin perderse a sí mismas en el camino. No es fácil, pero el cambio comienza cuando dejamos de mirar a otras personas y sus falencias y volvemos la mirada a nuestra historia, nuestras heridas y nuestras creencias.
Porque al final, no se trata de ser la mujer perfecta que hace todo. Se trata de ser la mujer que sabe decir: “Esto no lo haré, y eso está bien”.
Y esa es la herencia que quiero dejar: una mujer que se respeta, se cuida y se celebra a sí misma, para que las generaciones que vienen puedan caminar más libres, sin ollas ni miedos, ni expectativas que las frenen.
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* Isabel es psicóloga y coach, también es lectora de Paula. Nos escribió a hola@paula.cl para compartir su historia. Si como ella tienes un relato que compartir, ¡escríbenos!
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