Paula 1198, Especial Madres. Sábado 23 de abril de 2016.

Una mujer aguerrida, valiente, divertida. Un hijo egocéntrico, que la puso en la periferia de su vida -como todos deben hacer con sus madres en cierto momento- y que intenta recuperarla: el libro de Sergio Galarza (editado en Chile por Montacerdos) cuenta la muerte real de una mujer, Doris, y de cómo su hijo menor asume cabalmente lo que ella significó en su vida, con la mayor

honestidad posible. Ya sin actitudes infantiles, sin darla por segura, Galarza escribe su historia personal, el equívoco de ser hijo, con tal nitidez y amor que la madre perdida se vuelve una señora entrañable, que quisiéramos conocer, y que nos parece viva para siempre.

Era una abogada provinciana que se fue a Lima, madre de tres hijos, separada, escritora amateur que mantenía un blog de consejos matrimoniales y otro de recetas de cocina –Galarza no nos da el privilegio de leer esas minucias, pero sí sus hermosísimas cartas y poemas– y que no sabía qué había hecho mal con Sergio para que le saliera tan difícil: él era un joven mentiroso, marihuanero y poco dado al éxito académico. La mamá de Galarza ayudaba al centro social del barrio, era la adoración de sus empleadas –las sacó adelante y las protegió de maridos violentos–

e iba entusiasta a su taller literario. Amaba el lenguaje y la decencia, la posibilidad de ayudar y de ser justa.

Ya sin actitudes infantiles, sin darla por segura, Galarza escribe su historia personal, el equívoco de ser hijo, con tal nitidez y amor que la madre perdida se vuelve una señora entrañable.

Entonces, años más tarde, cuando Galarza vive en Madrid tratando de ser escritor mientras trabaja en una librería y duda de la vida que ha escogido, ella llega a verlo. Ya está enferma pero no le ha contado a nadie: nunca quiso tratarse el bultito en un pecho, no se sometería a ningún tratamiento, no quería vivir mutilada, aguantaría hasta que su cuerpo dijera basta. A lo kamikaze, dice Galarza.

Y es en ese viaje cuando ella escribe en su agenda, pues siempre llevaba ordenadas y graciosas listas de sus gastos, paseos, lugares, personas, frases y dichos, que al morir dejó guardadas en una maleta, como si constara ahí el orden que quiso dar a su vida, su determinación de lidiar con un mundo difícil, pero controlable, donde se puede estar y dar. Ella escribe los versos tristes y liberadores de Blowin' in the Wind de Bob Dylan. Después del retorno, la suerte está echada. Galarza viaja a Lima a asistir a su fin. El relato triste de su muerte, sus cartas y papeles, completan este relato conmovedor que concluye con la nueva maravilla, pues se cumple lo que la madre quería y añoraba: su hijo se ha vuelto un hombre, jugado por el amor y por sus pasiones.