Paula 1200. Sábado 21 de mayo de 2016.
Rosa Puentes, la gendarme, la mayor, la alcaide, abre la puerta metálica gris que da a la línea de fuego –esa franja de tierra entre la cárcel y el muro perimetral, donde los gendarmes disparan a matar al que se intente fugar– y con el pelo amarrado con un moño tirante, gorra, chaqueta, falda verde boldo, botas largas con taco, camina sobre el pasto que ha brotado tras una lluvia, y posa para la foto. A su izquierda, a través de una reja de gallinero coronada con alambre de púa, se ve un patio donde florecen un par de rosas otoñales. Hay varios toldos con sus sillas plásticas, un taca-taca, un maletín de cuero, varios cachivaches y un anciano que –con la ayuda de unas muletas– avanza en pequeños pasos hacia un colgador de ropa y da vuelta unas prendas que se secan al sol tibio del mediodía de principios de mayo. El anciano es un ex uniformado condenado por delitos de lesa humanidad en la dictadura de Pinochet y por eso está aquí, en Punta Peuco, la cárcel de la que Rosa Puentes vino a hacerse cargo hace exactamente "dos meses y tres días", como le gusta enumerar. Y ese es el patio donde los presos reciben a sus visitas. Dentro de la cárcel, que es limpia y silenciosa, hay dos módulos con sofás, mesas y sillas de comedor de distintos estilos, donde conversan algunos de los 117 internos de este penal que se aprestan a almorzar. Se siente el olor a comida: en un pasillo, al lado de unos teléfonos públicos, con horario de uso restringido, hay un carro con loncheras metálicas apiladas, listas para repartir entre los internos, rellenas con la misma comida que más tarde le servirán a la alcaide; claro que para ella será en un plato.
Hay gente que reclama que esta es una cárcel de privilegios.
No lo es. Creo tiene algo a lo que todas las cárceles debieran apuntar: condiciones dignas. Por un tema de edad, difícilmente podría tener un camarote de dos pisos, porque un interno de 89 años no se puede subir y el riesgo de que se caiga y se quiebre, es mayor. Pero son las mismas camas que hay en cualquier cárcel. Hay dos internos por dormitorio, tienen un baño común que ni siquiera tiene una separación de ambientes y las duchas son comunes. Pero es más lo que la gente le pone, lo que habla, ¡que las canchas de tenis!
La alcaide explica que en todos los penales del país hay canchas de baby fútbol, pero nadie cree que eso sea un privilegio. Y si aquí hay una cancha de tenis es porque, a diferencia del fútbol, se puede jugar hasta edades avanzadas. "El 87% de mi población supera los 60 años. Tenemos un interno que va a cumplir 90 años en 20 días; Ruiz. Y tengo otro que va a cumplir 89; Arredondo. Y cumple pena el 2032", dice.
Se va a morir aquí.
(Silencio). Muchos de ellos a lo mejor van a morir aquí. Ya me tocó vivir la muerte de un interno. El señor Daza. Murió de cáncer. En otras unidades también mueren internos por riñas. Pero son sus códigos. Nosotros estamos para resguardar que eso no ocurra, pero ocurre. Acá es distinto por el nivel intelectual. Ellos tienen mayor conocimiento, mejores abogados; hay que saber tener las competencias y las aptitudes para poder...
¿Ganarse el respeto?
Exactamente. Uno tiene que hacerse respetar a través de su conocimiento, a través de su palabra.
¿Cómo la recibieron?
Creo que para ellos fue como una bofetada, a lo mejor, que una mujer los viniera a mandar. Pero no he recibido ningún mal comentario. Más de alguno me dijo "señora" y yo le corregí: "no, cuando usted se refiere a mí, se refiere como alcaide o mayor". Nosotros, como Gendarmería, los nombramos por los apellidos. Entre ellos se llaman por sus rangos.
¿Cuáles han sido los desafíos que ha tenido acá?
De salud (hay una ambulancia de punto fijo) y jurídicos.
"La mayoría de los jóvenes que hoy tienen atemorizada a la sociedad son hijos de mujeres que están recluidas. Son hijos que quedaron sin su madre porque su madre tuvo que cumplir una condena. Y eso se llama sobrevivencia en el mundo de ellos".
¿Por qué?
Presentan muchos recursos: de amparo, de protección y los presentan en contra del alcaide. Piden muchas cosas por transparencia y yo tengo que contestarlas. Reclaman por los traslados, los carros, las pulseras de seguridad. El interno asume que cometió un delito, que es un delincuente y tiene que ir esposado. Ellos no.
¿Son más difíciles de tratar los que no reconocen sus delitos?
No. Yo no cuestiono el delito del interno. No es mi función. Ellos están cumpliendo una condena, no podría yo volver a castigarlos más.
Esta debe ser la cárcel donde están los presos más odiados.
Depende a quién le pregunte. Porque si le pregunta a los familiares de ellos…
Rosa Puentes, casada con un gendarme y madre de dos hijos, es la primera mujer en liderar un penal de hombres en la Región Metropolitana y la primera de Punta Peuco. "Creo que la autoridad dispuso que una mujer se hiciera cargo de esta unidad, a lo mejor por esa mirada más humana", dice.
Antes de llegar acá estuvo a cargo de uno de los patios más conflictivos de la cárcel de mujeres, donde le tocó ver escenas crudas que no dejan de rondarla: madres que recibían en la cárcel los ataúdes con sus hijos muertos para despedirlos, porque no las dejaban salir al funeral. "Ahí no puedes actuar de la misma manera que ante una riña, como gendarmes tenemos que contener a esa mujer", dice.
¿La abraza?
No, obviamente hay ciertos límites.
También le tocó el lado violento cuando formó parte de la Unidad de Servicios Especiales (Usep), el grupo más militarizado que actúa en allanamientos y motines. "El gendarme tiene esa capacidad de desdoblarse, somos especialistas en todo", dice.
Rosa nació en Coronel en una familia de comerciantes sin ligazón alguna con el mundo uniformado. Su primer contacto con la cárcel, y que selló su destino, fue a los 16 años cuando visitó junto a su colegio el penal de Coronel y le conmovió ver a niños de su misma edad recluidos. Ingresó al poco tiempo como voluntaria y, tras salir del colegio y terminar sus estudios de Contabilidad, contra todo lo que hubieran querido para ella sus padres, postuló a la Escuela de Gendarmería. "Postulé sin saber que en el fondo yo no iba a una área social, sino que iba a una de seguridad. Porque cuando entré, en 1999, era más seguridad, versus lo que es hoy: seguridad y reinserción. Nuestra labor es esa: custodiar y reinsertar".
Pero la reinserción es una gran falla.
En la cárcel de mujeres yo sí conocí mujeres que han cambiado su rumbo. Porque han tenido las oportunidades que estando en libertad no tuvieron, porque nadie se preocupó por ellas y tuvieron que llegar a la cárcel para entender que sí podían estudiar, que sí podían no ser abusadas sexualmente. No es justificar, pero me atrevería a decir que gran parte de las mujeres recluidas no tuvieron oportunidades.
¿Mujeres que en la cárcel empiezan a florecer?
Sí.
Eso suena a una gran contradicción.
He sido testigo de muchos cambios. Mujeres que han revivido, que a lo mejor lo único que sabían en su vida era traficar desde niñas, porque salían a robar con sus madres. Y aprendieron a coser, a cortar el pelo.
Pero salen y nadie las quiere contratar.
Ese es el punto. Y eso ya no depende de nuestra institución. Yo le pregunto a usted, ¿contrataría a una asesora que venga saliendo de la cárcel?
Hoy el tema son los delincuentes, los portonazos. En las redes sociales se dicen cosas como: "que se pudran en la cárcel; mátenlos".
La mayoría de los jóvenes que hoy tienen atemorizada a la sociedad son hijos de mujeres que están recluidas. Tan simple como eso. Son hijos que quedaron sin su madre, porque ella tuvo que cumplir una condena. Y eso se llama sobrevivencia en el mundo de ellos. Me tocó conocer a una mujer que tenía nueve hijos que quedaron abandonados mientras ella cumplía una condena. Falta gente que diga: ¿y yo qué puedo hacer por eso?, ¿de dónde vienen esos niños que hacen los portonazos?, ¿dónde están los papás?
¿Por qué una mujer como usted elige estar en un lugar donde todo es malo?
Es que no es todo malo.
¿Empatiza con todas estas personas?
No es empatizar, pero me pongo en el lugar de ellas. En la cárcel de mujeres, muchas ganan sobre el sueldo mínimo, han aprendido un oficio, pero salen y se encuentran con que, en los cinco años que estuvo presa, en su casa nadie pagó la luz, el agua, que ya no tiene ventanas ni puerta, que tus hijos están repartidos por distintas cárceles y centros del Sename. Entonces, ¿qué haces?
Qué opina del espanto colectivo que han causado las libertades condicionales que acaba de entregar la Corte de Apelaciones.
Pero ¿por qué no? Si la ley dice que si el interno cumple con los requisitos, puede. Hay que entender que el interno comete un delito, pero llega un momento en que cumple la condena y va salir igual. Y hay que recibirlo, porque es un ser humano y ya cumplió el castigo que le impuso la sociedad. Si la sociedad no lo acepta, no le da trabajo, es un círculo vicioso.
¿Cuántos postularon a la condicional en Punta Peuco?
18.
¿No se la dieron a ninguno?
No.
¿Y eso lo considera injusto?
No me puedo pronunciar.
Pero por la mirada que puso lo intuyo.
No me puedo pronunciar.
Hay gente que ha hecho cosas horribles y que no tienen vuelta. Supongo que usted ha recibido improperios, escupitajos. ¿Cómo se enfrenta a esa violencia? Porque usted para ellos representa la represión.
Curiosamente, eso es lo que la sociedad piensa de nosotros, que representamos la represión. Pero me atrevería a decir que nosotros como gendarmes somos más humanos que la propia sociedad.
¿Por qué dice eso?
Porque nosotros le damos un trato distinto. No significa que los tratemos con guantes de seda, pero si yo pido respeto como oficial de Gendarmería, eso parte porque yo tengo que respetar a la interna, en la medida en que yo la respete, ella jamás me va a faltar el respeto. Usted me dirá: han cometido un delito, pero malamente podría yo sancionar nuevamente a una mujer que mató a su hijo. Si nos pusiéramos nosotros a juzgarla nuevamente, esa mujer no tendría ninguna oportunidad. Todos los seres humanos somos iguales, no hay diferencia. Lo que pasa es que uno tuvo mejores oportunidades que otro y Gendarmería trabaja con aquellos que no tuvieron la oportunidad. Doblemente castigados, porque la mayoría de ellos pertenecen al círculo más pobre de la sociedad. La cárcel es dolor, es pobreza.
¿Usted quiere a sus internos?
Obvio que los quiero, si son parte de mi trabajo. Si no los quisiera, créame que mi trabajo me volvería loca. Nosotros somos el patio trasero del que nadie se quiere hacer responsable.
¿Y usted logra pasarlo bien cuando llega a su casa?
Tengo una terapia que hasta el momento me ha funcionado.
¿Cuál?
Bañarme.
¿Para sacarse el olor?
La mala energía, no el olor. Una cárcel es como helada. La gente cuando ingresa, aunque haga calor, es como un hielo, hay una mala energía: es sufrimiento. Y se aprecia, se respira. Es un método mío nomás, ducharme. Como que me libero de la mala energía.
¿Y se la saca con una ducha nomás?
No, hay cosas que quedan en el corazón.