“Me cargan los niños” o “Mi problema no son los niños, sino los padres que no los controlan” son algunas de las frases que solemos escuchar de parte de quienes prefieren no compartir espacio con niños y niñas, o bien se molestan cuando están obligados a hacerlo. Los aviones y restaurantes son los lugares que más les generan molestia, porque patean sus asientos o no los dejan pensar entre tanto grito. Padres y madres, en tanto, se estresan también en estos espacios intentando hacer que sus hijos permanezcan en un estado que va en contra de su naturaleza: quietos y callados. Esta tensión es tan común que en Europa y Estados Unidos hace ya algunos años se han hecho tendencia los lugares “libres de niños”; bares, hoteles, cruceros, restaurantes, y hasta sectores de aviones o trenes que se reservan el derecho de admisión de menores para que sus clientes puedan estar “tranquilos”. Los padres y madres alegan en esta actitud una discriminación y observan cierta “niñofobia” en la poca tolerancia que hay hacia niños y niñas en los lugares públicos. Este término en Europa genera debate; algunos alegan una generación de padres y madres demasiado permisiva y otros una sociedad adultocéntrica que le cuesta ver a los niños y niñas como parte de ella.
La periodista española Esther Vivas, autora del libro Mamá desobediente, define la niñofobia en términos generales como una discriminación de la infancia. Señala que va más allá de prohibir la entrada de niños y niñas en restaurantes u hoteles, se trata también de una mirada de la sociedad que no tiene en cuenta las necesidades de la infancia. “Se considera que la infancia es molesta, incómoda. Hay en esto una profunda hipocresía; vivimos en una sociedad que ensalza la infancia, pero la idílica de niños callados, sonrientes, que se ‘portan bien’. Pero cuando estos niños gritan, lloran, juegan, hacen ruido, corren, se mueven, entonces molestan”. La psicóloga Agustina Bosio, autora del libro Mamá de carne y hueso, coincide en esta falta de empatía con los niños y niñas, y ve mucho juicio hacia la crianza de sus padres y madres. “Creo que la mayor parte de la gente no tiene conocimiento sobre lo que es posible esperar de una niña o niño, o que podemos pedirle en términos de comportamiento y gestión emocional. El modelo es el adulto adaptado, sumiso, obediente, que no cuestiona, y como las niñas y niños no encajan con este modelo generan incomodidad. A la vez siento que hay muchas heridas de infancia abiertas, que tratan de justificar su propia crianza, muchas veces autoritaria y basada en el castigo, a través del juicio de otros estilos de crianza”.
Agustina como madre también ha vivido en carne propia las miradas juzgadoras de la gente cuando los niños se salen del comportamiento esperado. “Me pasó muchas veces. Recuerdo una escena en particular: yo viajaba en avión con mis dos hijos, de un año y medio y tres años en ese momento. Era un viaje largo y durante el día. La persona que estaba sentada delante de mí me pidió varias veces que hiciera callar a los niños y que no se movieran tanto en sus asientos. El viaje terminó y una vez abajo del avión comentó en voz alta ‘estos padres de ahora no saben cómo criar a sus hijos, si no los pueden mantener quietos en un avión, entonces que no viajen con ellos’. Me sentí juzgada, pero lo que es peor aún, sentí que mis hijos estaban siendo juzgados por un extraño”.
También existe, por supuesto, la otra cara de la moneda; aquellos que sienten que hay una generación de padres y madres demasiado permisivos con los niños y niñas, y que se desentienden de sus comportamientos en los espacios públicos. Haciendo una pequeña encuesta en redes sociales recibo bastantes testimonios de personas que creen en esta falta de educación, y que señalan que nada tiene que ver ser niñofóbico. María es una de ellas. Prefiere dar su testimonio con seudónimo para no ofender a sus amigas que son madres, pero confiesa que sí se siente molesta cuando padres y madres no se hacen cargo del comportamiento de sus hijos. “Me da pena ofender a mis amigas, pero sí me pasa que me carga cuando los niños corren o gritan ya sea en aviones, restaurantes o tiendas. Entiendo que sean niños y que jueguen, pero que ojalá lo hagan ordenados, sentados y sin hacer tanto ruido. Sé que es normal que sean inquietos, pero otra cosa es que griten como locos en un lugar cerrado o corran entre medio de las mesas”. Incluso es algo que le cuesta tolerar en amigas cercanas: “Una amiga súper cercana tiene tres niños chicos y tengo que admitir que me da cosa que llegue con ellos. La última vez se echaron un vaso, que no es tan terrible, pero igual hay que estar siempre encima, mirándolos y poner linda cara ante ellos”. María aclara que no se considera niñofóbica. “No me definiría como tal, tengo sobrinos y me encanta estar con ellos, disfruto los hijos de mis amigas, pero en un avión o restaurante, cuando andan corriendo y haciendo ruido, eso sí es molesto.”
Es precisamente esta última visión sobre la niñez y la crianza la que algunos tildan de niñofobia. “Es necesaria hacer mucha pedagogía al respecto”, dice Esther. “Visibilizar que las criaturas tienen necesidades específicas vinculadas a su edad, que son distintas a las que tenemos los adultos. Pero en esta sociedad niñofóbica y adultocéntrica, donde todo gira en torno a los adultos, se da la espalda a esta realidad”. Agustina piensa, por su parte, que el origen de estas dinámicas responde a lógicas capitalistas, en las que todo ser que no aporta a la sociedad desde lo que es valorado -es decir, su capacidad productiva y de consumo- es considerado un ciudadano de segunda. Este sistema, señalan ambas, además, carga la responsabilidad de la crianza a las madres y padres y desconoce que debe ser una tarea colectiva. Esther comenta al respecto: “Creo que tenemos que empezar a ver la infancia como un bien colectivo, estamos hablando de cuidar a los adultos de mañana y es necesario que esta sociedad ponga en el centro los cuidados y la crianza como una responsabilidad de todos”.
¿Qué pueden hacer madres y padres cuando se sienten discriminados?
“Nosotros como padres tenemos que visibilizar esta discriminación. No tenemos marcos legales a menudo donde denunciar estas malas prácticas, entonces la denuncia pasa más por la visualización de estos actos, por el uso de redes que nos permitan difundir y garantizar que no sean discriminados”, aclara Esther. “Yo creo en el diálogo -dice Agustina-Y aunque puede ser agotador, creo que cada vez que se nos presente la oportunidad podemos conversar con las personas que se incomodan por la presencia de los niños, y plantear que son miembros igual de importantes en la sociedad, y tienen el mismo derecho de habitar estos espacios”.