En la película En búsqueda de la felicidad un empobrecido protagonista lucha por conseguir una mejor vida para él y su hijo. Nada le resulta, pero persevera y se vuelve millonario. Alcanzó “su” felicidad. La película recaudó millones de dólares y se convirtió para muchos en una inspiración.
“Estas son las claves para que seas feliz”. “Sigue estos sencillos pasos y en 21 días serás más feliz”. Haz A, B Y C y serás feliz... Pareciera ser que estamos obsesionados con la felicidad. Consumimos a diario podcast, libros de autoayuda, frases motivacionales y ejercicios que apunten a ese anhelado intangible.
Sin embargo, pareciera que nunca llega ese momento.
Día a día me encuentro con personas que refieren no sentirse felices. “Como que me falta algo y no sé qué es”. “Si tan solo pudiera alcanzar ese sueño que tengo, seré feliz”. “Si adelgazara, sería la persona más feliz del mundo”. Y un largo etc.
La historia de la humanidad ha intentado desde distintas áreas como la filosofía, la religión y la psicología entender qué es ser felices. Aristóteles decía que la felicidad es el fin más elevado de la humanidad, refiriendo a la eudaimonía, que es el bienestar o florecimiento humano, dándole importancia a la autorrealización. Confucio, por otro parte, refería que había una felicidad en este mundo y otra en el más allá. En la Edad Media, ser feliz estaba relacionado con las enseñanzas religiosas, esto es conectando una vida virtuosa con la garantía de ser recompensados en el cielo.
Más adelante, en la declaración de independencia de Estados Unidos, se incluyó la idea de la búsqueda de la felicidad como un derecho inalienable. “Sostenemos como evidentes estas verdades: que todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre éstos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad”.
Y mucho más adelante, en el siglo XX, la psicología empieza a preguntarse sobre la felicidad desde la ciencia.
Hoy pareciera ser que estamos empecinados en ser felices, sin embargo, cuando nos preguntamos qué significa eso, no hay una sola respuesta. Para unos es la consolidación de relaciones íntimas, para otros tener salud, para otros tener estabilidad económica o poder disfrutar del momento presente.
Pareciera ser que existe algo así como una obligatoriedad de ser felices, como otro mandato social, otro punto más del check list de cómo debe ser un humano.
Hace un par de años me encontré con un ensayo de Edgar Cabanas y Eva Illouz, llamado “Happycracia”, un manifiesto contra la felicidad egoísta, como lo describen. Los autores desmenuzan el discurso de la felicidad, que consideran individualista, pues la felicidad se enfoca en la persona, ignorando las circunstancias que las personas tienen para comprender qué los hace felices o les hace sentir bien. Básicamente, cómo es que sus condiciones económicas, de salud, sociales, laborales, en definitiva, su contexto, influyen en sentir esa emoción.
Es ahí donde hemos caído en una trampa, pues la industria de la felicidad, genera mensajes engañosos como que si tengo actitud, todo se puede; si deseo algo, lo conseguiré; o si mantengo una actitud positiva ante la vida, lograré lo que quiero. Esto, a mis ojos, es miope, pues crea expectativas inalcanzables o frustración, ya que lo cierto es que no todo depende de uno.
Se ha ido montando una industria de la felicidad, que va desde la autoayuda a los influencers, que nos dan recetas, tips, trucos genéricos que podrían servirle a todos, y a su vez, generarnos beneficios, alcanzar objetivos, pero siempre muy centrados en nuestros ombligos, sin considerar cómo aquella búsqueda frenética de la felicidad, también toca a los demás. Estamos en un momento histórico en que la felicidad es individual y a su vez, un producto de consumo; te venden experiencias, identidades nuevas, salud, emociones placenteras. Y eso, sí que tiene un precio.
La pregunta es: si muchas personas pagamos ese precio, ¿cómo es que no le hemos dado el palo al gato y somos todos felices? La respuesta obvia es que no hay una respuesta. No la tienen ni los científicos, ni la filosofía, ni tampoco existe un método para desentrañar los secretos para ser feliz.
Lo que sí tiene una respuesta plausible es que esta industria ofrece soluciones fáciles a problemas difíciles.
Nos han hecho creer que podemos controlar y cambiar nuestra vida como deseemos, sin embargo, un buen ejercicio es pensar: si ser feliz es una elección personal, ¿sufrir también lo sería? ¿Las personas se deprimen porque no le echan suficientes ganas a la vida?
La vida humana es en comunidad y por tanto existen problemas que son de índole social, como la precariedad o la desigualdad. ¿Puedo ser feliz ante una sociedad que está en crisis?
Mensajes como “si quieres, puedes”, trivializan lo que sienten las personas, enmascaran el dolor y generan mucha culpa en quien “no se esfuerza en ser positivo”. Hacer algunos ejercicios o aplicar algunos tips, no necesariamente resuelve el malestar que puede sentir alguien y eso es algo absolutamente humano.
¿Qué es la felicidad de acuerdo a mi experiencia clínica? Momentos, chispazos, espacios vinculados con el goce, con las relaciones íntimas fuertes; gratitud, reconocimiento... cuando ni siquiera, estás haciendo “la pega” de ser feliz.