Paula 1153. Sábado 2 de agosto de 2014.
Llega Skagboys, de Irvine Welsh, el escritor escocés que marcó los 90 con Trainspotting, hecha película por Danny Boyle: esta es la precuela, la narración del comienzo en las drogas y la locura de ese inolvidable grupo de jóvenes sin destino. Aquí, es cuando todo comienza a desmoronarse y se acaba, según Welsh, la posibilidad de crear una sociedad. Lo cuenta a ritmo imparable y en la durísima.
Margaret Thatcher lo dijo: "La sociedad no existe". Una de las frases políticas más perversas de todos los tiempos abre Skagboys, esta novela de Irvine Welsh (Leith, 1958) que cierra la trilogía inaugurada con Trainspotting (1993) y Porno (2002). En estos veinte años Welsh se ha convertido en un autor de culto que describe sin paliativos el efecto feroz de la frase thatcheriana en las vidas de los jóvenes de su país. Si al principio fue censurado por la crudeza y grosería, la película que hizo Danny Boyle con Trainspotting lo volvió un fenómeno mundial, y ahora el libro es lectura obligatoria en los colegios escoceses. Su maestría en el uso del lenguaje coloquial y normal, su sensibilidad y agilidad para contar las vidas tan rápido como se consumen, y su intransable sentido crítico hacia la sociedad y el poder, lo han vuelto un clásico vivo. Y él sigue escribiendo sobre los seres atroces que produce el codicioso mundo en que vivimos: acaba de publicar en inglés Las vidas sexuales de las mellizas siamesas, sobre una obesa obsesionada con su personal trainer. Fracasados, drogadictos, gente sin amor y sin oportunidades conforman su generosa obra, que se encumbra como una bomba contra el neoliberalismo y la destrucción de la clase trabajadora a manos de los multimillonarios.
"Es fácil escribir sobre algo que uno ha vivido tan intensamente", ha dicho Welsh. Nacido en la zona portuaria de Edimburgo, dejó el colegio a los 16 y se fue a Londres para volverse rockero punk y trabajar en lo que tocara. A los 25, en plenos años 80, empezó a escribir sobre esos mundos en destrucción en los que vivía, y sobre el auge económico privado que despuntaba para llevar la riqueza hacia unos pocos, y no paró más.
Ahora vuelve a los 80 con más dureza. El nombre de la novela viene de skag, uno de los nombres de slang para la heroína, y se encarga de contar cómo fue que Renton, Spud Murphy, Sick Boy, Begbie y otros personajes antes periféricos y ahora centrales, se volvieron adictos a la heroína. Básicamente, porque no tenían nada mejor que hacer: sus relaciones familiares, sus ansiedades y lo poco que les ofrecía su entorno los introdujeron a una sedación perpetua y a una fiesta imparable, con música house de fondo. Mientras la segunda parte de esta trilogía, Porno –que narra cómo Sick Boy dirige un pub con trastienda de orgías–, podría llegar al cine muy luego, Skagboys es un alarido para una película fascinante y extrema sobre los años en que empezó a cocinarse el veneno de "la economía neoliberal, el desempleo, las drogas y la masiva redistribución de la riqueza entre los más ricos", según ha dicho Welsh, el momento en que "todo se ha paralizado y momificado". Un detalle: la traducción española de Anagrama a veces vuelve el complejo idioma callejero escocés en una majamama de modismos que no manejamos, pero, tal es la potencia de Welsh, que de todas formas oímos su duro y encantador sonido.