Cada cierto tiempo me baja un ataque de orden. Suele ser en épocas de cambio de estación. Cuando empiezo a echar de menos los chalecotes tejidos que dejé en el fondo del clóset y a considerar inútiles los vestidos de algodón que tanto usé en el verano. Nunca he visto un programa de Marie Kondo, supe de su existencia hace muy poco y mis prejuicios me aseguran que moriría de aburrimiento viéndola ordenar objetos por colores y tamaños a lo Monica Geller. Pero da la coincidencia que, al igual de lo que lo que he sabido del método Konmari, tiro todo mi desorden encima de la cama y vacío el closet completo para ver qué tengo. Veo el cerro de ropa y, aunque me considero bastante sensible, nada de lo que hay ahí me produce real alegría o despierta alguna emoción secreta. Solo me provoca un poco de agobio y evidentes ganas de que ese cerro baje a la mitad, por supuesto, sin hacer ningún un ritual de despedida. Son cosas, me desprendo rápido y con orgullo puedo decir que si antes el cerro era un Everest, ahora la altitud no supera el Manquehue.

Pero ojo, que no esté en mi clóset no significa que no exista. Toda esa ropa está en algún lado y esa es parte de la huella que estoy dejando en el Planeta. Cada vez que pienso en eso me angustio un poquito y recuerdo las miles de cosas inútiles que alguna vez compré y que no me puse nunca más. Inseguridades de juventud que tapaba con pilchas nuevas. Y no es que hoy tenga la vida resuelta y que no me importe cómo me veo ¡claro que me importa! pero el camino a la vida sustentable no tiene vuelta atrás; veo desperdicio de energía en todas partes y eso me importa más que tener unos pantalones nuevos que serán viejos apenas me los ponga.

He leído sobre algunos otros métodos y tips para tener un clóset sustentable. Hay varias ideas que podrían servirle a alguien. A mi lo que realmente me ha servido es comprar menos y arreglar más.

Sabido es que la industria de la moda es tremendamente contaminante y llena de injusticias sociales. Sabido es que el cigarro puede producir cáncer, que el plástico no se degrada y que el exceso de carbohidratos producen obesidad, y seguimos igual.

El tema no solo es saber, el tema es cambiar hábitos.

Los hábitos de consumo son muy potentes en las personas. Comprar ropa no solo tiene que ver con cómo me veo ni cómo me ven. Tiene que ver con hábitos muy arraigados en la sociedad que nos dicen que tenemos que tener cosas nuevas. El bombardeo visual es frenético cada vez que salimos a la calle. Podemos comprar ropa en el supermercado por 2 pesos, ropa nueva que la mayoría de las veces no necesitamos. A mi me causa mucha intriga saber cómo una blusa bordada a mano puede costar $9.990 en oferta. ¿Qué pasó en la cadena de producción que llegó a costar eso? Basta mirar la etiqueta y leer que fue hecha en Bangladesh para saber que alguna mujer muy pobre sin ninguna garantía laboral la bordó ¿Cuánto le pagaron a ella?

Así como el primer paso en la reducción de residuos es rechazar lo que se convertirá en basura más a delante, también lo es en el consumo de ropa. Y no solo porque la ropa también se convierte en basura o porque en su proceso de producción se usa abismantes cantidades de agua (razones que a mi me parecen suficientes) sino porque en el mundo del consumo desproporcionado, la ética y la justicia no tienen lugar.

La ropa ya esta hecha. Hay millones de jeans lindísimos en la calle Bandera. Hay cientos de chaquetas de cuero bellas, zapatos bacanes y abrigos maravillosos. Hagamos trueques, bordemos sobre las manchas que no salen, hagamos blusas con telas de otras prendas. Aprendamos a tejer, a bordar, a coser. Compremos, por último, ropa de buena calidad, fabricada en Chile o de marcas con buenas prácticas en su proceso de producción. Leamos las etiquetas, cuidemos la ropa que tenemos. Veámonos bellas con la ropa prestada, heredada. Cambiemos el mundo juntas y sigamos siendo lindas, pero esta vez, dejemos menos huellas.