La sexualidad después del cáncer

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Fue a los 37 años cuando a Pamela (quiso cambiar su nombre, para resguardar su identidad) le salió una pequeña lesión en el PAP. La detectaron a tiempo, así solo tuvieron que realizar una conización; una cirugía ambulatoria menor, para extirpar el tejido afectado y con eso terminó su tratamiento.

Pero aunque las secuelas físicas fueron casi inexistentes, las psicológicas fueron todo lo contrario: le costó mucho volver a tener sexo. “Sabía que el virus se contagia por actividad sexual y eso me hizo sentir muy mal. Por un lado sentía miedo de volver a enfermarme, y por otro, me daba vergüenza contarle a mi pareja que tenía esto”, reconoce. De hecho, en el momento de la cirugía llevaba varios meses saliendo con un hombre con el que decidió terminar –a pesar de la buena relación que tenían– solo por temor a contarle lo que le habían encontrado. Fue a la cirugía en secreto.

El miedo de Pamela es algo bastante habitual. Así lo reveló una encuesta de percepción realizada en Reino Unido y que dio cuenta de que, a pesar de ser la infección de transmisión sexual más común que existe, las mujeres no se realizan los exámenes de diagnóstico debido al estigma que hay en torno a la enfermedad y al virus que la causa. De hecho, el sondeo en el que participaron dos mil mujeres, encontró que la mitad de ellas se sentían avergonzadas y perdían interés en el sexo por haber contraído el virus.

Andrea Lagos es ginecóloga oncóloga de la Universidad de Chile. Explica que existe un gran desconocimiento respecto del Virus del Papiloma Humano (VPH) y también sobre cómo y cuándo éste llega a generar un cáncer. “El 80% de las personas que hemos tenido actividad sexual en algún momento de nuestra vida, hemos estado en contacto con el virus Papiloma. El asunto es que el 90% de esas infecciones son transitorias, no nos alcanzamos a enterar porque el sistema inmune elimina al virus. Solamente en el 10 o máximo 20% de las personas que estuvieron en contacto con el virus, la infección es persistente, es decir, el sistema inmune no lo elimina y esos son los que se terminan diagnosticando y detectando”.

Por eso –agrega– es importante la información, para dejar de lado la estigmatización que existe sobre el virus y la enfermedad. “Cuando se altera el test de VPH o el PAP es porque el virus lleva años en tu cuerpo, no es que te lo contagiaste con la última pareja, ni que tu pareja te haya engañado ayer, ni antes de ayer; ese virus probablemente te lo pegaste en la adolescencia o hace al menos 5 años. Por lo tanto, tu vida sexual no tiene por qué cambiar”.

Y es que lo que suele ocurrir es que las personas comienzan a sentir miedo de tener relaciones sexuales pensando en que se van a contagiar o que van a contagiar al otro, pero eso no es así. “Cuando hay una pareja que está en contacto con el virus, tanto el hombre como la mujer generan anticuerpos contra ese virus y por tanto no se vuelven a infectar”, explica la ginecóloga, y agrega: “Hay casos de parejas que empiezan a usar preservativo, pero eso no es necesario cuando hay una pareja estable, porque esa pareja ya tiene el virus y ya creó anticuerpos para ese virus. Esa infección ya está controlada”.

Cuando no hay una pareja estable la recomendación es el uso de preservativos pero, según aclara la experta, el condón sirve para disminuir el riesgo, no para eliminarlo. “El condón sólo previene en un 60% el contagio del VPH, porque es un virus de la piel, se pega en la vulva mediante los fluidos. Por eso, lo que tenemos que apostar es que las personas tengan un sistema inmune lo suficientemente robusto, como para eliminar el virus por sí solas”, dice. De hecho, en mujeres menores de 30 años la probabilidad de eliminar el virus sola es de un 90% y en hombres de todas las edades, de un 99%.

No fumar; mantener un peso adecuado; hacer actividad física de forma regular; si existe una una enfermedad inmune como la tiroiditis o diabetes, o una enfermedad reumatológica mantenerla controlada; o las personas que han recibido un trasplante y usan inmunosupresores, todas estos son factores que hay que considerar, pues pueden aumentar el riesgo de que el virus del Papiloma se mantenga en el cuerpo y pueda terminar en un cáncer. “En ese sentido, el mensaje es que la vida sexual no se tiene por qué ver afectada por tener este virus, pues la mayoría de las personas lo tiene y lo elimina. Obviamente hay que tener una vida sexual responsable, cuidarse porque existen otras infecciones también; y cuidar la salud para fortalecer el sistema inmune, pero dejar de lado el miedo por el contacto con el virus, porque casi todos vamos a estar en contacto alguna vez en nuestra vida”.

Un tratamiento adecuado

Otra cosa es lo que ocurre en las pacientes que desarrollan cáncer. “Algunas mujeres a veces, además de la cirugía, requieren de radioterapia y/o quimioterapia. Estos tratamientos hacen que se sequen los genitales y a veces hay una cicatrización por dentro de la vagina que termina en lo que se conoce como ‘vagina corta’”, explica Andrea Lagos.

Con el diagnóstico de un cáncer cambia todo en la vida de una persona. Este cambio incluye diferentes áreas como la emocional, espiritual, aspecto físico y la sexualidad. “La sexualidad se ve alterada por la presencia de varios síntomas originados por el cáncer, como por ejemplo dolor, sangrado, flujo genital extraño. Lamentablemente el tratamiento de la patología oncológica también tiene efectos secundarios como por ejemplo cambios en la elasticidad de la vagina, falta de lubricación generando resequedad y dolor asociado a la actividad sexual”, agrega Roberto Altamirano, ginecólogo oncólogo y secretario general de la Sociedad Chilena de Obstetricia y Ginecología (SOCHOG).

Ambos expertos coinciden en que es fundamental una evaluación multidisciplinaria y un apoyo integral. “Existen tratamientos como los dilatadores vaginales, lubricantes o diversos tratamientos kinesiológicos para que la mujer pueda seguir teniendo actividad sexual; pero puede ser un proceso lento. Además, tanto la ‘quimio’ como la ‘radio’ producen un grado de anemia y cansancio y por tanto también una disminución del deseo sexual. Por eso es necesario no sólo un tratamiento adecuado, sino que profesionales capacitados e interesados en trabajar no sólo la enfermedad, sino que todos los ámbitos de la mujer, incluido el sexual”, concluye Andrea.

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