Se dice que Paul McCartney y John Lennon solían encontrarse en un cementerio en su juventud y que fue en uno de esos encuentros en que McCartney se habría encontrado con la lápida de una señora llamada Eleanor Rigby cuyo epitafio, al parecer, decía que había muerto sola. Sea una historia real o ficcionada, esto lo inspiró a escribir la famosísima canción “Eleanor Rigby”:
All the lonely people
Where do they all come from? All the lonely people
Where do they all belong?
De ahí surge -dicen-, su excusa para hablar acerca de la soledad, esa palabra que no se identifica como una emoción pero que todos sabemos distinguir cuando la sentimos.
Mi excusa para hablar de soledad es que me he sentido sola muchas veces: de niña, de adolescente, de adulta. Y me he sentido así estando con otros o sin nadie. Y he tenido la fortuna de acompañar a personas que experimentan un sentimiento de soledad a pesar de estar oficialmente con otros, en pareja, con amigos, con familia.
Me ha pasado otras veces todo lo contrario y me he sentido abrumada de estar tan acompañada, llegando a anhelar ese espacio de intimidad donde puedo estar conmigo misma, sin el ruido externo de la compañía. Virginia Wolf escribió en uno de sus diarios “¿Por qué estoy cansada? Porque nunca estoy sola”. Decía que la compañía incesante era tan mala como el confinamiento en solitario.
Pareciera ser que la soledad tiene esa dicotomía. Ni muy solo, ni muy acompañado. ¿Cómo lograr ese equilibrio siendo seres gregarios?
La soledad no tiene buena prensa. Pareciera ser que alguien solo es alguien miserable, alguien a quien no le queda otra, que no elige, que está condenado a estarlo.
Cuando me he sentado sola a comer en un restoran, más de una vez me han preguntado: “¿Viene solita?”.
La soledad es mal vista, se esconde. No se habla de ella. Sin embargo, habitamos un mundo cada vez más solo. Se habla incluso de la epidemia de la soledad y del costo político que conlleva, además de todos los problemas de salud mental que acarrearía una vida en soledad. Sistemas de salud colapsados tratando de sustituir los cuidados y apoyo que nuestras redes sociales tendrían que brindarnos. Es cada vez más frecuente encontrarnos con personas privadas de contactos sociales, de espacios para el mundo afectivo, personas que dejan de vincularse. Personas que no eligen la soledad. Personas que dejan de pedir ayuda por miedo, vergüenza, culpa, o sencillamente porque no tienen red de apoyo.
Pero también el espacio de soledad elegido puede resultar muy beneficioso para conectar con ese yo, con ese espacio de intimidad conmigo mismo donde puedo generar una pausa para sentir. Es desde ahí que la práctica de la meditación se ha extendido tanto en occidente. Para conectar(me) necesito de un espacio de soledad.
Parafraseando a Wolf, pareciera ser que todos necesitamos de un cuarto propio, ese espacio y tiempo en nuestro mundo cotidiano para dar lugar a nuestro descanso, creatividad o, si se quiere, reflexión.
No tengo resuelto el tema de la soledad y tal vez, tú tampoco.
Sólo comparto contigo la pregunta: ¿Te sientes sola? ¿O solita?
* Dominique es Psicoterapeuta -sistémica, centrada en narrativas- y magíster en ontoepistemología de la praxis clínica. Se desempeña como docente universitaria y supervisora de estudiantes en práctica. Atiende a adultos, parejas y familias. Instagram: @psicologianarrativa.