Hace solo una semanas que miles de fanáticas en Chile hicieron fila online durante horas para adquirir entradas para “The Eras Tour”, la gira mundial de la cantante estadounidense más famosa del momento: Taylor Swift. Entre argentinas y chilenas, en solo unas horas, agotaron las entradas para tres fechas en Buenos Aires. Y daba lo mismo si eso suponía viajar a otro país y que entre las entradas, los pasajes y la estadía hubiese que desembolsar medio millón de pesos: da lo mismo, no importa nada, todo por verla en vivo, por compartir ese momento entre miles de swifties -como se hacen llamar- y corear acompañadas sus letras.
Aún más: hoy, a cinco meses del concierto, algunas ya acampan a las afueras del estadio, esperando llegar a primera fila para recibir prácticamente su sudor. La locura por Taylor Swift es, valga la redundancia, una locura en todo el mundo. La lealtad y el nivel de organización de las swifties la han llevado a convertirse en la primera artista de la historia en ocupar diez primeros puestos de la lista Billboard al mismo tiempo. El fanatismo por Taylor no es algo único ni nuevo, lo sabemos; basta revisar los registros de mujeres desmayándose con los movimientos pélvicos de Presley o al ver a The Beatles cruzar la calle. Es un tipo de vínculo de toda la vida al que hoy se le llama “relación parasocial”: cuando las personas generan vínculos intensos y unilaterales con celebridades.
¿Por qué Taylor?
Dicen que la cantante encarna un ideal de mujer de la época; denunció y ganó el juicio en contra de un DJ que la acosó sexualmente en una alfombra roja, lo que la convirtió en una de las personas del año por la revista Time junto a otras denunciantes de acoso. La cantante consiguió, además, con su álbum Midnight, que por primera vez no hubiera ningún artista masculino en el Top 10 de Billboard, a parte de haber hecho una jugada histórica de empoderamiento femenino cuando re-grabó toda su obra para recuperar los derechos de autor que le había robado un antiguo productor. Pero por sobre todo tiene que ver con la honestidad y vulnerabilidad en sus letras propias, que hablan de lo que hablamos todos: del amor y del desamor.
La swiftie chilena Valentina Salinas Rojas, de 22 años, describe lo que siente por ella como una gratitud inmensa. “El amor que siento por Taylor jamás lo había sentido por otro artista musical. Siento agradecimiento hacia ella por lograr transmitir tanto con sus canciones y poder conectar con nosotras, no cualquier artista musical logra transmitir con su música como ella lo hace. Además, la admiro por todo lo que ha pasado, lo fuerte que es y lo fiel que es a la música y a su carrera”. Constanza Ávila Carrillo, de 25 años, quien es swiftie desde 2009, fue un paso más allá en su fanatismo y se tatuó dos frases de sus canciones, Fearless y It’s Golden like daylight. “Por Taylor siento una admiración muy grande, porque en cualquier momento de mi vida, estando feliz o triste, siempre estoy acompañada de su música, siempre hay una canción con la letra que está describiendo el momento que estoy pasando. Ella es como una terapia para mí, es como mi psicóloga, sus canciones son mi terapia”.
¿Cómo funciona una relación parasocial?
La psicóloga Catalina Celsi explica que, aunque puede parecer una relación interpersonal, en realidad esa relación con una celebridad es ficticia o imaginaria, ya que solo existe en la mente del seguidor. “La relación parasocial se caracteriza por su asimetría, es decir, existe una disparidad en los niveles de conocimiento, intimidad y poder entre el seguidor y la celebridad. Mientras que el fan puede sentir una conexión emocional y un sentido de cercanía al creer que conoce al famoso, la celebridad por lo general no está al tanto de la existencia del seguidor ni de los detalles de su vida. Por tanto, esa sensación de intimidad es unilateral”. Catalina explica que el ingrediente principal para que esto pueda darse es la idealización. “Los fans ponen en un pedestal a la figura mediática, atribuyéndole cualidades y características positivas, incluso de manera distorsionada, viendo a la persona como perfecta. No hay que olvidar que la celebridad selecciona con cuidado lo que compartirá con la audiencia. Está todo bastante calculado para generar fanatismo, y desde ese lugar es fácil que la idealización tenga rienda suelta”
Pero aunque ficticia e imaginaria, la relación que establecemos con nuestros ídolos puede ser muy beneficiosa para salud mental, tal y como lo relata Constanza. “Ahora bien, hay posibles beneficios que tienen que ver con emociones de felicidad e identificación con la celebridad. En una etapa adolescente, por ejemplo, identificarse es necesario para poder ir construyendo la identidad. Si el referente además es alguien que tiene talento o que comparte ideas saludables y valores, contribuye al desarrollo de la persona. También despierta sentimientos de satisfacción e inspiración, y sobre todo una sensación de pertenencia a una comunidad. Existen muchas personas que encuentran en ellas satisfacción”
“Los fans ponen en un pedestal a la figura mediática, atribuyéndole cualidades y características positivas, incluso de manera distorsionada, viendo a la persona como perfecta”
¿Qué nos pasa en el cuerpo cuando idolatramos?
Según la psicóloga con máster en Terapia de la Conducta y la Salud, Marta Guerri, el fenómeno de ser fan tiene que ver con la empatía y las neuronas espejo. “Se ha podido comprobar que las personas forofas (fanáticos) presentan un elevado nivel de empatía, lo que les lleva a ponerse en la piel de su ídolo para experimentar lo que él experimenta. Cuando esto sucede, las neuronas espejo hacen el resto del trabajo. El forofo se identifica tanto con el ídolo (a partir, precisamente, de esa empatía) que lo que genera placer en el ídolo, genera placer en el forofo”. La psicóloga explica que cuando un futbolista mete un gol, por ejemplo, los hinchas tienen un subidón de dopamina (la hormona que genera las sensaciones de placer) porque se está replicando lo que experimenta el ídolo. Algo así sucede con Taylor, por ejemplo, al verla interpretar sus canciones, más aún si es en vivo. Por otra parte, dice la experta, está el factor de sentirse integrado a un grupo, es decir el “efecto manada”. “Este efecto de manada, o comportamiento gregario, tiene un nombre concreto en psicología conductual: El efecto bandwagon. Es el efecto mediante el cual las personas se adscriben a un grupo; a medida que va creciendo el número de personas interesadas en ese grupo, es más probable que se añadan nuevas personas, y a medida que se añaden nuevas personas, todavía es más probable que ese grupo tenga fuerza para atraer a nuevas personas.”
Catalina agrega que sobre todo la emoción que suscita la figura de un ídolo es la alegría. La anticipación de eventos, como conciertos, partidos, actuaciones pueden generar una sensación de emoción y felicidad. Cuando esto es demasiado intenso, el fanatismo lleva a la euforia y el éxtasis, emociones que desbordan, como en las clásicas imágenes de desmayos en conciertos.
No todo es positivo
Ojo que sentir ese nivel de pasión puede ser saludable, hasta que ya no lo es; siempre puede convertirse en una obsesión descontrolada “Esto puede llevar a algunos aspectos negativos, y no solo positivos. Si el forofo siente que puede perder la posibilidad de tener ese extra de dopamina (con la cancelación de un concierto, por ejemplo), puede responder agresivamente o con depresión”, dice en un artículo Marta Guerri. Catalina a su vez señala también efectos adversos:” El fanatismo excesivo es poco saludable y puede afectar negativamente la autoestima y la identidad personal si se establece una dependencia emocional demasiado fuerte en relación con el ídolo. También provoca una pérdida de perspectiva y una falta de atención a otros aspectos de la vida. Es fundamental mantener un equilibrio realista en la relación con la celebridad”.