Gabriel tiene 48 años y no sale de su casa sin una tira de alprazolam en la billetera. Para él sería como salir a la calle desnudo. Ingiere entre una y tres pastillas de 0,50 mg por día. Sin embargo, si debe enfrentarse a una situación que le provoca estrés y angustia, aumenta la dosis. "Cuando sé que tengo que tomar un ascensor. Cuando voy a viajar en carretera. Si tengo una reunión importante. Y, por supuesto, para dormir. Nunca duermo sin tomar alprazolam". La primera pastilla que tomó fue a los 26 años y se la dio un amigo. "Pasé varios días sin dormir. Estaba desesperado. Hasta que me dieron esta pastillita que resultó ser milagrosa".

Luego, a los 35, fue víctima de frecuentes crisis de pánico con nuevos ataques de insomnio. Su hermano mayor había fallecido recién producto de un cáncer gástrico. Consultó a diversos siquiatras y todos le recetaron alprazolam de 0,50 mg combinado con un antidepresivo. Cuando los ataques de pánico cedieron, continuó solo con el alprazolam, que toma hasta hoy. Pero desde hace años que Gabriel dejó de consultar siquiatras. Las recetas se las consigue con un tío neurólogo. Sin la pastilla se siente perdido.

La primera la traga alrededor de las cinco de la mañana, cuando despierta sobresaltado, con angustia. Entonces, abotagado por el efecto del medicamento, duerme hasta mediodía. Por eso no ha podido conseguir un trabajo normal. Comienza a funcionar después de las dos de la tarde. Trabaja en su casa, el departamento de su madre en Vitacura, diseñando páginas web. A veces no hace nada. Confiesa que ha preferido alejarse de sus amigos. "Ellos tienen todo lo que yo no tengo: mujer, hijos, autos. Una casa. Vivo estresado, nervioso y con angustia. No quiero que me vean así. Fracasado. Enfermo. Tampoco tengo polola porque es difícil que alguien me aguante con este nivel de angustia. Prefiero estar solo. Sé que algo anda mal pero no sé qué hacer. Si me sacan el alprazolam me muero", asume.

Tapar la pena

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Alejandra, ingeniera comercial de 36 años, conoció el alprazolam –comercializado en Chile como zotran, adax, tricalma y grifoalpram, entre otras marcas– cuando era adolescente, pues su madre, que había quedado viuda muy joven y tenía tendencia a la depresión, consumía el fármaco a diario. Fue ella quien le convidó la pastilla para que se relajara y durmiera mejor. Al poco tiempo, Alejandra se habituó a ingerirla cada vez que sentía angustia o pena. "Desde que murió mi papá, cuando yo tenía diez años, las cosas nunca fueron fáciles en mi casa. Mi mamá trabajaba mucho para sacarnos adelante a mí y a mi hermana. Y cuando no estaba en el trabajo, estaba en cama, deprimida.

Crecí sintiendo su pena, su angustia. Entonces, comencé a consumir sus pastillas. Eran como el paraíso, me bajaban la ansiedad inmediatamente", recuerda. Al salir de la universidad, preocupada por la recurrencia de sus estados de ansiedad y cambios de ánimo, consultó a un siquiatra que, años atrás, había atendido a su madre.

El especialista le recetó clonazepam, nombre genérico del popular ravotril que también se vende en Chile bajo otras marcas como valpax, acepran o crismol. Fue entonces cuando comenzó a ingerir ansiolíticos diariamente y a subir, por su cuenta, las dosis. En menos de un año llegó a ingerir diez pastillas de 2mg al día. Demasiadas. Una dosis regular diaria –según los especialistas consultados para este reportaje– va desde los 0,5mg como mínimo, hasta los 6 mg. Y esto último en casos graves de pacientes con trastorno bipolar que deben ser hospitalizados.

"Te metes en esto y no te das cuenta cuando ya no puedes parar. Es como una bola de nieve que te agarra y, aunque trates, no logras salir de ella" dice Alejandra, quien pidió ocultar su verdadero nombre. "Empezaba el día con dos pastillas y, cuando se me acababa el efecto, me volvía la angustia y ahí tomaba otra y luego otra. Estaba siempre estresada, irritable. Pasaba preocupada de que las pastillas se me fueran a acabar y obsesionada con conseguirme las recetas. Estuve siete años bajo el efecto del clonazepam. Desde los 24 hasta los 30 años. Siete años de los cuales no recuerdo mucho.

Dormía casi todo el día. Vivía con mi mamá que trabajaba como secretaria de una transnacional y nos mantenía a las dos. Yo no lograba funcionar. No tenía horarios que me permitieran cumplir con un trabajo regular porque, como el medicamento también tiene efecto hipnótico, las altas dosis me daban mucho sueño. No era de muchas amigas y, las que tenía, no me decían nada. Mi pololeo era muy tormentoso, debido a mis abruptos cambios de ánimo, peleábamos todo el tiempo. Sin embargo, él tenía una paciencia infinita para soportarme y nunca me dejó. Para que te hagas una idea de lo anestesiada que estaba: en esa época falleció mi abuela materna.

Yo viví con ella hasta que cumplí quince años. Teníamos una relación muy cómplice. Cuando murió, en vez de llorar, tomé mis pastillas y dormí como una piedra. Ni siquiera fui al funeral. Mi familia se enojó mucho conmigo. Lo que hice fue tapar la pena. Y la tapé tanto que ni siquiera tengo memoria de esos días".

Los riesgos del abuso

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El clonazepam y otros medicamentos de la familia de las benzodiazepinas (como el diazepam, alprazolam o lorazepam, entre los más utilizados en Chile) actúan sobre un neurotransmisor llamado GABA –ácido gamma aminobutírico– que regula la ansiedad, provocando un efecto calmante. Son muy útiles para combatir estados puntuales de ansiedad, insomnio o estrés. Por ejemplo, ante la enfermedad de un hijo o tras una experiencia traumatizante, como ocurrió después del terremoto de 2010, cuando el consumo de ansiolíticos aumentó en un 40 por ciento en el país. Pero no son medicamentos adecuados para el consumo de largo plazo.

Está comprobado que después de seis meses no solo pierden efectividad, sino que fácilmente producen tolerancia (el organismo se acostumbra y requiere dosis cada vez más altas para lograr el efecto deseado) y que también tienen un efecto adictivo, ya que generan una sensación de placer inmediata y comparten un mecanismo de recompensa similar al de algunas drogas adictivas, como la cocaína. Además, su uso crónico puede generar daño cerebral. "Quienes consumen por largos periodos y en forma abusiva andan decaídos, pierden la memoria inmediata y la concentración, se vuelven reiterativos en sus ideas, se sienten ansiosos. O actúan con indiferencia o reaccionan en forma agresiva e irritable.

En poco tiempo comienzan a presentar deterioro en sus actividades laborales, académicas y familiares hasta llegar a un punto de no retorno de donde solo se puede salir con ayuda médica", explica el siquiatra especialista en adicciones, Gonzalo Acuña, del Centro Nevería". Por todo esto, desde 1995 las benzodiazepinas se venden en el país con receta retenida. Esto implica que en la receta se registran tanto los datos del médico como los del paciente y que su duración se limita a un mes. Después de ese lapso queda obsoleta. Sin embargo, los consumidores parecen no estar adecuadamente sensibilizados a los riesgos.

"Cuando las benzodiazepinas están recetadas en un contexto médico es imposible hacerse adicto", plantea Acuña, "El problema se produce cuando los pacientes traspasan lo dicho por el especialista y, por su cuenta, aumentan las dosis y el tiempo de consumo indicado. Si al principio necesitabas una pastilla, al cabo de unos seis meses aproximadamente, vas a necesitar dos y luego tres para producir el efecto tranquilizador y ansiolítico que se buscaba al comienzo". Una señal de alerta es cuando el consumidor comienza a pedirle el fármaco a cualquier médico, como en el caso de Gabriel, el testimonio que abre este reportaje. "Van de doctor en doctor en busca de recetas y, como en nuestro país no existe un banco único de recetas, o una base de datos, resulta fácil hacerlo", acota Acuña.

También existen médicos que recetan benzodiazepinas con demasiada facilidad, como es el caso de los médicos de turno en los centros de urgencia. Tienen poco tiempo para atender al paciente, no disponen de un diagnóstico certero. "Algunos doctores prescriben más de lo que se necesita o recetan sin hacer un seguimiento", acusa Daniel Seijas, siquiatra especialista en adicciones de la Clínica Las Condes. Puntualiza: "El clonazepam, por ejemplo, no se debería ingerir ni recetar por más de cuatro semanas. Después de ese periodo, es mandatorio reevaluar al paciente y decidir si disminuir la dosis para luego quitar el medicamento (cuando el cuadro puntual de estrés va en retirada) o bien reemplazar la benzodiazepina por un fármaco que sí esté recomendado para el tratamiento de largo plazo, como son los antidepresivos del tipo ISRS (inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina) que poseen efectos ansiolíticos de largo plazo pero que –a diferencia de las benzodiazepinas– no crean dependencia, pues no producen recompensa inmediata en el organismo.

Plantea que son muy pocas las patologías en las que se usa el tratamiento de largo plazo con benzodiazepinas. "Entre las más conocidas están el trastorno de pánico y el trastorno bipolar. Pero en esos casos, previamente debe existir un diagnóstico, y el tratamiento medicamentoso debe combinarse con sicoterapia. Jamás se debiera recetar la benzodiazepina como única terapia".

Volver a nacer

En el caso de Alejandra, era su propio siquiatra quien le proveía las recetas de clonazepam. Constantemente. Durante años. "Fue muy inescrupuloso", reflexiona ella hoy. "Nunca emitió un diagnóstico claro. Nunca me propuso sicoterapia. Tampoco me indicó un tiempo definido para el tratamiento. Hay que tener cuidado con quién uno se trata. Yo caí en pésimas manos. Él me atendió solo al comienzo y después me dejaba las recetas con su secretaria. Así estuvimos por años hasta que me di cuenta de que estaba enferma. Mi vida era un infierno. Ni yo me soportaba".

Recomendado por una prima, Alejandra visitó a un nuevo especialista para que la ayudara a dejar su adicción. El diagnóstico fue lapidario: debía internarse inmediatamente en una clínica para desintoxicarse. "Fue horroroso. Pensé que no lo iba a tolerar. Estás con alguien que te acompaña las 24 horas del día. Hasta para ir al baño. Al principio no podía tener contacto con el exterior, al cabo de unos días pude recibir visitas y llamados. La gente era amable, pero yo lo pasé pésimo. Sufrí distintos síntomas de abstinencia: mucha sudoración, angustia, insomnio y fuertes palpitaciones.

Me disminuyeron el clonazepam paulatinamente e introdujeron otros medicamentos que me ayudaban a seguir en pie. Estuve un mes en la clínica". Después de la hospitalización, el camino hacia la recuperación continuó con sicoterapia todas las semanas en sesiones individuales y de grupo con otros pacientes adictos a diversas sustancias. También tuvo sesiones con su marido. El proceso duró dos años, hasta que fue dada de alta. Hoy, cuatro años después, está casada con quien fue su pololo durante sus peores momentos. Tienen dos hijos, uno de tres y otro de un año, y acaba de comenzar un diplomado en Recursos Humanos. Reflexiona: "He asumido que tengo una predisposición biológica a las adicciones. Y que mi adicción al clonazepam es una enfermedad que llevaré conmigo de por vida.

Jamás debo olvidarlo, porque la parte más difícil es no volver a recaer". Daniel Seijas explica que la mayoría de los pacientes que presentan un consumo excesivo de benzodiazepinas son adictos moderados, lo que significa que la adicción puede ser tratada de manera ambulatoria bajando paulatinamente las dosis del fármaco y manejando los estados de angustia y privación con antidepresivos. Pero un 4 por ciento –como en el caso de Alejandra– presenta dependencia grave y debe internarse para desintoxicarse.

¿Qué le pasa a mi hermana?

Muchas veces, los primeros en darse cuenta son los amigos, hermanos, padres o cónyuges quienes se ven en la difícil situación de decidir si intervenir o no. María José (24) tuvo que tomar la decisión de internar a su hermana Javiera, de 21, hace unos meses. Todavía impactada, solicita que sus nombres sean modificados. "La Javiera dormía todo el día. Le cambió la mirada. Engordó. Estaba conflictiva, agresiva, con cambios de ánimo muy bruscos. Le empezó a fallar la memoria. Yo no vivía con ella así es que no me daba cuenta cuán grave era su estado hasta que un día la encontré a las cuatro de la tarde durmiendo en la cama de mi mamá. Su respiración era muy tenue. Parecía un muerto. En ese momento decidí encararla y preguntarle qué le estaba pasando. Entonces me contó que estaba adicta a los ravotriles.

Que estaba asustada y que no había querido hablar con los papás para no preocuparlos". A María José le costó entender, pensó que su hermana consumía otro tipo de drogas ilícitas y le mentía: "Yo no sabía qué era el clonazepam. Qué eran las benzodiazepinas. En mi casa apenas se toman aspirinas. Entonces mi hermana me llevó a su pieza y sacó de su clóset montones de cajas vacías de remedios. Me asusté. Eran demasiadas".

Al reconstruir la historia de cómo había empezado el consumo abusivo, María José y su familia descubrieron que Javiera había probado su primer ravotril a los 17, cuando sacó a escondidas del clóset de su mamá unas cajas que esta había guardado, intactas, porque se las habían recetado cuando murió la abuela, pero nunca las usó. "Cuando se le acabaron las pastillas de mi mamá, la Javiera empezó a conseguir recetas con distintos doctores". Esa misma tarde, María José habló con sus padres y decidieron buscar ayuda. Dos días después Javiera ingresó a una clínica para desintoxicarse. Desde hace dos meses está en su casa, acompañada todo el tiempo por su familia. Apoyada con sicoterapia, poco a poco está despertando.

Aprender a dejarlas

La sicóloga Mirentxu Bustos es autora del libro La tranquila adicción de Santiago (Editorial Libura, 1991), uno de los primeros trabajos que alertó sobre las preocupantes cifras de consumo de benzodiazepinas en nuestra capital. A su juicio, lo más relevante es que los consumidores estén informados y que, si detectan que están teniendo un consumo abusivo, busquen apoyo para detenerse. "Lo más importante es tener la disposición para hacerlo", indica. "Un buen momento son las vacaciones, ya que disminuye drásticamente el nivel de estrés. Hay técnicas de relajación y respiración muy útiles. También ayuda mucho hacer yoga y practicar deporte, pues nivela el equilibrio emocional". Bustos es una convencida de que la mejor manera de disminuir el consumo abusivo de sicofármacos es con sicoterapia: "Esto ayuda a trabajar los problemas de fondo. Saber por qué te angustias, cuándo y cómo enfrentarlo. Si te haces cargo de esto, puedes desarrollar herramientas más saludables para enfrentar la angustia o el estrés".

Señales de alerta

Aunque te parezca lógico, aunque otras amigas lo hagan, aunque algún médico te haya receta alguna vez un ansiolítico preocúpate si:

• Cada vez que tienes pena, miedo, rabia, estrés, angustia, tu primer impulso es tomar algún fármaco tranquilizante.

• Si consigues recetas con médicos amigos y pastillas a través de familiares y conocidos.

• Haz debido aumentar la dosis del fármaco para obtener el efecto que antes conseguía con menos.

Consumo en aumento

Chile es el cuarto país en Latinoamérica en consumo de benzodiazepinas, después de Venezuela, Uruguay y Argentina. Pero su utilización ha aumentado. Según un estudio del CONACE de 2010 de un total de 575 pacientes ingresados a urgencia de un hospital público de Santiago, 20,9 por ciento arrojó positivo para benzodiazepinas. Las cifras mostraron una diferencia significativa entre hombres y mujeres: 17,6 por ciento para ellos y 27,2 para ellas.

El porcentaje aumentó 10 por ciento respecto de una medición similar realizada hace 10 años. El alza más aguda se da entre los jóvenes entre 19 y 24 años. Según Patricio Huenchuñir, jefe del Departamento de Políticas Farmacéuticas del Minsal, el mayor control que ejerce la autoridad respecto de las benzodiazepinas es la receta retenida. "Los seremis realizan una rigurosa vigilancia a las farmacias, revisando las recetas que se repiten", declara. En su opinión, "los médicos tienen los criterios y conocimientos suficientes para recetar estos productos, sin desconocer que podrían existir algunos, por suerte una minoría, que podría hacer mal uso de sus recetas".