La vida después del cáncer

susy



“En septiembre de 2011 me detectaron cáncer de mama. En general, soy bien matea con los controles médicos, entonces recuerdo que en febrero, cuando salí de vacaciones, me hice la mamografía y estaba todo bien. Pero en agosto, cuando estaba en la ducha, sentí que tenía un poroto en una mama, así que pedí una hora de nuevo. Pasaron unos días y me llamaron por teléfono diciéndome que habían encontrado algo diferente a lo que se veía en las imágenes pasadas. Me pidieron una ecografía mamaria y el doctor, con esos resultados, y revisándome, al tiro que me dijo que había un 90% de probabilidad que esto fuera cáncer. Así me enteré.

Quedé en shock un buen rato, porque no sabía qué se hacía. No entendía cómo era el proceso. Y lo que hice fue moverme en piloto automático, sin entender demasiado: llamé a la Isapre, fui a la clínica, tomé hora con un oncólogo y a la semana, ya estaba operándome. No había mucho que esperar. Era tal mi desconcierto que, después de entrar a pabellón, pensé que tenía que volver a trabajar, hasta que el equipo médico me hizo entender que esto se trataba de un largo camino. Que no era llegar y volver a las pistas.

En un momento -en toda esta confusión-, me culpé porque sentí que mi cuerpo me había traicionado. Nunca he sido extremadamente cuidadosa con mi organismo, pero tampoco al lote. Tenía cuidados básicos: comía bien, hacía ejercicio, entonces pensaba ¿qué hice mal? ¿qué pasó aquí? Al final, hace tanto tiempo que no tenía vacaciones, que decidí tomar este break de ese modo. Porque afortunadamente nunca me sentí mal. En total, me operaron dos veces para luego hacerme radioterapia, y quimioterapia.

Antes que se me cayera el pelo, me acerqué a la Corporación Yo Mujer porque sentía que me faltaba algo. Aunque tenía una gran contención familiar y de amigos, me di cuenta que ahí todas estaban en la misma que yo y eso me ayudó a familiarizarme también con el proceso de pérdida del cabello. Al principio, debo admitir que me chocó, pero fue necesario porque me aconsejaron cortarme el pelo cortito, para que cuando se cayera, no fuera en manojos. Eso era lo que me daba susto a mí. Como los médicos no están en el día a día, a veces se les pasan ciertos detalles que ahí fui aprendiendo. Fue bonito compartir la experiencia con mujeres que vivían lo mismo que yo, aunque muchas de ellas ya no están en este plano.

Cuando me levantaron la licencia médica, yo seguí con quimioterapias, en dosis más bajas. Recuerdo que eran menos invalidantes. En ese entonces, trabajaba en una empresa constructora -soy administrador público- y ahí fueron súper receptivos y apoyadores, porque algunas personas del equipo tenían experiencias familiares de cáncer. Igual, por mí, hubiese seguido con licencia por harto tiempo más porque no me sentía al 100% para volver, pero sabía que tenía que retomar mi vida. Fue de a poco que me volví a enganchar. Me involucré con actividades de la Corporación, escribí columnas de opinión y me metí a una radio online. Quería hacer muchas cosas, tomar todas las oportunidades que se me aparecieran.

Quizás, esa fue una de las lecciones más grandes que me dejó el cáncer: Hay que dedicarse a las cosas que a uno le gustan, y buscar instancias para hacerlas. Porque no estamos aquí para siempre. Después de vivir una experiencia así, pude reconocer aún mejor la finitud de la vida. A veces se nos olvida que todo se puede acabar en cualquier minuto, entonces hay que aprovechar el tiempo. Lo otro que aprendí es a hablar de la muerte, porque la gente le hace mucho el quite. Y es lógico tenerle miedo, pero es necesario cuando se vive con una enfermedad como ésta.

Después de 11 años de mi cáncer, sigo yendo a controles una vez al año. Recuerdo que en una de esas visitas, le pregunté al doctor ¿cuándo me va a dar de alta? y él me dijo nunca, tú vas a tener que venir siempre para acá. Eso quiere decir que la probabilidad de que vuelva está latente, y eso es un tema que hay que asumir como permanente. Obviamente, eso genera ansiedad, porque pienso qué lata que esto no se acabe. Al volver a hacerme los chequeos, es inevitable también revivir todo lo que me pasó. Ver los sillones llenos, con las personas esperando para la radioterapia, muchos de ellos con maletas o bolsos porque no son de Santiago. Es fuerte, pero hay que entender que esto es un camino largo, que no termina cuando se acaban los tratamientos”.

Susana Hernández tiene 65 años y tuvo cáncer de mama en 2011.

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