Todos los días, a las 5 de la mañana, el director social nacional del Hogar de Cristo corre por La Pintana, una de las comunas más pobres de Santiago. No es una manda ni una disciplina autoimpuesta. Para Benito Baranda (47 años) correr es una necesidad y un placer. De joven, su pasión era el atletismo. Ganaba medallas, llegó a ser campeón sudamericano y estaba seguro de que llegaría a derribar récords de marca mundial. Había puesto en ello todas sus expectativas, pero a los 17 años se le fracturó una pierna y hasta ahí llegaron esos sueños.
Entonces Benito –ex alumno del colegio San Ignacio y tercer hijo de una familia acomodada de diez hermanos– buscó otras metas. Entró a estudiar Sicología en la Universidad Católica y comenzó a construir una vida personal y profesional volcada al servicio a los demás. Desde hace casi 20 años vive en La Pintana, junto a su mujer, la sicóloga Lorena Cornejo, y a seis hijos adoptados, la menor de ellas, Magdalena, con discapacidad múltiple. Según un sacerdote jesuita que lo conoce bien: "no se puede entender a Benito sin su mujer. Juntos han hecho un proyecto de vida para servir a los demás".
Muchos lo admiran y respetan por esa decisión. Se le ha calificado como el "buenólogo" número uno de Chile; también lo han apodado "Buenito" Baranda. Él se molesta. Le irrita ser visto como una persona excepcional.
–Da la sensación de que eres el más religioso de los laicos. ¿Por qué no fuiste cura?
–Aunque tengo un hermano cura, Guillermo, y una hermana religiosa, Sofía, nunca quise ser sacerdote. Dios nos entrególaoportunidaddeconocernosconLorenaydeseguir alimentando nuestro amor entregándonos a los otros.
–A los pocos años de casados, con Lorena se fueron a vivir a una hospedería de niños pobres, ¿cómo fue que tomaron esa decisión?
–Con Lorena nos conocimos en la universidad, en el año 77. Pololeamos tres años y decidimos casarnos. Habíamos participado de comunidades cristianas y queríamos tener una vida distinta. Los dos vivíamos en el barrio alto y optamos por irnos a una casita de adobe en Independencia, con muy pocos bienes materiales. Ahí vivimos dos años. Una noche llegué triste a la casa porque tenía que seleccionar matrimonios para encargarse de una hospedería de niños. Los matrimonios habían salido mal evaluados. Le conté a Lorena. Estábamos solos, comiendo en una mesa que aún tenemos y que era el escritorio del papá de un amigo mío. Ella me dijo: "¿Por qué uno tiene que andar buscando gente pobre para hacer las pegas que nos corresponde hacer a nosotros que estudiamos para eso". Y me planteó: "¿Por qué no lo hacemos?". Entonces Lorena tenía 24 años y yo 25. Sentimos que la mano de Dios nos abría un mundo impresionante.
–¿Y terminaron viviendo en la hospedería?
–Sí. Nos trasladamos a una pieza. Fue una vivencia radical que te muestra que uno puede vivir feliz sin tener nada. Sólo teníamos nuestra cama, un armario con la ropa y nada más. Compartíamos el baño con la señora que cocinaba, la Fide. En ese hogar dormían entre 15 a 20 chiquillos por noche. Eran niños de la calle.
–¿Cómo los marcó esa experiencia como pareja?
–Es la experiencia más radical que hemos vivido. Por primera vez vivíamos con niños marginados. Y eso es tremendo y maravilloso a la vez, por sus historias, por sus vidas. Yo no había tenido la experiencia de paternidad, pero el tener que salir en la noche corriendo a un hospital porque alguno se enfermaba, te permite vivenciar aquello. Lo otro que nos cambió fuertemente la vida es que con Lorena nos aprendimos a querer sirviendo. Cuando ves a la persona que amas sacándose la mugre por los otros, te das cuenta de la profundidad del amor. Después nos fuimos a estudiar a Italia por cuatro años. Cuando regresamos comenzamos a formar nuestra familia. Tenemos seis hijos adoptados: Manuel, de 17 años; Constanza, que va a cumplir 16; Ignacio, de 14; Antonia, de 12; Santiago, de 9, y Magdalena, de 6.
–¿Por qué adoptaron?
–Cuando nos casamos, no sabíamos que no íbamos a
podertenerhijos. Lo supimoscuandoestábamostrabajando
en la hospedería.
–¿Cómo fue eso?
–Lorena había tenido una peritonitis a los 18 años. Un día
estábamos en la hospedería y ella se sintió mal. La operaron
porque tenía unas adherencias en las trompas. Después de la
cirugía, nos metimos en el centro de la Universidad Católica
que trabaja en esto; nos hicimos todos los exámenes, estuvimos
como dos meses en eso, hasta que nos dimos cuenta
que simplemente no podíamos.
–¿Les dolió hacer la renuncia?
–Es que el paso por la hospedería fue muy importante. Nos
habíamos enterado de que no íbamos a poder tener hijos,
pero al mismo tiempo estábamos viviendo esta tremenda
entrega con los niños de allí. Entonces, pasamos no más.
Fue sin drama. El experimentar otra forma de ser padres
nos abrió los ojos respecto a que la paternidad no se ejerce
a través de la genética ni de la biología. Se ejerce a través del
amor. Lo que marca el sello de la paternidad no es quien te
parió, sino quién te amó, quién se entregó por ti.
–Magdalena, la menor de tus hijas, tiene discapacidad
múltiple...
–...Ella vino como a coronar la felicidad de nuestra familia.
Llegó cuando tenía un año y ha sido muy bonito porque fue
una opción familiar. Su discapacidad es muy profunda.
Cuando llegó, tenía dañados sus cinco sentidos. Le ha costado
vincularse con el mundo, pero va avanzando, y eso se
debe al cariño de todos nosotros. Sus hermanos la forzaron
a aprender a caminar; yo pasé horas acompañándola en el
baño hasta que aprendió a controlar esfínter; Lorena dejó
de trabajar para dedicarse a ella por completo. Magdalena
ha sido un gran regalo. Nos ha permitido involucrarnos al
mundo de la discapacidad, de la diversidad.
–¿Nunca dudaste de la decisión de aceptar, voluntariamente,a un hijo discapacitado?
–Para ser bien honestos, cuando nos pasaban la ficha para
adoptar, con Lorena siempre poníamos que queríamos un
niño sano. Pero en esta oportunidad escribimos en la ficha
que estábamos dispuestos a que fuese discapacitado. Nos
llamaron de la Fundación Chilena para la Adopción para
contarnos de Magdalena. Fue un viernes. El lunes quedamos
de encontrarnos con ella. El domingo le preguntamos a los
chiquillos. Lorena y yo estábamos felices, pero teníamos
que saber si ellos estaban dispuestos a acompañarnos en
esta tarea. Se pusieron tan contentos que nos emocionamos
nosotros.
–¿Y qué te pasó cuando viste a Magdalena?
–Con Lorena nos dejaron solos en una pieza con ella. La
vimos tan indefensa. Era una niña que no quería ser abra-