Lo primero que solía enseñarle a tejer una madre aymara a su hija, era un cintillo en telar de cintura. Elizabeth Choque, quien vive en Pozo Almonte, Región de Tarapacá, aprendió a hacer el suyo a los ocho años y desde entonces se ha dedicado a tejer. Pero su historia no es solo la de una tejedora del norte de Chile, sino la de una dirigenta que levanta la voz por otras artesanas y que con su trabajo ha podido salir del país a conquistar nuevos mercados.
Tradicionalmente, las mujeres aymara aprenden a tejer en el llamado “telar tradicional”, una herramienta de herencia precolombina de la que existen dos tipos: el telar de cintura y el de cuatro estacas. En ellos confeccionan piezas de uso personal cargadas de la simbología propia de su cosmovisión y, por lo mismo, destinadas a un uso ceremonial: piezas por lo general complejas y costosas. Elizabeth aprendió a tejer en ambos. Pero en su camino como artesana también heredó otro saber propio de la zona: el tejido en telar de lizos. Este, eso sí, de la mano de hombres. Porque en la Región de Tarapacá el tejido no ha sido solo cosa de mujeres. Por décadas, los hombres de esa localidad tejieron sus vestimentas en telar de lizos –que pueden tener dos o cuatro pedales–, introducido por los españoles en la Colonia. “Antiguamente los hombres se hacían sus propias vestimentas: tejían la tela para hacerse sus pantalones y chaquetas para la vida cotidiana. A medida que pasaron los años y salió la ropa común y corriente, los hombres empezaron a dejar de lado el telar de dos o cuatro pedales y las mujeres empezaron a utilizarlos para hacer productos más comerciales, como chales, ruanas, ponchos y bufandas”, explica Elizabeth.
De hecho, a su abuela Julia, fue su marido Juan quien le enseñó a usar el telar de pinos, como le llaman en Pozo Almonte al telar de dos y cuatro pedales. De ahí en adelante, la tradición se mantuvo en las mujeres de la familia. Elizabeth se dedicó a tejer este tipo de telares, pero pasaron años antes de que se volcara 100% a la artesanía. Por mucho tiempo trabajó llevando pasajeros entre Iquique y Colchane. Pero como siempre quiso entrar a la universidad, a los 31 años se decidió a cumplir su sueño: entrar a estudiar Ingeniería en Control de Gestión en la Universidad Andrés Bello de Iquique.
“Iba a empezar a trabajar en mi carrera, pero tenía dos niños y una niñita. Era complejo, porque las mujeres aymara somos muy protectoras, siempre nos gusta estar cerca de nuestros hijos. Nos cuesta ese desapego. Así que finalmente opté por dedicarme a la artesanía y dije: ‘Ya, si estudié, voy a aprovechar esto como una oportunidad para mejorar y empezar a comercializar los productos’”, cuenta Elizabeth. Y así lo hizo. Primero trabajó apoyando a la asociación Flor del Tamarugal que formó ella junto a otras artesanas de Pozo Almonte en 2002: además de entregar sus productos, Elizabeth ayudaba a visibilizar y ver nuevas formas de comercializar las piezas de la agrupación. Pero no se quedó ahí. “Pasaron los años y como se empezó a tocar harto el tema de la artesanía, formamos la Sociedad Indígena Laira Sawuri, que está en Alto Hospicio y agrupa a artesanas textileras de siete comunas de la zona”, relata. La misión ahí era diferente: Como su abuela le enseñó a su mamá –y su mamá a ella–, Laira Sawuri buscaba traspasar conocimientos a nuevas artesanas aymara, incentivando a las mujeres jóvenes a mantener la tradición del tejido.
Mientras espera un avión que la llevará de Iquique a Santiago, Elizabeth recuerda cómo llegó a viajar al extranjero ofreciendo los textiles aymara de Pozo Almonte y Alto Hospicio: “Estuve en un nodo que se realizó en Corfo con varias productoras de acá de la región. Yo era la única en el tema textil y empezamos a prospectar en diferentes países. Formamos la Cooperativa Aymar Sawuri, de mujeres aymara provenientes del altiplano chileno, para potenciar y llevar los productos al extranjero. Ahí empezamos a trabajar con ProChile”. Fue en una misión comercial en Nueva York donde consiguió contactar con una tienda en Canadá, donde sus textiles se vendieron por varios años. También viajó a Alemania y a Italia.
Con el fin de llevar la textilería aymara al extranjero, Elizabeth ha participado en nodos de Corfo, ha trabajado con ProChile y ha ido a ferias en Nueva York, Italia y Alemania.
Paralelo a ese recorrido, Elizabeth ha sido testigo de la relación que desde 2003 empezó a forjarse entre artesanas de su zona y Fundación Artesanías de Chile. “Ese año se hizo una gira a Pozo Almonte. Nosotras nos reunimos y mostramos en nuestras casas los productos que hacíamos. Ahí empezamos a tener una relación con la fundación y a participar de capacitaciones”, cuenta. En estos casi veinte años de vínculo dice que han aprendido a ser más agudas en el control de calidad de sus productos, han mejorado el cálculo de costos, han aprendido a insertarse en el mundo digital y a experimentar nuevas técnicas para otorgarle una perspectiva moderna a su trabajo.
Mientras se sube a un taxi en Santiago, Elizabeth dice que las formaciones también han generado algo particular en ella: la han llevado a asumir un rol de liderazgo. “Me han ayudado a sacar la voz para apoyar a mis compañeras, porque algunas son un poco calladas. Entonces de repente hay algo que no les gusta y no lo hacen saber. Yo me encargo de resolver esas inquietudes”, dice.
Donde sea que va, Elizabeth Choque asegura que tiene una idea clara que nunca se le olvida: lo más importante para ella como artesana es sacar adelante a las textileras aymara del norte de Chile.
*Este testimonio es parte del libro Proartesano 2021. Semillas de Cambio, editado por Fundación Artesanías de Chile y publicado en exclusiva para Paula.cl.