Paula 1190. Sábado 2 de enero de 2016.

Es un lunes de diciembre y Sergio Gelfenstein está sentado en una tienda de muebles en Alonso de Córdova, donde trabaja, vestido con un pantalón de tela y una camisa de jeans entreabierta, que deja ver el rosario de madera que lleva al cuello. Hace algún tiempo se lo regaló un amigo. En la muñeca izquierda tiene enrollada una pulsera de cuero que compró con sus hijos en Maitencillo.

En la mesa, al costado de su computador, su teléfono no para de sonar. Han pasado cuatro días desde que a Cristóbal, su hijo menor de 14 años, lo dieron de alta de la Clínica Las Condes, donde fue sometido a un doble trasplante de pulmón. Pero como todo ha andado bien, ante las llamadas, ya no reacciona tan nervioso. Razones tendría para estarlo: en julio de 2012, la mayor de sus tres hijos, Trinidad, no corrió la misma suerte: tras una falla multisistémica después de un doble trasplante pulmonar gatillado por la misma enfermedad –una hemangiomatosis capilar pulmonar que por primera vez presentaba una persona en Chile– falleció a los 17 años. Pero ahora las cosas se han dado distinto. Por eso, con el pasar de los días este hombre, que en marzo cumple 50 años, se ha ido convenciendo de que su vida puede volver a la normalidad. "De verdad es súper raro porque siento que tengo mucha suerte. Y claro, un tipo me podría decir qué suerte tienes si se te murió una hija y tienes un hijo trasplantado. Pero ahora siento que estoy la raja, de verdad. Así lo vivo yo. Siento que tengo una nueva oportunidad de estar con Cristóbal, con la Barbarita (su hija del medio, que tiene 18 años), de que vamos a volver a lo mismo, en lo que estábamos antes de que todo esto sucediera, que era muy buena onda".

LLORAR DE RABIA

A Gelfenstein, una y otra vez se le viene a la cabeza el segundo miércoles de diciembre. Habían pasado diez días desde que su hijo recibiera dos pulmones de un donante anónimo. Él, su ex mujer Vivianne Perey y su hija Bárbara acompañaban a Cristóbal en la pieza de la UTI de la Clínica Las Condes. Estaban todos vestidos con máscara, traje plástico y guantes cuando de pronto el cardiocirujano Cristián Baeza –quien encabezó la operación– entró a la pieza y, sin saludar a la familia, dijo: "Cristóbal, párate". "Cristóbal, asustado, se paró", recuerda su papá. "Y entonces el doctor le dio un tremendo abrazo y le dijo: compadre, te vas para la casa".

Fue una sorpresa. En principio, tras la cirugía, Cristóbal pasaría dos o tres meses internado. Sin embargo, se fue de alta solo 18 días después de recibir sus pulmones. El miércoles 16 de diciembre, Cristóbal regresó al departamento donde vive con su mamá, tras 82 días internado en la clínica.

Comenzaba el fin de una pesadilla que para Sergio comenzó un día cualquiera de hace cinco meses atrás, cuando Cristóbal comenzó con los primeros síntomas. Fueron los doctores Parada y Baeza quienes les dijeron a Cristóbal y a sus papás que la única salida era un trasplante. "Ese día fue de locos", recuerda Gelfenstein.

"Cristóbal al principio lo tomó mal, estaba súper asustado. Yo creo que él en ese momento pensó que se iba a morir. Y yo ahí lo agarré, la Vivi también y le dijimos 'compadre, esta es otra historia, tu corazón está bien'".

¿Pero ustedes se creían ese discurso?

Pucha, yo estaba destruido. Yo realmente... Si tú me preguntas cómo tenía fuerza para levantarme, para hablar con él, para engrupírmelo y decirle que de verdad yo creía que él se iba a salvar, fue súper duro. Fue como ponerse una careta, porque de verdad te quieres morir. Porque empiezas a pasarte el rollo: ¿por qué se va a salvar si la Trini no se salvó?

¿Estar separado, sin pareja, hizo más difícil este proceso?

Sí. Yo al principio, la verdad, no quería hablar del tema ni con mi familia ni con nadie. Estaba totalmente bloqueado. Me la estaba comiendo solo. No quería que nadie supiera. En mi pega no me quedó otra que contar, porque tenía que entrar y salir. Pero yo no quería hablar del tema y no quería que nadie supiera, porque no quería volver a sentir que de nuevo estaba metido en el mismo forro. Y eso fue lo más duro de todo. Cuando en un control se dieron cuenta de que su corazón también estaba guateando y vimos que de nuevo nos íbamos a un doble trasplante, corazón y pulmón igual que con la Trini, no podía creerlo. Ahí el doctor Baeza fue clave porque decidió que inmediatamente le colocaran una Ecmo, una máquina de oxigenación que iba por fuera del cuerpo y que cumplía las funciones de los pulmones y era la forma de salvar el corazón. Y el corazón se lo salvaron.

El día antes de que apareciera el donante, Sergio Gelfenstein tuvo un sueño. Esa tarde, cuando fue a ver su hijo, llegó a contárselo. "Le dije, Cristóbal, anoche soñé que te trasplantaban, tengo la tincada de que va a aparecer un donante. Esa fue la última conversación que tuve con Cristóbal. Después me fui".

Esa noche su hija Bárbara se quedó a dormir con Cristóbal. Sergio se despertó la mañana siguiente con dos llamadas perdidas a las 7 de la mañana. Sus hijos le mandaban mensajes por Whatsapp contándole que había aparecido un donante. Tenía que correr a la clínica, porque Cristóbal entraría a pabellón. La operación duró 12 horas.

"Fue de locos. Como a las 7 de la tarde el doctor nos llamó a mí y a la Vivi a una sala de descanso y nos dijo 'pusimos el primer pulmón y después el otro', mientas yo pensaba que era como un pack que se instalaba. Nos dijo que el pulmón derecho estaba impecable, que estaba complicado con el izquierdo, porque tenía un sangramiento y que todavía no podía cerrar a Cristóbal. 'Pero vamos avanzando', dijo y se fue. Entonces yo me fui al patio de la clínica que estaba repleto de parientes. Tenía el estómago apretado de los nervios. De repente apareció el doctor Baeza con la ropa de pabellón y entremedio de la gente me buscó. Me miró y me dijo: 'estamos listos compadre'. Y me dio un abrazo enorme. Fue una emoción muy grande".

Sergio Gelfenstein y sus hijos. Trinidad, a la izquierda, murió en 2012.

CONVERSACIONES CON DIOS

Sergio Gelfenstein nació en una familia santiaguina y, luego de la separación de sus papás, él y su hermano menor, Jaime, se quedaron a vivir con su papá. Esa imagen paterna, dice, lo marcó en el modo como quería enfrentar la paternidad con sus hijos. Tras salir del colegio, entró a estudiar Construcción, pero como su papá arquitecto (hoy fallecido) tenía una constructora e inmobiliaria, decidió dejar la carrera y ponerse a trabajar con él. "Me gustó empezar a ganar plata. Me iba bien. Por eso dejé la carrera. Gran error", suspira. Fue en Viña del Mar donde por amigos en común conoció a Vivianne Perey, la mamá de Cristóbal. Pololearon dos años y luego se casaron. Al poco tiempo llegó Trinidad, luego Bárbara y Cristóbal.

Trece años duraron juntos. Cristóbal tenía 4 años cuando se separaron. "Los primeros años de matrimonio fueron buenos. Vivíamos en una casa en Colina bien bonita. Pero no resultó. Nos llevábamos mal. Somos distintos no más. Ninguno es malo, ninguno es tan terrible de carácter, pero éramos distintos y chocábamos. Pero la separación para mí fue algo tremendo. Fue súper doloroso. Lo pasé mal hartos años. Lograr llegar el día domingo a dejarlos donde su mamá y al irme no quedar destruido me costó hartos años. Porque igual viví con mis niños hartos años. Con Cristóbal, menos, cuatro, pero con las niñitas fue más. Me sentí muy culposo. Creo que esa culpa la llevas de por vida".

Como papá separado, asegura que siempre trató de ser muy presente. "La Trini, por ser la mayor, se dio más cuenta y creo que sintió más nuestra ruptura, pero lo superó. Pero la separación la llevamos súper bien y en eso le doy todo el crédito a la Vivi".

Sin embargo, nada lo hizo presagiar lo que se desató a principios de 2012, cuando de regreso de unas vacaciones en Vichuquén, Trinidad comenzó a sentirse decaída.

"Me decía 'papá, es demasiado lo que me canso'. Ese verano esquió harto, pero no duraba nada porque se cansaba. Terminaba muerta. Le hicieron un escáner y cacharon algo. La Vivi la empezó a llevar a la clínica de la Católica, desde donde la mandaron a la casa con remedios porque nadie cachaba nada. En ese momento no sabíamos qué era esta enfermedad de la que hay 50 casos en el mundo y en Chile los dos son mis hijos".

"Una frase a la que me aferré fue una cosa que le dijo Cristóbal a la Barbarita el día en que se fue a la clínica. 'Barbarita, yo no te voy a dejar sola'. Yo preferí pensar en eso. Porque la muerte era un tema".

En su casa Trinidad estuvo seis meses en reposo, sin ir al colegio y con tanque de oxígeno para respirar. "Pero de repente la Trini se sintió mal, la llevamos a la Católica, la internaron, cacharon que tenía destruido el corazón, el hígado. Ahí apareció el doctor Baeza y se la llevaron a la Clínica Las Condes para colocarle una Ecmo gigante que permitiera que le funcionara artificialmente el corazón y el pulmón".

Gelfenstein se queda pensando unos minutos.

"Pero ahí la Trini no estaba tan bien como Cristóbal y no pudo hacer nada. Estaba tan deteriorada que le tuvieron que hacer no sé cuántas transfusiones, la metían a cada rato a pabellón".

¿Cómo viviste ese proceso?

La parte más grave se desencadenó en dos semanas, entonces para mí fue como un choque. Yo estaba borrado. De repente se acercaban enfermeras. Y ahora, que con Cristóbal se han repetido, se me han acercado a decirme ¿se acuerda de mí? Solo a una la reconocí, porque después de que la Trini murió nos fue a ver. Al resto lo tengo borrado, porque realmente esos días fueron una locura. La Trini entremedio se murió. Y yo todavía como que no caía.

¿Pensaste que no se iba a morir?

No. Yo sabía que se iba a morir. Porque la veía demasiado frágil y mal. Y yo también como que la entregué. La vi sufriendo tanto que la solté. Esto no lo hablé con su mamá. No. Fue algo mío. Y recuerdo perfectamente ese momento: iba en mi auto subiendo por Estoril y dije, "sabes qué más, te la entrego, pero no me la hagas sufrir más". Se la entregué a Dios.

Pocos días después Trinidad falleció.

"En marzo cumplo 50 años y espero que lo que me queda sea con mis niños feliz de la vida", dice Sergio. En la foto con Cristóbal y Bárbara.

¿Cómo lo hiciste para rearmarte?

Yo no sé qué le pasa a la gente a quien se le mueren los hijos, pero a mí me costó caer. Caí tiempo después. Iba a las misas, fui al funeral... pero caí después. De repente como que me di cuenta que la Trini ya no iba a estar nunca más con nosotros. El empujón para seguir, por lo menos para mí, fue acordarme de un amigo a quien se le había muerto un hermano. Él me contó que su mamá había quedado destruida y que con eso se había echado a todos los hijos. Entonces yo dije "sabes qué, tengo dos cabros más, son chicos y yo los voy a sacar adelante". Ese fue mi pensamiento. "Sabes qué más, cagué. Me voy a tener que empezar a reír de nuevo, tengo que empezar a pasarlo bien de nuevo, para que estos cabros salgan adelante de la muerte de su hermana". Y yo estoy seguro, aunque no lo he hablado con ella, que la Vivi, mi ex mujer, hizo exactamente lo mismo. Porque es lo que yo vi. A una mujer aperrando hasta los conchos con sus dos cabros. Y salió adelante de nuevo.

"En un minuto le dije a Cristóbal, 'compadre, si salimos de esto, ¿qué es lo que quieres?'. Y me dijo 'quiero ir a Australia'. Y voy a tener que cumplirlo como sea".

TERAPIA EN EL AUTO

Al costado de la mesa donde Gelfenstein da esta entrevista, una compañera de trabajo escucha atenta su conversación. Mientras él busca algunas fotos de sus hijos en el computador y otras en el celular, ella de pronto interrumpe. Quiere comentar algo. Entonces dice: "Sergio siempre dice que la muerte de la Trini sirvió para salvar a Cristóbal porque con la Trini ellos como familia aprendieron todo. Si no hubiese sido por la Trini, yo no sé si Cristóbal se salva. Porque con ella dieron bote al principio y todo ese tiempo que se perdió fue clave aprovecharlo ahora. Por eso Cristóbal se salvó".

Cuando tu hija Trinidad cayó enferma, fuiste mucho más visible que esta vez con Cristóbal. ¿Por qué?

Sí, bueno. Es que fue un tema. Lo que pasa es que cuando ocurrió lo de la Trini, la Vivi se metió a la clínica y yo salí a hacer el llamado. Y honestamente esta vez cuando me llamó la Vivi para decirme "Sabes qué, vas a tener que de nuevo atinar, salir a los medios", yo le dije que no era capaz. No me dio el cuero.

¿Por qué? ¿Sentías que te ibas a desmoronar?

Es que la verdad, me pegó tan fuerte, que te juro que no fui capaz. Eso fue lo que le dije por teléfono.

¿Y ella se enojó?

No. No. Pero después hablé con mi hermano y me dijo: "Compadre, sabes qué, estás fregado. De verdad, tienes que atinar. No hay otra opción". Y entonces como que reaccioné y la llamé. Le dije "Vivi, me arrepiento. Voy de nuevo a la pelea". Y ella me dijo "Quédate tranquilo, esta vez voy yo". Y yo, de verdad, no sé de dónde sacó fuerzas. Te juro. Yo estoy admiradísimo de ella.

"Hacía terapia arriba del auto. Ahí, cuando vas solo, te pones a llorar y gritas dentro del auto. Es así como yo funciono. No tengo idea cómo lo hace el resto de las personas. Yo no soy bueno para ponerme a llorar con la demás gente".

¿Sirvió para un acercamiento entre ustedes?

No mucho. Ahora que Cristóbal está bien yo diría que sí. Pero antes no mucho. Eso sí, hubo un evento donde ella se portó súper bien conmigo. Después de que le contamos a Cristóbal que tenía que trasplantarse, tuvimos una reunión en la clínica pero solo el doctor Baeza, ella y yo. Cuando salimos, yo quedé pésimo. No me dio el cuero. Me puse a llorar, me quebré entero. Y ella me agarró y me llevó al siquiatra. Me dijo "tienes que ver a un doctor, tienes que tomar pastillas, tienes que ayudarte". Y yo como soy bruto no tomé nada. Me mandé a capela toda esta cuestión, porque no soporto tomar remedios, me hacen pésimo, me hacen mal, no me gustan. Tomé lo que me dieron un día, pero sentí que las pastillas me hicieron pésimo. Al otro día me quería morir y dije, sabes qué, ¿una pastilla me va a hacer creer o me va a engrupir de que no me está pasando lo que me está pasando? Imposible. No. Entonces dije, sabes qué más, apechugo con esta cuestión y chao nomás.

¿El doctor Baeza te dio algún consejo?

Siempre trató de mantenerme tranquilo. De hecho, el día que estuve en la consulta y donde terminé el siquiatra, me llamó porque se dio cuenta de que yo estaba muy mal. Me dijo "Sergio, ¿qué pasa?". Y yo le dije, "¿sabes compadre?, estoy más viejo y mira en lo que estoy. No puedo más". Ahí él me dijo: "Quédate tranquilo, pero te necesitamos a mil ahora".

¿Sentiste impotencia por no estar firme?

No, porque la verdad yo siento que fui firme en los momentos en que tuve que ser firme. Pero claro, cuando llegas a tu casa solo, o vas en el auto y cachái en lo que estás metido, te quieres morir. De verdad te quieres morir. Así, derechamente: ojalá que alguien me choque y me voy de esta hueá. Así.

¿Y qué hacías cuándo te pegabas tus bajones o llorabas? ¿Agarrabas tu auto y partías a alguna parte?

Por mi trabajo, ando mucho en auto y eso me sirve. Además, viajo solo. Entonces hacía terapia arriba del auto. Ahí, cuando vas solo, te pones a llorar y gritas dentro del auto. Es así como yo funciono. No tengo idea cómo lo hace el resto de las personas. Yo no soy bueno para ponerme a llorar con la demás gente.

¿Y qué te sirvió para pelear la angustia en estos meses?

Jugaba paddle. Reconozco que tengo muy buenos amigos. Y acá en mi trabajo también me he sentido muy apoyado. Me puse a pololear al final del tema, cuando Cristóbal estaba en la clínica pero un poco más estable. Ahí me puse a pololear con una mujer súper buena onda. Pero fue al final. Y eso igual me ayudó. Y bueno, me ha servido cualquier cantidad. Porque yo de verdad sentía que ninguna mujer podía tener ganas de estar con un tipo así con este nivel de problemas. Y ella apechugó súper bien. Yo la conocía hacía tiempo. Me juntaba con amigos, me la topé y ahí empezamos a salir. Pero saliendo medio a las patadas, porque yo no tenía tiempo para nada.

¿Y no te enojaste con Dios cuando se enfermó Cristóbal?

No me he enojado con Dios. No. No sé por qué, pero no me he enojado. Pero más le pedí que esta vez sí que me ayudara. Le dije no compadre, otra vez más, no.

Hay una frase, dice Sergio Gelfenstein, a la que se aferró todo este tiempo. "Fue una cosa que le dijo Cristóbal a la Barbarita el día en que se fue a la clínica. 'Barbarita, yo no te voy a dejar sola'. Yo preferí pensar en eso. Porque la muerte era un tema".

Después de que murió Trini, ¿cambió tu forma de proyectarte?

Lo que me pasó fue que los problemas cotidianos que te ahogan dejé de pescarlos. Siempre andas complicado, que las lucas, que no sé qué. Ese fue mi cambio. Empiezas a poner los problemas en el lugar que corresponden. Y con lo de Cristóbal eso me pasó más todavía. Multiplicado por mil.

Pero ahora que el trasplante fue exitoso, te permite pensar un futuro con él. ¿Cómo proyectas la vida de aquí en adelante?

Quiero estar lo más que pueda con él. Estamos en esto, con pilas. En marzo cumplo 50 años y espero que lo que me queda sea con mis niños feliz de la vida. Quiero tranquilidad. Es lo único que pido. Te lo juro. Pero igual estoy metido en un forro, porque en un minuto le dije a Cristóbal, "compadre, si salimos de esto, ¿qué es lo que quieres?". Y me dijo "quiero ir a Australia". Y voy a tener que cumplirlo como sea.