“Dar la teta es una práctica feminista”. Con este encabezado –que para muchas puede resultar absolutista– parte una de sus publicaciones Esther Vivas, periodista española y autora del bestseller Mamá desobediente, cuyo objetivo es contribuir a pensar y vivir la maternidad desde una perspectiva feminista. Ella explica que amamantar es una práctica feminista y no porque las mujeres que lo hacen sean más feministas que las que no. Tiene que ver con que la acción de amamantar es en sí misma feminista. “Implica la máxima autonomía de la mujer en la alimentación de su criatura y también reconciliarnos con nuestro cuerpo y nuestra capacidad lactante”, dice en su publicación.
Allí también expone que un feminismo que no apoye la lactancia materna expresa, aunque sea de manera involuntaria, un malestar y una desconfianza hacia el cuerpo femenino y nuestra capacidad biológica. “El carácter biológico de la maternidad es el que ha utilizado el patriarcado para imponernos la maternidad como destino. Sin embargo, la respuesta no puede ser negar la biología de la maternidad, sino que reivindicar el embarazo, el parto y la lactancia como derecho a decidir sobre nuestro cuerpo”, explica.
No se trata de romantizar la lactancia materna, pero sí de constatar que como mujeres tenemos la capacidad de amamantar. Bien lo sabe Francisca Roa (34), que cuando se enfrentó por primera vez con la lactancia sintió que no se la pudo. “Fue terrible, porque me había preparado para amamantar con cursos y asesorías, pero nunca me salió leche. Y fue frustrante, porque justamente como me había preparado tanto, me costó abrazar la idea de que nunca podría amamantar a mi hijo”, confiesa. Pero cuando nació su segunda hija, todo fue diametralmente distinto. “No sé si fue que ya no sentía la presión de ser primeriza, pero esta vez iba con cero expectativas y mi hija acaba de cumplir 2 años y la sigo amamantando”, cuenta. Dice que no cree que una vez fue mejor mamá que otra, pero sí siente que la primera vez fue tanta la presión que sintió, que finalmente su cuerpo se cohibió. También cree que tuvo que ver con que después de parir a su primer hijo tuvo que comenzar a trabajar inmediatamente y no tuvo tantos espacios de tranquilidad para conocer su cuerpo y sus tiempos.
Esto último es algo que Esther Vivas plantea en sus publicaciones. Y es que el hecho de dar pecho no debería ser incompatible con el empleo. “Necesitamos un mercado de trabajo que acoja la lactancia materna y no discrimine a las madres”, dice, e insiste en que no se trata de juzgar a una madre por su lactancia, muy por el contrario, se trata siempre de apoyarla opte por la lactancia que opte, lo cual no entra en contradicción con defender la lactancia materna y las connotaciones feministas que tiene dicha práctica”.
Constanza Salgueiro es la vocera de @lactancia.empoderada, un grupo de estudiantes de Obstetricia y Puericultura de la Universidad de Chile. Ellas plantean que a las mujeres durante mucho tiempo se nos ha dificultado el ejercicio de nuestros derechos como amamantar a nuestros hijos e hijas por una falta de apoyo familiar, sanitario, laboral y económico. “Es cosa de pensar en que la lactancia siempre ha sido muy sola, las mujeres se tapan cuando lo hacen en público porque en nuestra sociedad los senos se ven como objetos sexuales y tampoco existen leyes que la protejan”, explica. Todas estas cosas –agrega– nos han hecho dudar del poder de las mujeres para controlar su propio cuerpo.
Valentina Mejia es asesora certificada en lactancia materna y creadora de la cuenta @lastetasquealimentan. También concuerda con la idea de que a la gran mayoría de las mujeres, la sociedad les niega el ejercicio de sus derechos y cuenta que lo que ha visto en su carrera es que “algunas mamás que quieren amamantar a sus guaguas no lo hacen porque no tienen adecuado apoyo de su entorno familiar y tampoco de su círculo más cercano; el sistema de salud no les brinda información correcta, ni el acompañamiento necesario; no tienen facilidades para vincular la lactancia materna en su vida laboral; reciben mucha publicidad por parte de la industria de alimentos infantiles para que sustituyan el pecho por la fórmula”. Y no es que plantee que la lactancia es la única opción, incluso en su última publicación hace una crítica al concepto de libre demanda y plantea que es un término violento ya que invisibiliza el cuerpo de la madre y lo vuelve objeto de deseo del bebé. También dice que es probable que a algunas asesoras de lactancia se les paren los pelos si la escuchan decir que la mamadera puede ser parte de la libre demanda y se puede usar en conjunto con el pecho, porque la lactancia está llena de mitos.
Pero más allá de la técnica de cada una, al final todas concuerdan con que la decisión de dar pecho es de cada mujer y nadie puede juzgarla por eso, sin embargo, al igual que otros procesos naturales de la mujer, como la menstruación, se ha privatizado y se ha tratado como tal, lo que nos aleja de la idea del poder del cuerpo femenino. “La lactancia materna contribuye a la igualdad de género porque, especialmente a aquellas mujeres que son socioeconómicamente más vulnerables, les permite alimentar a sus hijas e hijos sin depender económicamente de otros. Por eso, más allá de que la decisión de dar o no dar pecho sea personal y por ningún motivo juzgable, la sociedad debe crear sistemas reales de información, apoyo y protección a la lactancia materna”, aclara Constanza.
Y concluye: “El no recibir apoyo es una forma activa de poca empatía y agresión en el hogar, sistema de salud y sociedad. Las mujeres deben exigir ambientes de apoyo a la lactancia y alejarnos de ese imaginario que nos hace pensar que la mujer que amamanta lo hace sola, encerrada en una pieza, amarrada a la cuna y los pañales de la guagua”.