Paula 1172. Sábado 25 de abril de 2015.
Lunes 5 de enero. Aquí estoy, en la sala de postparto, con los ojos cerrados de dolor, amamantando por primera vez. Más bien, tratando. Puedo hacerlo. Sé que puedo hacerlo. Pero ¿cómo? ¿Quién me enseña? ¿Dónde? Me preparé nueve meses para que mi parto fuera natural. Nadé en una piscina, comí lo más sano que pude, me unté con cuanta crema pillé para prevenir estrías, leí libros sobre crianza, tomé ácido fólico, omega 3, fui cada mes al doctor, dormí como condenada, contacté a una doula y me creí la mejor embarazada del mundo. Hasta que en la semana cuarenta, se rompió la bolsa, se complicó el asunto y mi anhelado parto natural terminó en una abrupta cesárea con tajo y epidural. No quedó otra y aquí estoy, bajo el foco de la sala departo, con una criatura que llora con el alma y que, no sé cómo, se calma cuando le digo: hola, mi niñita.
Con su papá le susurramos todas las palabras de amor que conocemos, hasta que se la llevan para pesarla y medirla.
–Te la traeremos cuando se acabe el efecto de la anestesia–, me dice la matrona.
Intento mover mis pies y nada, no obedecen.
Estoy en una sala de recuperación y el efecto de la anestesia tarda mucho tiempo en pasar. ¿Dónde está mi guagua? ¡Quiero a mi guagua! Cuando me la traen de vuelta intento alimentarla con la mitad del cuerpo dormido. Han pasado algunas horas desde el parto, y de mi copa C apenas sale una gota de calostro, el concentrado lácteo que necesita en sus primeros días. Pongo a mi guagua en el pecho y ella chupa, chupa y chupa.
Arde. Duele. Es un dolor insoportable el que siento. ¿Por qué nadie me dijo que esto pasaría? Los pezones están al rojo vivo. Me saco el sostén, me mojo con algodones empapados de agua y aplico lanolina exageradamente. Ni el agua ni el ungüento calman las heridas que arden más aún con la saliva y la succión sin fin. La auxiliar se lleva a mi bebé para mudarla a las 10 de la noche. Pido que me la traigan pronto, pero son las 3 de la mañana y ella no está aquí. Reitero por teléfono que por favor me traigan a mi guagua ahora mismo.
–¿Aló, maternidad?
Recalco que ella no toma relleno. Que no lo olviden.
Otra mamá –estoy en una pieza común con otra mujer– pregunta: ¿Se puede hacer eso? ¿Se puede pedir que no le den relleno?
Andrea recuerda que, cuando fue al primer control con la pedriatra, la doctora le dijo que su guagua no había subido de peso lo suficiente y que, si en tres días no alcanzaba los gramos deseados, tendría que darle leche en polvo. "Sumida en la derrota tecleé en google: ¿Cómo amamantar sin dolor? así llegué a la Liga de la leche".
–Pero si es tu hija–, le digo, creyéndome una súper mamá. Y recuerdo la imagen de la Mujer Maravilla amamantando, una que vi en un cómic de una página de Facebook. También se me vienen a la cabeza los estudios que leí sobre los efectos positivos que tiene la lactancia en los bebés amamantados exclusivamente con leche materna. Recuerdo uno: en Brasil, siguieron el desarrollo de 3.500 guaguas durante 30 años. El informe final fue publicado este año en la revista británica The Lancet Global Health y concluyó que los niños alimentados con lactancia exclusiva durante un año como mínimo tuvieron un coeficiente intelectual más elevado, consiguieron 0,9 más años de escolaridad y cobraron un salario más alto que aquellos que fueron alimentados por menos tiempo. Nada mal.
Y este otro: la OMS, por su parte, recomienda amamantar de manera exclusiva al menos seis meses (y hasta los dos años o más) por los efectos emocionales y físicos que produce sobre la madre y el hijo: favorece el apego entre ambos, los más de 70 ácidos grasos esenciales de la leche materna potencian el desarrollo sicomotor del niño, aumenta su coeficiente intelectual de 3 a 5 puntos, disminuye su índice de caries en el futuro y les da protección inmunológica. A su vez, ayuda a que la madre recupere el peso que tenía antes de quedar embarazada: diariamente se gastan entre 300 a 500 calorías en la producción de leche. Además, la liberación de oxitocina hace que el útero vuelva a su forma original.
Por estas razones estoy empeñada en amamantar a mi cría. Señoras de la maternidad, les ordeno: ¡tráiganmela ahora! Cuando finalmente llega, mi niña abre su boquita y yo cierro los ojos. El dolor es inaguantable.
Al salir de la clínica compro, por si acaso, el tarro de fórmula que me recomendó la pediatra en situación S.O.S.
No soy la mejor mamá. No.
LA LIGA DE LA LECHE
Cuando llego a casa, el dolor empeora. Mi niña me hace inmensamente feliz, pero las conexiones nerviosas que unen mis pezones rotos con mi cerebro me hacen llorar en la ducha. Ahí, bajo el agua pienso en mi madre. Pienso en todas las madres de este mundo. Pienso en las madres que tienen gemelos, trillizos o cuatrillizos. Cierro la llave.
A la semana siguiente llevo a mi hija a la pediatra y no ha subido de peso lo suficiente. Si en tres días más no alcanza los gramos deseados deberé acudir a la fórmula del tarrito dorado que aún no he abierto, me dice la doctora. Sumida en la derrota, tecleo en Google "¿cómo amamantar a un bebé sin dolor?". Y llego a La Liga de la Leche Internacional (www.llli.org) que me suena a una agrupación de súper heroínas de la lactancia.
"Arde. Duele. Es un dolor insoportable el que siento. ¿Por qué nadie me dijo que esto pasaría? Los pezones están al rojo vivo. Me mojo con algodones empapados de agua y aplico lanolina exageradamente. Ni el agua ni el ungüento calman las heridas que arden más aún con la succión sin fin".
Sobre ellas, leo esta historia: en 1956, siete mujeres de Illinois, Estados Unidos, que habían amamantado con ciertas dificultades a sus hijos con leche materna, decidieron unirse y apoyar a otras que tuvieran problemas sociales o físicos para alimentar a sus retoños naturalmente. Eran tiempos en que la leche de tarro ganaba fuerza y no se veía muy elegante amamantar en cualquier lugar. No era "muy moderno" el acto. Más bien se esperaba que las mujeres se dedicaran a tener limpia la casa y a esperar bien arregladas a los maridos que salían a trabajar para mantener el hogar de los años cincuenta. Un día de ese año 1956, las amigas que vivían relativamente cerca unas de otras, se reunieron en una plaza, en un picnic, para amamantar en público todas juntas. La escena, nunca antes vista, causó gran revuelo y varias otras mujeres comenzaron a replicarla en otros estados de Estados Unidos. Fue así como estas mujeres crearonLa Liga de la Leche Internacional que hoy cuenta con grupos de madres que apoyan a otras madres (unas 300 mil) en 70 países del mundo.
La cosa funciona así: hay una líder de lactancia, que asesora a mujeres que tienen alguna dificultad para amamantar. Se reúnen, generalmente, en la casa de alguna y comparten sus experiencias como madres, información médica ciéntífica, libros especializados y –entre todas– van aprendiendo y perfeccionando la técnica de alimentar a un bebé con placer. En busca de esa promesa, les escribo un correo al mail ligadelalechedechile@gmail.com y me responden: "En la V Región no hay asesoras líderes de lactancia de la Liga de la Leche, pero llama a este número cada vez que necesites". Llamo. Y una líder de lactancia con acento extranjero me explica todo. Y claro, repite tres palabras que me resultan mágicas: "llámame cuando quieras".
La vuelvo a llamar muchas veces, con mi guagua agarrada del pecho.
Ella es venezolana. Se llama Silvia Tupper. Ha criado cuatro hijas con leche materna, sabe de lo que habla y entiende cuando le digo: "me duele mucho".
Llamada tras llamada me enseña la posición del rugby, la de la Madonna, la cruzada, la acostada, la frontal. Me enseña técnicas de acople, de agarre. Me señala documentos online. Me dice que amamante hasta que la niña quiera y cuantas veces quiera. Y que vacíe cada pecho porque es al final de cada toma que la leche sale más gruesa. Es como una coach de la lactancia.
En una de las reuniones, Gloria, una mamá de 20 años, llora y dice: "Tengo poca leche. Tomé levadura de cerveza, malta con leche condensada y nada (...). Estoy en crisis, creo que en cualquier minuto dejaré de darle y eso me provoca mucha tristeza".
–¡Lo estás haciendo bien! ¡Sigue!–, me alienta.
Y ese apoyo es lo que más me hace creer que soy capaz.
A los tres días voy a la pediatra y sí: mi guagua subió los benditos gramos, así que el tarro de fórmula sigue ahí: intacto. Mi marido, como homenaje, me dice que parezco la mujer del cuadro de Delacroix, La libertad guiando al pueblo; una dama con los pechos al viento enarbolando una bandera, liderando una revolución. Y sí, siento que le gané una pequeña pelea a la leche en polvo. Pero aún no canto victoria: según el Ministerio de Salud solo un 56% de las mujeres en Chile consigue dar lactancia exclusiva durante seis o más meses (antes del posnatal de seis meses esta cifra llegaba solo a un 44%).
Yo quiero sumar puntos a ese porcentaje. Voy por más.
TUPPER-MAMÁ
Como la asesoría telefónica de La Leche League Chile, como la llaman acá, me sirvió para empoderarme de mi propia capacidad para alimentar a mi niña, decido viajar a una reunión de madres en Santiago. Es como una cita Tupperware pro lactancia. Me recibe Jenny Pérez, líder de la Liga de la Leche formada en Massachusetts, Estados Unidos. Ella también hizo intervenciones de lactancia en los campos de La Paz, Bolivia, con mujeres indígenas que llevaban a sus bebés colgando en las espaldas.
La reunión de hoy sábado es en el patio del edificio de una mamá que asiste ala Ligade la Leche desde hace varios meses. Somos cinco madres con sus pequeños y dos papás. Todos llevamos manta para recostarnos sobre ellas en el pasto y hacer picnic. El tema de hoy es: "La vida con un nuevo bebé en casa".
Silvia Tupper ha criado a cuatro hijas con leche materna y hoy es una líder de la Liga de la Leche: asesora a madres con dificultades en la lactancia.
Las guaguas toman leche mientras Jenny explica la filosofía de la Liga para nosotros, los padres nuevos:
"Esta organización tiene que ver con una crianza respetuosa. Es decir, que nos conectamos con nuestros bebés tempranamente. Intentamos saber cuándo tienen hambre, cuándo están cansados y cuándo necesitan cariño. Acá promovemos una relación amorosa y cercana, compromiso afectivo que les generará un alto impacto en su vida futura", dice Jenny.
Le pregunto por qué algunos pediatras recomiendan horario y otros, libre demanda.
Jenny contesta: "Tú, solo confía en ti misma, en tu cuerpo y en tus instintos. No hay que mirar el reloj, ni el horario, nuestros hijos saben cuánto tiempo y cuántas veces necesitan".
Recuerdo lo que ya me habían dicho por teléfono antes: "tu hija se está asegurando su porción futura. Por eso chupa, chupa y chupa. Mientras más lo hace, consigue más leche". Y se me pone en la cabeza la imagen de Maggie, la hija de Homero Simpson, con su chupete en la boca. En este caso, el chupete soy yo, su mamá.
Y como si la líder leyera mi mente, dice:
"Muchas veces les dirán a ustedes que sus bebés las usan como chupete. ¿Y qué existió primero? ¿La teta o el chupete?".
Una mamá agrega: "A mí, mi pediatra me dijo que estaba criando a un delincuente juvenil si seguía dándole pecho más allá del año de vida".
Otra mamá añade: "Mi doctor dijo que el mío sería homosexual".
Nos reímos todos.
GLORIA
¿Cuáles son las mayores dificultadas que se observan entre las madres en la Liga de la Leche? Las doce líderes chilenas con grupos en Providencia, Ñuñoa, Santiago Centro,La Dehesa, Lo Barnechea, Iquique,La Serena, Las Condes, Buin, San Miguel y Peñalolén, están de acuerdo en que las mujeres:
–Llaman porque creen que su leche es muy delgada.
–Llaman porque creen que los bebés quedan con hambre.
–Llaman porque les duele. Porque tienen heridos los pezones por malas posturas o mal agarre.
–Porque alguien de la familia no soporta el llanto del bebé y presiona a la mamá para que le dé relleno.
–Porque quieren amamantar, pero no saben cómo.
–Porque la relación entre la mamá y el bebé es débil y en algunas clínicas se llevan a sus hijos en la noche durante muchas horas. Y si no se estimula el pezón, no sale el calostro.
–Porque en las clínicas les dan mamadera y esa silicona del chupete es lo primero que conocen antes que el pecho de su madre.
–Porque sus hijos no suben de peso de acuerdo al estándar médico.
–Porque creen que si la guagua baja de peso, hay que complementarlo con fórmula.
–Porque se sienten frustradas y piensan que su naturaleza les falla.
–Porque, dicen: "mi guagua no sabe chupar, no tiene fuerza y un rellenito no le hace mal tampoco". O porque tienen que salir a trabajar y no pueden seguir amamantando.
Según la Sexta Encuesta de Lactancia hecha por el Minsal, el 27,2% de las mujeres chilenas que dejan de amamantar antes de los seis meses es porque creen que su bebé "queda con hambre". También tiran la esponja porque deben volver al trabajo (10,4%), tienen problemas en sus pezones (14,7%), el niño no sube de peso (8,6%) o sus mismos familiares les recomiendan abandonar la misión (5,2%).
Muchas madres se consideran "malas productoras de leche", pero la verdad es que solo un 5% tiene dificultades físicas para amamantar.
Acá en la reunión de la Liga de la Leche, Gloria –una de las mamás– cuenta que tuvo que volver a la universidad. Tiene 20 años y no esperaba quedar embarazada en primer año. Su pareja, Antonello, la acompaña. Mía, la hija de ambos, duerme sobre la manta dispuesta sobre el pasto. La líder le pregunta a Gloria –y a todas– ¿qué ha sido lo más difícil de la llegada del nuevo bebé al hogar?
Gloria no puede evitar llorar.
–Tengo poca leche. Tomé galega, píldoras, levadura de cerveza, malta con leche condensada y nada. Así que ahora la complemento con fórmula. En la universidad siento que los pechos me van a reventar. Estoy en crisis, creo que en cualquier minuto dejaré de darle y eso me provoca mucha tristeza. Por eso vine aquí.
Jenny, la líder, la contiene sutilmente. Y le aconseja usar un sacaleches y guardar las porciones para su hija durante el día en un cooler o en un refrigerador de su facultad: "trata de buscar un lugar tranquilo en la universidad. Lleva un tuto con el olor de tu niña. Y mira una foto suya porque mirarla estimulará la producción de leche".
En seguida, Jenny explica la técnica de la lactancia biológica.
Es amantar recostada, apoyada en cojines, como para ver televisión. El bebé gatea hacia el pecho porque tiene el instinto de llegar a la areola, grande y oscura. Abre la boca y puede comer. Eso propicia el contacto piel a piel. Pueden estar toda la mañana así con ellos. "Cocinar y limpiar puede esperar", afirma Jenny.
Regresamos a casa y empiezo a practicar la lactancia biológica. No me resulta. Mi guagüita se acostumbró a que estemos acostadas de lado. Lo que sí hoy en mi casa no hay comida y nadie hace la cama. Estoy enfocada en la lactancia. Pedimos comida a domicilio. Y nos metemos en la cama con las sábanas revueltas.
EL CIELO
Han pasado 100 días y 100 noches y mi niña ya tiene tres meses. Al segundo mes de lactancia dejé de usar lanolina para sanar mis pezones y, aunque aún me dolía, cada vez sentía más placer y menos dolor al amamantar. Al tercer mes mi guagua subió un kilo y medio de peso y el pediatra me dijo: la tuya es leche condensada. Ese día celebré comiéndome un helado gigante de chocolate. Hoy mi niña crece en el percentil más alto de la curva de peso y altura, duerme de corrido toda la noche y despierta en la mañana riéndose a carcajadas. Cada vez que me pide, la alimento acostada en la cama o bajo un arbolito. Ella mira plácidamente, como si el universo entero estuviese concentrado en su lechecita. Esto, este estado de amor absoluto, debe ser el cielo, ¿qué otra cosa podría ser?·
Liga de la Leche en Chile:
Mail: ligadelalechedechile@gmail.com
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