Efectos secundarios es la reciente novela de la escritora, actriz y guionista Larissa Contreras; un texto inspirado en el caso real de una niña asesinada en un hogar del Sename el 2016.
La autora decidió narrar esta historia desde la voz de una jueza que forma parte de la cadena de decisiones que terminan en tragedia. Con esta estrategia da vuelta la mirada y no se focaliza solamente en la conclusión, sino que se interroga por el rol de cada quien en esta sociedad. Nos increpa y nos exige responsabilidad, mientras saca a la luz la relación entre un acto burocrático, mecánico y aparentemente higiénico, y el destino al que, desde nuestros privilegios, condenamos a quienes no tienen voz ni voto sobre sus vidas.
“Decidí que fuera una jueza de familia y luego aparece una niña, Lissette Villa, una niña pequeña que falleció en el Sename el 2016. Toda su tragedia se metió en mi vida y tomé todo ese material y lo uní con la jueza. Este libro se armó solo, las dejé hablar”, cuenta.
¿Cómo llegó esta historia a tu vida?
Estaba escribiendo un cuento, que estaba incompleto, necesitaba ponerle una profesión a mi personaje y de pronto me encontré con la imagen de una jueza de familia. Así me acerqué a este mundo, y llegué al caso de Lisette, que es la niña que falleció en 2016 y me invadió. Sentí rabia, pena e impotencia. También sentí que tenía que hacerme cargo de esto. Pero antes de eso tuve que pasar por un proceso fuerte. Darme cuenta que como chilena, como parte de este engranaje, soy también parte de esta problemática. En cierta medida todos y todas lo somos.
Uno si no interactúa con historias como ésta, no se da cuenta del tamaño del problema que estamos enfrentando. Pero a mí me llegó, así como por la ventana y sentí que me tenía que hacer cargo.
¿Qué fue lo que más te conmovió?
Siento que de alguna forma esta niña que asesinaron, me invadió: se metió en mi casa, en mi cabeza y revolucionó mi vida, con toda su disrupción, con su ánimo, con sus características. Ella era una niña “locateli”, buena para bailar, para los chistes. Pero también me llegó su pena, angustia y desolación.
Fue esa manera de ser mujer, de ser niña, que se salía de los mandatos tradicionales lo que la hizo que entrara en la categoría de “niña problema”, con las consecuentes sanciones que eso llevaba. ¿Crees que a esta niña la castigaron y mataron por ser una niña distinta, por no cumplir los estereotipos?
Es impactante darse cuenta de cómo se culpa a la víctima de sus vulneraciones. Como también se culpa a la madre. Esa mujer tenía muchos problemas, de adicción por ejemplo, pero también tenía seis hijos y no podía con todo en un contexto grande de pobreza. Y hay un hombre que es un abusador, que es un padre que abusó de la niña, eso está en su expediente, sin embargo, se culpa a la mujer, a la maternidad, se critica su instinto de mujer, por no haber estado atenta.
Hay una estigmatización de género. El mismo que vive la niña, que era una niña disruptiva, que tenía problemas cognitivos y era agresiva, pero también era una niña a la que empastillaban mucho, le daban drogas para mantenerla calmada. Pero no se le estaba medicando correctamente. Incluso en la autopsia apareció una lista con medicamentos que deberían haber estado en su sangre, pero no estaban. Estaba completamente descompensada.
Una historia que ocurrió en 2016, hace siete años. ¿Crees que en algo ha cambiado esta realidad?
Esto sigue ocurriendo porque para las autoridades, no hay una urgencia. Cuando en 2013 apareció el informe de la jueza Mónica Jeldres, quien hizo una investigación con Unicef, detectaron una cantidad de vulneraciones a los derechos humanos de los niños y niñas en los centros del Sename, que era espeluznante. Por ejemplo, se retrata la experiencia de unas niñas en un hogar de Iquique, que ejercían el comercio sexual avaladas y en concomitancia con las cuidadoras y cuidadores del centro. Es decir, un centro del Sename funcionaba prácticamente como una oficina de trata de menores. Ese es uno de los graves ejemplos, pero se conocieron una cantidad enorme de historias, un documento que se entregó al poder judicial y eso quedó ahí, por meses. El Estado no opera con la urgencia o la desesperación que debería haber por salvarle la vida, la dignidad y el futuro a niños y niñas que ya vienen vulnerados desde sus casas. Hay un desprecio por nuestra infancia que duele mucho.
Esta es una historia real, pero decidiste hacerla novela. ¿Cuánto hay de ficción y cuánto de realidad?
Tengo una fijación con las historias reales, en general escribo sobre lo que me cuentan, lo que leo, lo que escucho de otras personas. Esos son los impulsos que me mueven. Esta tremenda tragedia, esta realidad dolorosa para todos me conmovió y así surgió mi necesidad de escribir. Pero no quise poner su nombre porque no quería revictimizarla; seguir ocupandola como la ocuparon los matinales para conseguir rating, como si la niña muerta valiera más. Cambié los nombres, pero la historia está al pie de la letra, fue el desafío que me puse como estrategia narrativa; seguir completamente el rumbo de la historia. Hay algunos textos que están calcados de las entrevistas, y está muy respetado el periplo y la investigación que se hizo. Eso, como estrategia narrativa fue un pie forzado, y también un desafío. Me pareció, como experiencia vital muy interesante para que yo, como persona y ciudadana, me involucrara estructuralmente con este tema.
En la presentación del libro la periodista Alejandra Matus destacó el sentido del humor presente en el libro, “un sentido del humor que solo se puede tener cuando la tragedia es tan grande que solo se puede llorar”, dijo. ¿Estás de acuerdo?
Tengo una visión que muchas veces es bien sarcástica de la realidad. Siento que la voz narrativa que hay en este libro responde a esa visión, pero también es porque sentí que no podía seguir profundizando en el drama porque éste ya era demasiado fuerte. Mi voz no podía ser más dramática ni tristona porque no corresponde, porque no se puede más, y también porque pensé que para remover a quienes lean esto, se necesita de otro nivel narrativo, que me lo dio la locura. La locura porque la jueza cae en una descompensación emocional y tiene que tomar remedios, la niña también descompensada emocionalmente y sobremedicada; en este ambiente de locura correspondía esa mirada porque ver esta realidad es tan abismante, tan enloquecedor que uno dice, esto es un chiste, me están contando un chiste. Entonces, no hay un ánimo de ser graciosa, sino que es genuina esta mirada desorbitada y descriteriada frente a la crueldad y sordidez de la vida de estas personas.
¿Por qué elegiste narrar la historia desde una mujer, la jueza?
Necesitaba que fuese una mujer porque también necesitaba cuestionar la maternidad. Es una mujer a la que no le gustan los niños, sin embargo, es jueza de familia y se dedica a los niños. Es una mujer también porque yo creo que a las mujeres les corresponden, por imposición, los temas de cuidado. Las mujeres son en general las cuidadoras de los niños y de los ancianos.
Quise ir contando la historia a través de lo que le va pasando a ella, de los cuestionamientos que se hace, porque al final son los mismos cuestionamientos que nos hacemos nosotras.
Traté de buscar a una mujer que estaba medio muerta y medio loca, que se va a su casa con el peso de esa muerte sobre la espalda, a la soledad que escogió para vivir tranquila, para no hacerse cargo de otras emociones; una mujer trabajólica, que se ha olvidado de sí misma. Todo esto la hace ser una mujer de nuestros tiempos…
Y que tiene que moverse en un espacio masculinizado, pero también regirse por leyes que están hechas en un sistema patriarcal, que todavía están al debe con la perspectiva de género…
Creo que por lo mismo, era importante y necesario indagar en esas naturalezas femeninas.
Dijiste que esta historia entró por tu ventana, te invadió y que desde entonces no pudiste seguir mirando hacia el lado, que tuviste que hacerte cargo. ¿Esperas que a las y los lectores les ocurra lo mismo?
Ha empezado a pasar. Me dicen que muchas veces habían visto noticias como ésta. Hace poco una mujer me comentó que vive cerca de uno de estos centros del Sename y que a veces escucha cuando los niños y niñas gritan o se descompensan, que hay días en que los ha visto por la pandereta. Me gusta y me ha gustado lo que ha ocurrido porque se habla más allá de lo que es el libro o cómo está escrito. Lo que ocurre es que se instala un tema, un tema que es urgente. Creo fervientemente en el poder transformador de las palabras y del arte, que pueden incidir en la realidad. Quiero creer que un libro, pequeño, humilde, pueda generar reflexión y también acción. ¿Qué hacemos con esto? No sabemos qué hacer porque es inabordable. Para cambiar esta realidad tiene que cambiar nuestro país, cómo nos tratamos como sociedad. Tiene que haber otra perspectiva, otra construcción de la vida en donde no se maltrate a nuestros niños y niñas. ¿Qué nos lleva a pasar por alto la infancia olvidada y pobre? El trabajo, las deudas, un sistema que nos hace indolentes, que nos lleva a preferir no ver antes que hacernos cargo. Entonces yo quisiera con este libro, generar instancias de reflexión, de conversación, y que finalmente pueda provocar algún tipo de movimiento interno que después se concrete en un voto, en una acción, en una demanda o en un reclamo.