“Olvido… y llevo un mes pidiendo disculpas por olvidar. Olvidé que puse a cocer huevos y terminaron por reventar. Olvidé cerrar la llave y el agua corrió durante horas en el patio. Olvidé alimentar a los perros, sacar la ropa de la lavadora, devolver llamadas de teléfono, responder mensajes y uno que otro día olvidé comer.
Junto con mis clases, olvidé los compromisos académicos y comencé a repetir excusas. También olvidé mis actividades laborales al extremo de borrar de mi cabeza las entrevistas acordadas y una investigación en la que llevaba ocupando un año de mi vida.
En medio de ese trance un amigo me ofreció trabajo escribiendo entrevistas y artículos para difusión científica. Mi primer entrevistado fue Alexies Dagnino, un investigador de la Universidad de Valparaíso que estudia —utilizando modelos animales— las bases neurobiológicas de la resiliencia al estrés y su relación con el origen de enfermedades mentales.
Partió explicando que los ratones, al igual que los seres humanos, pueden desarrollar comportamientos parecidos a la depresión cuando pierden su capacidad de resiliencia al estrés y que, por el contrario, los que mantienen su resiliencia son muy sociables. Descubrió que esa capacidad de comportamiento social disminuye a las dos semanas y luego comienza a desarrollarse una neuroinflamación en áreas específicas del cerebro donde se regulan las emociones, el aprendizaje, la memoria y la cognición. Este es el primer fenómeno biológico que antecede a las enfermedades mentales como la depresión y las neurodegenerativas como la demencia y el alzheimer.
Mientras lo escuchaba, comprendí que mi olvido era tal vez el síntoma previo de una enfermedad mental, o tal vez la respuesta de una cabeza ya enferma que sucumbió al estrés.
Con su segundo descubrimiento aluciné. Me dijo que en la piel hay unas fibras nerviosas que si se estimulan con caricias a cinco centímetros por segundo activan un circuito neuronal que termina liberando oxitocina. Esta hormona hace que aumente el comportamiento social, lo que disminuye los efectos del estrés en el cerebro.
El estrés es la condición previa de las enfermedades mentales y la forma en la que el cerebro combate al estrés es a través de la resiliencia, que se activa cuando aumenta nuestro comportamiento social. Sentí que acababa de recibir un regalo, una receta de 71 caracteres —libre de pastillas— y que debía compartir “Acariciarnos para liberar oxitocina y aumentar el comportamiento social”.
Este último era mi problema, el comportamiento social. Dagnino me explicó que para el cerebro humano socializar es un reforzante natural tan importante como alimentarse o reproducirse. Que nuestro cerebro está programado para vivir en sociedad y que la disminución del comportamiento social y la vida individualista lo estresa, le hace perder la resiliencia y termina por enfermar.
Yo llevo 20 meses viviendo aislada. La pandemia me obligó a cambiar la calle por la casa y el miedo me alejó de mi familia, mis amigas, mis vecinos y la gente con la que tanto disfrutaba socializar. Perdí el contacto físico y mi comportamiento social se redujo a visitas médicas, reuniones virtuales y clases por zoom. La consecuencia fue que mi estrés se disparó al punto de que mi cerebro ya no pudo recordar.
Antes de finalizar, Alexies me dijo que esperaba que sus descubrimientos sirvieran para ayudar a las personas y que en aquello es fundamental la difusión que podamos hacer los periodistas. Quise sumarme a esta iniciativa y decidí contar mi experiencia para sincerar el drama de la afectación mental en pandemia y promover la lectura de su entrevista; que a mi me sirvió de guía para entender qué diablos le ocurre a mi cabeza”.
Marianela González es periodista.