Paula 1149. Sábado 7 de junio de 2014.
En marzo de 2011 el profesor de Educación Física Juan Leiva (31) llegó al patio del colegio Dagoberto Godoy de La Granja –una escuela vecina a la población San Gregorio y donde más de 74% de sus estudiantes provienen de familias en riesgo social– para hacer la primera clase de un taller de cheerleaders. El profesor, que había integrado el staff de American Cheerleader and Dance Association en su época universitaria, miró a los 80 estudiantes que se inscribieron en su clase: la mayoría eran niñas entre 9 y 14 años y la mitad estaba con sobrepeso.
–Vamos a hacer trote por 10 minutos–, les dijo el entrenador en medio del patio de la escuela porque en el colegio Dagoberto Godoy no tenían gimnasio. Las niñas, vestidas con zapatillas de lona o de skater, apenas se movían; casi todas eran sedentarias y la única actividad física que hacían era la hora y media de gimnasia semanal obligatoria en el colegio.
–Voy a decirlo desde un principio–, alzó la voz el profesor. Si pensaron que este era un taller para aprender a bailar y mover pompones, se equivocaron. Para hacer pirámides humanas, acrobacias y coreografías necesitan buen estado físico. ¿Les quedó claro?
Los adolescentes apuraron el tranco. Pero a los cinco minutos se quejaban de calambres y ahogos. Algo parecido ocurrió cuando les pidió hacer ejercicios de fuerza, flexibilidad y coordinación. "Parecían abuelitas con alza de presión pero tenían menos de 14 años. A la media hora estaban rojas y no paraban de sudar", recuerda Juan. Y el resultado no fue mejor cuando partió a buscar los implementos deportivos para hacer piruetas: las colchonetas del colegio no servían porque eran excesivamente delgadas. Tampoco había trampolín ni tapete olímpico, implementos que cuestan entre 7 y 9 millones de pesos y son una inversión demasiado alta en un colegio en que la mayoría de los alumnos está becado porque no puede pagar la mensualidad.
Dos horas después la primera clase de cheerleaders terminó y Juan vio alejarse a los niños rumbo a sus casas.
"Habían pasado al kiosco de enfrente e iban con sopaipillas y papas fritas en las manos. Entonces pensé: 'formar un buen equipo aquí va a ser un desafío'", cuenta.
El taller de cheerleaders nació como una actividad extraprogramática para fomentar la vida sana y combatir la obesidad. Los alumnos terminaron ganándole a delegaciones de Miami, Canadá, Australia y Nueva Zelanda en un torneo internacional que se celebró en Orlando.
TRES TALLAS MENOS
El taller de cheerleaders nació como una actividad extraprogramática para fomentar la vida sana y combatir la obesidad de los alumnos del colegio Dagoberto Godoy que había alcanzado, según una medición interna realizada en 2010, niveles preocupantes: de los 1.536 alumnos que cursan de prekínder a octavo básico, 24,1% tenía obesidad y 26,3% tenía riesgo de tenerla.
"Nuestra apuesta fue ampliar la oferta recreativa para que los niños pudieran quedarse más tiempo en el colegio. Los problemas alimenticios en gran medida tienen que ver con el ausentismo parental y la alta vulnerabilidad: hay alumnos que pasan solos en las casas o se quedan a cargo de las abuelas porque sus padres son consumidores de droga o están recluidos. Por eso no tienen a nadie que vigile sus hábitos alimenticios", dice la directora del colegio, Norma Albornoz.
Poner en forma a los estudiantes que ingresaron al taller de cheerleaders tardó más de lo que el entrenador pensó. Inicialmente calculó que en dos meses los niños alcanzarían un buen estado físico, pero lo cierto es que eso demoró cinco. Y aun así muchos seguían cansándose rápidamente porque, observó Leiva, entre sus alumnos había niños "que salían de la casa sin desayuno". Tuvo entonces que detenerse en su alimentación.
A la primera clase del taller de cheerleaders llegaron 80 alumnos pero a fin de año quedaban solo 36. "Si pensaron que era un taller para aprender a mover pompones, se equivocaron. Para hacer pirámides humanas necesitan buen estado físico. ¿Les quedó claro?", les dijo el entrenador.
"Les expliqué que si querían llegar lejos, debían fortalecer su autoestima y que eso también se reflejaba en lo que comían", explica.
Javiera Vásquez (13) era una de las alumnas con sobrepeso del taller de Juan Leiva.
–Tienes que cambiar tus hábitos, Javiera–, le decía el entrenador. Come cereales con yogurt, frutas o pan integral con jamón al desayuno y te vas a sentir más liviana.
Javiera apuntó el consejo. Comenzó a llevar frutas al colegio: una de postre, y las otras para antes y después del entrenamiento. Además, empezó a salir a correr por su cuenta.
"Fue difícil en un comienzo. Hacía todo lo que el profe me decía, incluso comer liviano, y los ejercicios no me salían. Me frustraba. Pero el profe me metió en la cabeza una frase que ahora me repito siempre: 'nada es imposible'", dice Javiera, que bajó tres tallas y hoy es una de las más delgadas.
De los 80 alumnos que se inscribieron en marzo de 2011 en el taller de cheerleaders, a fines de ese año solo quedaban 36. El resto no aguantó la exigencia.
Entonces, el entrenador comenzó a preocuparse de formar en ellos una mentalidad ganadora, trabajar su autoconfianza. Les pidió a ex compañeros del American Cheerleader and Dance Association que le hicieran una demostración en vivo a los alumnos, para motivarlos.
–Chicos, observen lo que pueden llegar a hacer si tienen disciplina–, les dijo Juan a sus alumnos. Y comenzó a enseñarles elevaciones, lanzamientos, estructuras humanas y piruetas.
Por su parte, la directora de la escuela, consiguió siete colchonetas de espuma aglomeradas. Y apoyó al entrenador cuando le planteó la posibilidad de llevar a los niños a entrenar una tarde a la semana en el Centro de Alto Rendimiento ubicado en Ñuñoa para prepararlos en el tapete olímpico que había ahí para su primera competencia interescolar.
El entrenador citó a los apoderados para obtener su permiso. "Al principio costó que los padres entendieran, porque no tenían idea de qué se trataba cheerleaders, pero al ver que los chicos seguían ensayando en las casas fueron empatizando con ellos. E incluso comenzaron a acompañarlos a los entrenamientos. Allí se dieron cuenta de que lo que había comenzado en 2011 como un taller, ya en 2012 había alcanzado el nivel de un equipo que estaba en condiciones de sSDalir a competir".
La coreografía ganadora de Los Tigres de La Granja es una secuencia de acrobacias, elevaciones y saltos mortales al ritmo de un mix de canciones de One Direction, Bruno Mars e Icona Pop.
LA GARRA DE LOS TIGRES
Juan inscribió a su equipo en un campeonato interescolar en el gimnasio Pedro de Valdivia, de Quilín. Y también, le pidió ayuda a Norma, la directora del colegio para que les consiguiera movilización y trajes a sus alumnos.
–Vamos a entrenar duro ahora –, les dijo Juan a los chicos que a las seis horas de entrenamiento semanal que ya tenían, le sumaron otras dos: los sábados por la mañana.
Para asistir a la presentación, Norma consiguió una micro que los esperó fuera del colegio y los llevó hasta el gimnasio Pedro de Valdivia. Y los adolescentes, peinados con un moño alto, planchado y un leve jopo, iban vestidos de azul, dorado y blanco. Las madres habían hecho pompones y pancartas.
Al llegar, los chicos se dieron cuenta que eran los únicos que venían en micro porque sus contrincantes lo hicieron en buses climatizados y con asiento reclinable.
Norma, la directora, escuchó que los niños comparaban la micro con los buses de los demás equipos, y se agarró la cabeza con las manos.
"Yo pensé: no puede ser. ¿Por qué mis niños tienen que ir en una micro a punto de quedarse en panne y el resto en locomoción de última tecnología? Ese mismo día hablé con la red educacional que sostiene al colegio para decirles que el equipo del Dagoberto Godoy necesitaba una locomoción buena y segura, un traslado que no fuera barato sino el que se merecían", dice la directora del establecimiento.
En esa competencia el equipo del colegio Dagoberto Godoy obtuvo el cuarto lugar.
–Profe, todos los demás equipos tienen nombres como los huracanes, las panteras, los ciclones. ¿Cómo nos llamamos nosotros?–, preguntó Thiaree Soto (hoy de 14), la capitana del equipo.
Entonces, Juan les preguntó qué animal sentían que los representaba. Y los niños coincidieron en que tenía que ser uno que fuera salvaje. "Nos pusimos Los Tigres de La Granja, porque somos pura garra", explica Thiaree.
A partir de entonces, Los Tigres de La Granja no pararon de competir y llegaban en bus, no en micro. Un bus manejado por un chofer de bigotes que se convirtió en una de sus cábalas: cuando él conducía, ganaban. En 2012 obtuvieron el primer lugar en el Classic Cheer & Dance Metropolitano que les dio el triunfo a nivel regional, y luego a nivel país cuando ganaron el Campeonato Nacional realizado en Viña del Mar.
–Creo que es hora de que tu equipo compita en Estados Unidos–, le dijo una de las juezas estadounidenses que evaluó la presentación de las chilenas a Juan Leiva. Poco tiempo después le hicieron llegar una invitación formal para que Los Tigres de La Granja asistieran, representando a Chile, al Torneo Internacional Cheerleaders COA - Ultimate Orlando, en Estados Unidos. Juan fue a hablar con la directora y sacaron cuentas: necesitaban generar un millón y medio de pesos por alumno para poder viajar.
En agosto de 2013 fueron invitados a presentarse en el colegio Nido de Águilas. Muchos, por primera vez visitaban el sector oriente de la capital. "Estábamos tan encandiladas que nos sacábamos fotos en el colegio. Todo era muy hermoso", recuerda Claudia Severino (11). Souling Vásquez (13) agrega: "Las niñas, además, eran todas bonitas y rubias. Parecían Barbies".
COMO UNAS BARBIES
La coreografía que presentan Los Tigres de La Granja es una secuencia de acrobacias, elevaciones y saltos mortales, que tiene como base un mix musical de One Direction, Bruno Mars e Icona Pop, entre otros hits juveniles. En el colegio Dagoberto Godoy todos los alumnos se conocen de memoria esa coreografía, porque cada vez que Los Tigres obtienen alguna medalla, se suben al escenario del colegio a hacerla.
"Los Tigres se habían legitimado dentro de la escuela pero también fuera de ella porque, si antes andábamos buscando campeonatos donde inscribirlos, después empezaron a ser cotizados. Nos invitaban a todas partes", cuenta Juan.
En agosto de 2013 los invitaron a participar a la Liga Oriente que se llevaba a cabo cada año en el colegio Nido de Águilas, lo que implicó el traslado de los alumnos hasta Lo Barnechea. "Muchos no conocían ese otro Santiago y quedaron impactados al ver un colegio de esa magnitud: seis veces más grande que el suyo y con instalaciones deportivas maravillosas", recuerda el entrenador que ese día, diez minutos antes de la competencia no podía encontrar a su equipo. "Estábamos tan encandiladas que nos sacábamos fotos en los pastos de la escuela. Todo era muy hermoso en ese colegio", recuerda Claudia Severino (11). Souling Vásquez (13) agrega: "Las competidoras, además, eran todas bonitas y rubias. Todas parecían Barbies".
Juan los llevó de vuelta al gimnasio. Y antes de salir al tapete a competir, les dijo:
–Yo sé que el Nido de Águilas es bonito, pero quiero que sepan que en las competencias somos todos iguales y no importa de qué sector social seas ni si eres rubia o morena, aquí gana el mejor. Lo que importa es el talento y la perseverancia.
Javiera Vásquez cuenta que ese mensaje del profesor fue importante, pero reconoce que aún le da un poco de envidia pensar en esa experiencia:
"Igual a mí me dio rabia cuando conocí el colegio Nido de Águilas. Porque pensaba: '¿por qué ellos tienen todo eso y nosotros no? ¿Por qué ellos tienen piscina olímpica, computadores buenos, canchas de pasto, tapete, gimnasio, muro de escalar y nosotros no?' Era inevitable preguntarse cómo sería mi vida si yo estudiara ahí. Y siempre me respondía lo mismo: 'sería fantástica'", dice Javiera.
El entrenador Juan Leiva tuvo que hacer un trabajo muy fino para convertir a sus alumnos en un equipo ganador. Les enseñó a alimentarse sanamente, a ser perseverantes y a creer en ellos. En la foto junto a Fabiola Vidal, que lo apoya en los entrenamientos.
CAMINO A LA GLORIA
Bingos, rifas y completadas. Los apoderados hicieron de todo para juntar plata para que los 18 niños de Los Tigres de La Granja pudieran viajar a Estados Unidos al Torneo Internacional Cheerleaders COA - Ultimate Orlando.
Juan hizo esfuerzos extraordinarios para conseguir dinero: se aprendió la ley del deporte al dedillo y tomó cursos en el Instituto Nacional del Deporte, y salió a vender el viaje de sus alumnos a las empresas. "Me transformé en un niño símbolo porque formulé el proyecto, el estado financiero, y salí a hacer un puerta a puerta", dice. El esfuerzo tuvo frutos: tanto una ferretería como la municipalidad y otras pymes pusieron dinero.
"Eso fue lo que nos salvó. Y aunque quedamos un poco endeudados y nos tocó poner un poco de nuestro bolsillo, logramos que los apoderados pusieran solo 550 mil pesos del millón y medio que requería cada niño. Tuvimos que hacer todo muy rápido. Sacar pasaportes y otros papeles pero, además, conseguir las autorizaciones parentales", cuenta Juan.
Cuando Claudia Severino supo por su entrenador que el viaje a Estados Unidos estaba listo y que para eso debían subirse a un avión, se le apretó la guata. Claudia jamás había tomado uno y le daba susto. Para animarla el entrenador le contó que además de competir visitarían Magic Kingdom y estarían en un hotel cinco estrellas: Gaylord Palms Resort & Convention Center.
"Me sentí como una princesa. El hotel era como un palacio y bañarse en las piscinas temperadas era hermoso", dice Claudia, que con el resto de sus 17 compañeros conocieron el famoso castillo blanco de Disney, fueron al zoológico y se subieron varias veces a la montaña rusa Expedition Everest, uno de sus juegos preferidos.
Pero llegó un momento en que el entrenador tuvo que bajarlos de la nube y obligarlos a concentrarse en la competencia.
–Se acabaron las piscinas, los parques de entretenciones. Todo es hermoso pero no se olviden de que aquí vinimos a competir–, les dijo en una charla de 45 minutos que improvisó al interior de una de las habitaciones.
El 18 de abril de 2014 fue la presentación de Los Tigres de La Granja en Orlando. Salieron con la bandera de Chile en los brazos, seguros y sonrientes. En el video de esa presentación, que dura dos minutos y medio, Los Tigres de La Granja bailan y hacen piruetas aéreas y pirámides con precisión de relojero.
"Salió perfecto", observó el entrenador. Poco después se conoció el veredicto. De los 21 equipos en la categoría junior que compitieron –entre los que se encontraban equipos de Miami, Texas, Nueva York, México, Australia, Canadá, Nueva Zelanda–, ocho pasaron a la final. Uno de ellos, el Dagoberto Godoy.
"Lloramos cuando supimos que nos seleccionaron. Nos abrazamos. Fue emocionante. Por whatsapp le fuimos contando a nuestros papás que estaban en Chile y no lo podían creer", cuenta Thiaree, la capitana.
El 19 de abril Los Tigres de La Granja repitieron la rutina en la final del torneo. Y la coreografía salió a la perfección, otra vez. Sin error, sin caídas, sin desequilibrios. Por micrófono anunciaron a los ganadores: "The first place is…" pero los niños no entendieron.
–Vayan a buscar el trofeo. ¡Ganamos!–, gritó el entrenador al ver a sus alumnos inmóviles. "No les habíamos entendido a los gringos. Nos pusimos a saltar cuando el profe nos dijo que habíamos ganado. Partimos a buscar el trofeo: no podíamos dejar de mirarlo. Es tan bonito", cuenta Pía Gibert (10), una de las flyer del equipo.
TOCAR EL CIELO
El 21 de abril Los Tigres de La Granja regresaron a Chile. Los 18 jóvenes se trasladaron en un bus hasta su colegio donde los esperaban con las rejas abiertas, repleta de globos. Al entrar, los aplausos estallaron. Alumnos desde prekínder hasta octavo básico salieron de sus salas para abrazarlos mientras caminaban con el trofeo en brazos y vistiendo chaquetas azules que decían "champion" en la espalda.
El 19 de abril Los Tigres de La Granja hicieron su rutina en la final del torneo en Estados Unidos y salió a la perfección. Como anunciaron a los ganadores en inglés los niños no entendieron y no se movieron. "Vayan a buscar el trofeo. ¡Ganamos!", gritó el entrenador, y se pusieron a saltar de emoción.
"Fue emocionante el regreso. Algunas compañeras firmaron autógrafos en el colegio y cuando llegué a mi casa hasta los ferianos me vinieron a felicitar. Haber ganado en Estados Unidos es tan emocionante porque dejamos a Chile en la meta. Pero, además, porque no cualquier chileno tiene la posibilidad de viajar a otro país. Existen ricos, pobres y clase media. Lo que vivimos fue un privilegio", dice Claudia Severino.
Juan Leiva, el entrenador, hace un balance positivo:
"Desde todo punto de vista el taller de cheerleaders es exitoso. Porque en tres años de funcionamiento les dio calidad de vida a los chicos, autoestima y confianza. Pero, además, porque logró reducir las cifras de obesidad: aumentando el triple su actividad física, y la obesidad en el colegio bajó de 24 a 18 por ciento".
Anita, madre de Pía Gibert, agrega: "Yo creo que lo que les pasó a los niños es algo que ni ellos ni nosotros vamos a olvidar. Porque no es solo el trofeo, sino también una sensación que no habíamos experimentado. Somos un colegio pobre, vivimos en una comuna popular, pero en Estados Unidos, la cuna de cheerleaders, nuestros hijos obtuvieron el primer lugar. Ese día todos, papás y los niños del colegio, sentimos que podíamos tocar el cielo".