Las textileras de Chapilca que participan en el módulo de comunicaciones del programa de capacitación de Fundación Artesanías de Chile, se quedan mirando entre sí, sin saber muy bien qué decir. “¿Quiénes somos?”. “¡Que sea espontáneo! ¡Respondan lo primero que se les ocurra!”, les dice la encargada de guiar la sesión. Alicia Aguirre, la mayor del grupo, toma la palabra. Entonces, sentadas en torno a una mesa desde donde pueden visualizar lo que aparece en la pantalla de un computador, las artesanas observan cómo se va escribiendo su historia: la que ellas cuentan esta mañana.

“Somos una agrupación de 24 artesanas textileras e hilanderas”. “Vivimos en Chapilca, un pueblo que queda a media hora de Vicuña, al interior de la Región de Coquimbo, entre medio de enormes cerros”. “Si bien nos conocen por nuestros textiles, queremos contarles más acerca de nosotras”. “Desde ahora en adelante por nuestra cuenta de Instagram les iremos contando nuestras historias”. Tras leer el texto, deciden que esta sea la biografía para su red social. “Eso es lo lindo de las capacitaciones que hacemos con la fundación”, comenta Alicia, más tarde. “Hemos aprendido a presentarnos, a contar acerca de nuestra artesanía y a comunicarnos con otros. Se nos han ido abriendo las oportunidades”.

Como parte del taller de redes sociales, a ratos las artesanas salen de la sala para ir a sacar fotos con sus celulares. La idea es tener un registro de cosas que las inspiran a la hora de tejer: el color de los cerros, las flores de la plaza. Una de ellas, Zunilda, dice que en su casa se pueden sacar fotos de las ovejas de la zona: “ovejas de cordillera” como las llaman por acá o “de lana sufrida”, por lo rudo del lugar donde se crían: a los pies de cerros ubicados en el Valle del Elqui, donde el sol pega fuerte, el agua escasea más que nunca y las espinas se enredan en el vellón de los animales.

En el grupo cada una ha ido construyendo su fama. Alicia Aguirre, la más antigua, es reconocida por sus tejidos con lana fina: los ponchos y mantas. A Makarena, en cambio, le gusta todo lo que sea con hilo grueso: alfombras, pasilleras, pieceras, bajadas de camas y cojines. A Patricia, también. A Carla, la más joven, le gustan los caminos de mesa. A veces hace de modelo y también lleva las redes sociales. A Zunilda le gusta hilar el hilo delgado y el grueso. A Mercedes, “lo grueso nomás”. “Igual tejo fino”, dice, “pero no me gusta tanto porque me demoro mucho”. A Carlos, el único varón de la agrupación, le gusta tejer y maneja bien el cálculo para teñir. “A mí me gusta todo”, dice Nyxcia, una de las hijas de Alicia. Carmen, su hermana, le sigue los pasos. “Pero lo que más me gusta es vender”, asegura. De hecho, desde que la eligieron encargada de atender el Centro Artesanal, las estanterías se vacían rapidito.

“A cada persona que entra a la tienda le voy relatando la tradición que mantenemos viva. Y parece que eso los convence”, dice riendo. Su mamá, de hecho, más de alguna vez le ha dicho: “Tan mala suerte que tuviste en el amor, pero tan buena que saliste para vender”. Nuestro saber hacer viene de muchos años atrás. De nuestros antepasados. De nuestros tatarabuelos. Son décadas de trabajo”, dice Carmen.

Lo cierto es que el Centro Artesanal de Chapilca fue fundado el 10 de agosto de 1969 tras una visita de Indap junto a Lorenzo Berg, quien fuera el creador de la feria de Artesanía de la Universidad Católica. Alicia recuerda que en esa visita, Berg le sugirió a los artesanos que se agruparan. “Hasta ese momento acá había familias que tenían mucha tradición textil: los Iglesias, los Castillo y los Álvarez, pero hacían todo por encargo: de a un pedido. Pero cuando llegó este señor entusiasmó a la gente y los motivó a tejer por cantidades, porque él compraría la producción completa para la feria. Todos se interesaron”, recuerda. En junio o julio de cada año les llegaba la invitación para la feria. Y entonces las familias de Chapilca empezaban a organizarse para asistir. “Venían furgones a buscarnos. Se llevaban el telar completo, los cuatro palos y a cuatro o cinco de nosotras. Nos íbamos por los doce días que duraba la feria en Santiago. Era muy lindo”, dice Alicia.

Así las artesanas de Chapilca comenzaron a comercializar. Todas sabían hilar, porque ocupaban solo el vellón de la zona. “Acá no se conocía la lana limpia del sur, porque las abuelas decían que el vellón sucio permitía hilar más fino y muy parejo”, dice la artesana. Pero el esfuerzo valía la pena. “Los pedidos eran tan grandes que tenían que amanecerse tejiendo”, cuenta Carmen. “Eso ha dejado de pasar”, dice Alicia, un poco nostálgica. Por eso valora el trabajo que han ido haciendo con Artesanías de Chile, con quienes por estos días desarrollan una nueva colección de piezas en las que están explorando cómo incorporar elementos innovadores, respetando la tradición de su textilería. Alicia se muestra entusiasmada, porque ve una oportunidad para que el oficio siga vivo. “El telar de Chapilca no lo hemos cambiado ni lo vamos a cambiar. No importa que sea difícil tejer en él, pero ya nadie más lo hace. Nosotras somos las guardianas de esta historia”, dice.

__

*Este testimonio es parte del libro “Proartesano 2021. Semillas de Cambio”, editado por Fundación Artesanías de Chile y publicado en exclusiva para Paula.cl.