Antes que la Barbie y la Hugga Bunch, tuve una hermosa muñeca de papel. Recuerdo que me la reglaraon cuando me dio peste cristal y tuve que faltar al colegio por algunas semanas. Ese día estaba viendo la serie Candy Candy cuando mi mamá me pidió que cerrara los ojos y puso en mis manos un cartón que era delgado al tacto. Al abrir los ojos me encontré con una muñeca de papel, muy estilo Twiggy, que estaba en ropa interior y que venía con muchas tenidas.
Luego de recortar cuidadosamente la muñeca y cada uno de sus conjuntos setenteros, comencé a vestirla. Aún me acuerdo de las tenidas que eran mis favoritas: la de mini verde, polera de lunares y tacones, y la otra, la de solera, con un gran sombrero amarillo y cartera. Pasaba tardes enteras jugando con ella y la llevaba en mi mochila a todos lados.
Con el tiempo y de tanto jugar, los dobleces de la ropa de papel comenzaron a romperse, y pese a que los unía con cinta adhesiva transparente, sucedió lo que siempre temí: no resistieron más. Fue entonces cuando decidí crearle ropa nueva, pero como mi fuerte no era el dibujo, ya no fue lo mismo.
No recuerdo muy bien qué pasó con esa muñeca de papel. Creo que la olvidé cuando llegó a mi vida la Hugga Bunch con su bebé en los brazos y con la que inventé nuevos juegos y personajes. Sin embargo, regresó a mi memoria en un recorrido que realicé, hace algunos años, por las casas de antigüedades Snohomish en Estados Unidos, donde encontré unas ediciones de los años ’60. La más impactante de todas, una, en que Elizabeth Taylor era la muñeca y con ella venían maravillosos trajes de baño. No sé si hoy exista un juego así de sencillo y memorable.