Paula 1172. Sábado 25 de abril de 2015.
Las memorias de Sophia Loren, Ayer, hoy y mañana (Lumen), dan cuenta de la buena estrella de una niña que desde los 14 años quiso ser una actriz deslumbrante, y de la perseverancia y generosidad que exigió esa suerte y cometido. Con más de 80, la gran diva italiana cuenta su apasionante carrera y los secretos de su hermosura.
Cuando estaba cerca de cumplir 50 años, Sophia Loren fue un día al Louvre para ver La Mona Lisa, y en ese momento, dice, tuvo una revelación que le enseñó lo fundamental de su vida. Tras una carrera fulgurante, ya no daba por descontada su increíble belleza y reflexionaba sobre su éxito, su familia feliz –emparejada desde siempre con el productor Carlo Ponti, madre de dos hijos–, y la inquietante relación entre apariencia y realidad. La Mona Lisa le pareció un poco fea, un poco masculina y un poco gorda, pero comprendió la esencia de su magnetismo: su atractivo estaba en una serenidad interior, en el conocimiento profundo de sí misma. Recordó las palabras de George Cukor, uno de los tantos genios del cine con los que había trabajado –Charlie Chaplin y Vittorio de Sica fueron sus grandes maestros–: "Ninguna belleza puede competir con el conocimiento y la aceptación de sí mismo".
"A los 30 somos jóvenes e inseguros, a los 40 años fuertes, pero a menudo nos sentimos cansados; a los 50 somos sensatos, pero melancólicos. Y cuando se llega al umbral de los 80 te dan ganas de empezar de cero", dice Loren con sabiduría.
La verdadera belleza, dice Loren, no es solo una forma de expresión, también un regalo para los demás. "Cultivarla es una forma de respeto para nuestros seres queridos. Cierto que con los años hay que esforzarse un poco más y se convierte en una cuestión de disciplina. El cuerpo requiere atenciones, cuidados y también algo de paciencia. El verdadero elixir reside en la imaginación con la que nos enfrentamos a los desafíos cotidianos, en la pasión que se pone en lo que se hace y en la inteligencia con la cual se saca provecho de las propias capacidades y se aceptan los propios límites".
Cuando Sophia entró al mundo del cine, como extra de la película Quo Vadis (1951), su aspecto no calzaba con los cánones de entonces, y no les gustaba a los fotógrafos: era demasiado corpulenta y huesuda; la cara muy corta, la boca muy grande, la nariz demasiado larga. De eso hizo su virtud: nunca trató de perseguir un ideal de belleza y consideró sus imperfecciones como un tesoro. Hija de una muy buenamoza mujer que soñaba con Cinecittá y de un padre ausente, la vida de Loren es un ejemplo de suerte y perseverancia, de estudiada naturalidad y confianza para no caer en las trampas y caprichos de las etapas de la existencia. "A los 30 somos jóvenes e inseguros, a los 40 años fuertes, pero a menudo nos sentimos cansados; a los 50 somos sensatos, pero melancólicos. Y cuando se llega al umbral de los 80 te dan ganas de empezar de cero", dice. Sus memorias son para animarse: un ejemplo de continuo renacimiento.