Aunque se estima que 1 de cada 8 mujeres desarrollará cáncer de mama, los números también dicen que 9 de cada 10 podrían sobrevivir si lo detectan de manera precoz. Estas cifras dan cuenta de que cáncer de mama no es igual a muerte, sin embargo, la idea de muerte puede pasar por la cabeza de las pacientes aun en los casos de mejor pronóstico, por lo que es comprensible que, una vez recuperadas, la vida experimente cambios o al menos altere la perspectiva que las pacientes tienen de ella.
Le ocurrió a Marta González (47), diseñadora de interiores. “Para mí, el cáncer de mama fue un punto de inflexión. Descubrí una fortaleza que desconocía y, aunque suene cliché, aprendí a valorar cada momento con mis hijos, con mis amigas, con mi familia. Es como que a una le cambiaran un chip, y desde ese momento viera la vida de otra manera. No hay vuelta atrás”, dice.
Especial: Después del diagnóstico
Gisela Palacios (41) piensa lo mismo. “Jamás pensé que iba a agradecer tener cáncer”, confiesa. Y es que su vida tomó otro rumbo después del diagnóstico. “Había practicado yoga siempre, pero cuando me diagnosticaron cáncer de mama pude aplicar las técnicas de respiración y meditación que aprendí en esa práctica, en momentos en que realmente lo necesité. Esta enfermedad genera a ratos ansiedad, miedo, rabia, y tener la capacidad de controlar las emociones a través de la respiración, que es algo que aprendí con el yoga, fue fundamental para mi proceso. Por eso quise compartirlo con otras mujeres y entregarles herramientas para que ellas pudieran transitar ese proceso de mejor manera. Así descubrí que trabajar con otras mujeres es maravilloso y es hoy lo que me mueve en la vida”, dice Gisela quien hoy es instructora de yoga para pacientes oncológicos.
Ninguna de ellas pretende romantizar el cáncer de mama, obviamente es una enfermedad difícil, que tiene un tratamiento muy duro y agotador, pero que también trae aprendizajes. “Le empiezas a dar sentido a esta enfermedad, porque aunque parezca raro, para las personas que la vivimos hay un antes y un después, y el después es mejor que el antes”, dice la educadora diferencial Paula Farías (52), quien en 2014 recibió su diagnóstico y contó su historia en Paula.
“Es como estar en otra dimensión, porque una siempre piensa que no le va a pasar. Yo hacía deporte, no tomo alcohol y tampoco fumo, entonces no tenía por dónde enfermarme. Y obviamente lo vi todo horrible, porque la palabra cáncer te acerca a la muerte y entonces se te viene el mundo abajo. Se te acaban todos los planes, miras a tus hijos y piensas que no los vas a poder ver crecer. Es un cáncer que ataca a una parte muy importante, porque no te puedes desempeñar como antes, estás débil y te sientes débil”, recuerda.
Una vez recuperada, Paula se unió al grupo Fortale-Senos Chile, compuesto por 12 sobrevivientes al cáncer de mama que se reúnen en la laguna Carén a remar en botes de dragón, todas mujeres de distintas edades y condiciones físicas que encontraron en este deporte contención y terapia. “Jamás me había subido a un bote. Mi entrenadora descubrió este deporte en Brasil y lo trajo porque remar favorece la recuperación del linfedema provocado por la extracción de ganglios en el brazo. Me ayudó mucho, porque arriba del bote te conviertes en un solo cuerpo. Todas remamos hacia el mismo lado con la fuerza necesaria y eso te hace darte cuenta de manera concreta de que sí tienes fuerza, que sí tienes voluntad y que formando parte de un equipo de personas puedes llegar súper lejos”, dice.
Pensar en una
A Susana Hernández (66) le detectaron cáncer de mama en septiembre de 2011. Siempre había sido responsable con sus controles médicos. Recuerda que en febrero de ese año, cuando salió de vacaciones, se hizo la mamografía y estaba todo bien. Pero en agosto, cuando estaba en la ducha, sintió que tenía un poroto en una mama, así que pidió una hora de nuevo. Pasaron unos días y la llamaron para informarle que habían encontrado algo diferente a lo que se veía en las imágenes pasadas. Le pidieron una ecografía mamaria y el doctor, con esos resultados, inmediatamente le dijo que había un 90% de probabilidad que esto fuera cáncer. Así se enteró.
Aunque fue un proceso duro, en el que incluso sintió culpa y a ratos rabia e incomprensión por lo que estaba viviendo, hoy que han pasado más de diez años, puede ver también un aprendizaje. “Quizás una de las lecciones más grandes que me dejó el cáncer es que hay que dedicarse a las cosas que a uno le gustan, y buscar instancias para hacerlas. Porque no estamos aquí para siempre. Después de vivir una experiencia así, pude reconocer aún mejor la finitud de la vida. A veces se nos olvida que todo se puede acabar en cualquier minuto, entonces hay que aprovechar el tiempo”.
Y aprovecharlo no sólo con los demás sino que también en una misma, como lo ha hecho Ana Rodríguez (35), fotógrafa, desde que terminó su tratamiento. “El cáncer de mama me mostró un lado de la vida que nunca imaginé; aprendí a ver mi cuerpo con sus cicatrices, como un testimonio de mi valentía y resiliencia. Y eso hizo que cambiara mi relación conmigo misma; ahora priorizo mis emociones, mis deseos y mis sentimientos, porque comprendí que cuidar de mí misma es el primer paso para poder cuidar y amar a los demás. Que eso no es egoísmo –algo que nos cuesta mucho a las mujeres, y que ponerme en primer lugar es una muestra de amor propio y de respeto hacia mí misma”.