Las amigas son necesarias. Son importantes. Son nuestras reguladoras, nuestras terapeutas amateurs y con quienes nos podemos juntar hasta la madrugada sin darnos cuenta de la hora. Celebran nuestros triunfos como si fueran propios -porque en parte siempre lo son- y están en primera fila a la hora de decirnos que estamos equivocadas. Son tan especiales que muchas veces creemos que siempre van a estar ahí, incluso cuando nosotras no hemos estado para ellas. Pero las mujeres, y especialmente las mamás, nos damos cuenta de que esto no es verdad, y que como cualquier otra relación, la amistad tiene que ser nutrida y atendida.

Pero a las amigas las descuidamos a la primera oportunidad. Cuando nos enamoramos y pasamos fines de semanas enteros con nuestra pareja, cuando esos fines de semana se convierten en meses y no nos damos cuenta que no llamamos a las amigas ni nos preocupamos por ellas. Con el tiempo esa situación tiende a regularse -la emoción del enamoramiento también se madura y le damos espacio a más personas en nuestra vida-, pero en la vida de algunas mujeres hay algo que no se evapora con el tiempo: la maternidad.

Y es que aquí no pasa lo mismo que cuando nos emparejamos, porque el distanciamiento con las amigas se suele dar por otros motivos. El principal, que no hay demasiado tema en común. La nueva mamá no puede salir con tanta libertad como quisiera, tiene demasiada responsabilidad en su plato por preocuparse por las cosas que antes le importaban tanto, y la amiga sin hijos no quiere conversar todo el día sobre pañales y lactancia. Lo positivo de esta etapa es que funciona para filtrar a las amistades verdaderas de las que solo estaban ahí por motivos superfluos. Lo negativo es que las amigas parecen ser cada vez menos.

Y es entonces cuando aparece otro grupo; las amigas con hijos. Las conocemos en la plaza, en las reuniones del jardín y en cualquier contexto en el que podamos sociabilizar. Quieren hablar de los mismos temas, están despiertas a la misma hora y sufren por los mismos virus en invierno. Entre las que sobrevivieron a la primera etapa de la maternidad y estas nuevas, las mamás se hacen un pool decente de compañeras para compartir penas, alegrías, tazas de café y copas de vino.

Pero llegó la pandemia, y con ella las cifras que ya conocemos.

Según la encuesta de empleo del Centro de Encuestas y Estudios Longitudinales UC, durante la última semana de julio, un 38% de los hombres dedicó cero horas semanales a realizar tareas domésticas como cocinar, hacer aseo y lavar ropa. Y en ese periodo, las mujeres dedicamos nueve horas semanales más que ellos a estas tareas. Un 57% de los hombres dedicó cero horas al cuidado de niños menores de 14 años, y fueron las mujeres las que le dedicaron dos horas semanales más que los hombres al acompañamiento de las tareas escolares.

Y mientras las mamás se dedicaban a la mayor parte de las tareas domésticas, al cuidado de los niños y al acompañamiento de tareas escolares, siguieron respondiendo a sus responsabilidades laborales externas, en un ambiente poco propicio para ello. En uno de temor por una enfermedad desconocida y volátil, estrés por la posibilidad de perder el trabajo, por descuentos salariales y ansiedad por un futuro incierto.

En medio de todo esto, se puso atención a las relaciones de pareja. Y es que quienes se veían poco pasaron a verse todo el día, quienes compartían pocos espacios empezaron a trabajar y almorzar en la misma mesa. Se hicieron estudios, como el realizado por Corpa Estudios de Mercado y Unifam, que develó que el 79% de las mujeres estaba satisfecha con su relación de pareja y de los hombres un 86%.

Se le preguntó a especialistas sobre qué hacer si la pareja se cansaba, cómo cuidar la relación -o terminarla- en medio de la cuarentena. Y aunque muchos tuvieron problemas en este ítem, sí se le puso atención y sí nos preocupamos de él. Y se nos olvidaron las amigas. Porque entre la pareja, los hijos, el trabajo pagado y el doméstico, a las mamás no les quedó tiempo para llamar a la amiga como lo hacía cada semana, ni energía para conectarse al cumpleaños virtual después de hacer dormir a los niños.

Se trata de un problema universal. Consultada por el Huffington Post, la psicóloga experta en amistad, Marisa Franco, dijo: “Muchas personas tuvieron dificultades con sus relaciones menos exigentes, con las amigas del almuerzo mensual. Asimismo, las amistades en las que dependemos para hacer cosas en conjunto, esas amistades que nos proveen de compañía, están siendo difíciles de mantener en estos momentos”.

Perder estas conexiones podría parecer poco grave, pero Franco opina lo contrario: “Cuando estamos rodeadas de distintas personas, nuestras partes que se superponen con ellas salen a relucir. Así que cada vínculo que tenemos nos hace conocernos y sentirnos más profundamente”. Bajo esta lógica, al dejar ir estas amistades nos estamos dejando ir a nosotras mismas, en cierta medida.

La buena noticia, según la especialista, es que no es necesario juntarse por horas a almorzar para recomponer estos lazos. Basta, asegura, con mostrar interés. Enviar un mensaje de texto mientras preparamos el almuerzo o hacer una llamada corta durante la mañana, son acciones que ayudan a demostrar que nos importa mantener una relación, incluso cuando los tiempos adversos invitan a quedarse viviendo en el universo que existe entre las paredes de la casa.