Las brechas de género en el mercado laboral son conocidas por la mayoría de la población: las mujeres tienden a tener menores remuneraciones, menor participación laboral y mayores dificultades para desarrollarse laboralmente. Estas brechas se acentúan cuando se convierten en madres, en especial cuando lo son de niños pequeños, perjudicando así tanto a la mujer como a sus hijos.
Las legislaciones laborales deberían propender a disminuir estas brechas; sin embargo, en algunos casos, éstas generan el efecto contrario. Por ejemplo, nuestra actual ley de sala cuna obliga a los empleadores con más de 19 mujeres contratadas a financiar la sala cuna para niños y niñas menores de 2 años, siendo este beneficio de cargo exclusivo a la contratación de la madre. Esto repercute directamente en la empleabilidad e ingresos de la mujer, ya que hace que todos los costos asociados al cuidado se traspasen directamente a ella, lo cual impacta negativamente en sus remuneraciones.
Por otra parte, muchas empresas optan por no contratar a más de 19 mujeres, generándose así brechas en el empleo formal femenino (Escobar et al, 2023). De esta manera, la informalidad laboral suele aparecer para muchas madres como la única alternativa para generar ingresos -sobre todo para el enorme porcentaje de mujeres que enfrenta la crianza sola- a pesar de la desprotección e inestabilidad que ofrece, ya que el mercado laboral formal castiga la maternidad y se desentiende de ella, dejando a las mujeres con toda la responsabilidad, pero sin suficiente apoyo.
No se ha tomado suficiente conciencia sobre la relación entre la informalidad laboral y la marginación social, ni del hecho de que, además de las mujeres, uno de los grupos más afectados por ella son los niños. Las mujeres en edad fértil suelen ser vistas como una amenaza por los empleadores, y su estabilidad laboral y económica se merma enormemente una vez que se convierten en madres, no así la de los padres. La calidad del trabajo y la falta de seguridad del mercado informal impacta cada año en miles de mujeres, quienes hipotecan su futuro por el presente de sus hijos, los que a pesar del esfuerzo de sus madres son víctimas de la misma marginación que sufren ellas.
Es sumamente importante que avancemos en corresponsabilidad a la hora de pensar en la crianza y en las políticas públicas que buscan proteger a las madres y sus hijos. Una primera medida, dentro de muchas otras que son necesarias, sería eliminar la responsabilidad exclusiva que se carga a la mujer en relación a la cobertura de sala cuna, y que ésta sea tanto para el padre como para la madre. De esta manera, ningún tipo de trabajador sería visto como una carga económica extra, las mamás estarían menos solas en las responsabilidades de cuidado y las familias podrían organizarse con mayor flexibilidad.
La maternidad no debería ser causa de mayor empobrecimiento y marginalidad, como tampoco debería serlo la infancia temprana. Necesitamos con urgencia tomar conciencia, y sobre todo tomar acciones, para que la desprotección en la que se encuentran nuestras mamás y nuestros niños pequeños termine.