“Gabriela Mistral escribió mucho y escribió mucho pensando en los niños y niñas del mundo y en un momento dijo lo siguiente: ‘Muchas de las cosas de las cuales los adultos tenemos urgencia pueden esperar; el niño y la niña, no, no pueden esperar. El niño y la niña están haciendo ahora mismo sus huesos, criando su sangre y ensayando sus sentidos. A él, a ella, no se les puede responder mañana, ustedes se llaman ahora’”, dijo el presidente Gabriel Boric en un discurso hace unas semanas a propósito de la alta cifra de deserción escolar que se dio a conocer por el Centro de Estudios del Mineduc. En específico son 50.529 alumnos que abandonaron el sistema escolar entre el 2021 y 2022, una cifra que representa un 24% más respecto a lo que había en 2019 previo a la pandemia.
Las razones son diversas y todas atendibles, pero según Paulina Araneda, Directora de Grupo Educativo y Presidenta del Consejo de la Agencia de la Calidad de la Educación, el género es fundamental en esto. “Hay que entender que tenemos discursos segregados de género y que niñas y niños no están en las mismas posiciones. Necesitamos discursos y promociones distintas en las escuelas. Cuando una chica no asiste es distinto que cuando un chico”, dice.
Según Paulina, lo que está en juego son los roles de género. “En la pandemia lo vimos, la Unicef dio cuenta de esto: las mujeres desde niñas cumplen roles de trabajo doméstico y se diferencian de los varones en esto”. De hecho las niñas presentan más adhesión a la escuela y al sistema educativo en general, sin embargo son las primeras en ser utilizadas para reemplazar a sus madres en casa o salir a hacer labores domésticas cuando la economía familiar tambalea. Así se mostraba ya en 2012, el último año en que se realizó la Encuesta Nacional sobre Actividades de Niños, Niñas y Adolescentes (EANNA), en la que se determinó que había un 30,8% de niñas en puestos de trabajos, la gran mayoría de ellos orientados al comercio minorista y la atención doméstica.
“En la pandemia todos estábamos en una situación difícil y los estudiantes también, porque se desafectaron del sistema y perdieron hábitos, lo que aumenta aún más la desafección porque hace que sea más difícil reincorporarse. Y en el caso de algunas niñas esto fue más profundo, porque además tuvieron que cumplir con roles domésticos. Se trata de la reproducción de mujeres sobreexigidas por tareas domésticas y tareas productivas, pero en la infancia. Esto porque la escuela funciona como un símil de un trabajo de jornada completa, es decir, existen niñas en este país que a temprana edad, ya viven la reconocida doble jornada”, explica Paulina.
Para la experta, la cultura del trabajo tiene que ver con sentir que aporto en el espacio que convivo y los niños desarrollan su autonomía en relación a eso. “El trabajo también es trabajo escolar. El punto es cuando a ese trabajo se suman otros que te impide el desarrollo pleno de las tareas y de los desafíos que tienen en función de su edad. Eso es una tensión: cómo compatibilizar ambas cosas. Por ejemplo, cuando a un niño o niña le piden desgranar porotos, puede ser visto como una tarea que es hasta entretenida; está supeditada a sus capacidades, como un espacio de contribución a la familia, se asocia a una experiencia de encuentro. El punto con las niñas, es que no solo hacen tareas sino que se les empieza a atribuir una responsabilidad. En la niña es su responsabilidad desgranar los porotos o hacer las camas (a pesar de que tengan tareas escolares), y en el niño es una gracia”, agrega Paulina.
Esta tensión puede llevar a muchas niñas a dejar la escuela, porque las familias saben que la educación es lo importante pero no es lo urgente: tienen que salir a trabajar y alguien se tiene que quedar con el abuelo postrado o con la guagua, etc. ¿Quién se queda? ¿Quién sabe mejor hacer estas cosas? Las niñas. “Eso es lo que debe cambiar”, asegura Paulina.
El embarazo adolescente
Es otra de las razones de deserción en niñas. Aunque las tasas de embarazos adolescentes en Chile han descendido –según la Novena Encuesta Nacional de Juventud (2019), el 6,8% de la población adolescente (15-19 años) ha vivido un embarazo no planificado, porcentaje menor en relación con el año 2015, de un 12,5% – la pandemia impidió un adecuado control de la natalidad y el acceso pleno de niñas y adolescentes a mecanismos de prevención del embarazo, exponiéndolas a esta situación.
“Esto también se asocia a las mujeres (niñas y adolescentes) porque lo que se consigna es el embarazo, no la maternidad o paternidad. Los niños que dejan el sistema escolar no refieren la causa a un embarazo, pueden aludir la situación económica, que a veces es porque se transforman en padres, pero no lo consignan, a diferencia de las niñas que sí esgrimen el embarazo como una razón –entre 15% y 24% de la deserción escolar en las mujeres se atribuye a maternidad, mientras que menos del 1% de la deserción escolar en hombres es atribuible a su paternidad según la CAF, 2018–. Y de lo que da cuenta esto, es que son ellas las que ven el embarazo como primera responsabilidad. De hecho las niñas y adolescentes se suelen apoyar con otras mujeres como su madre. Se ve mucho eso, chicas que perseveran en los estudios porque es la madre la que las apoya”, explica Paulina. Y agrega: “En el caso de los chicos están mucho más protegidos porque no son los que viven con las guaguas. Si a la guagua le da cólicos o sincicial, es la chica, esa adolescente, la que no puede ir al colegio”.
La importancia de las expectativas
Por último, el manejo de las expectativas también es un factor relevante de deserción. “Como dice la canción, ‘será un ingeniero o un gran arquitecto’. Ninguno en femenino. La expectativa es como una grúa que te levanta de la cama, que te hace salir. Es importantísimo que tu entorno se movilice para que perseveres. Tiene que ver con dar condiciones para que sea posible. Porque no sacas nada con decirle a una niña ‘lo vas a lograr’ pero la mandas a pie pelado por camino de ripio subiendo un cerro. Quizás termine, pero desangrada”, dice Paulina. Por eso hay que hacer que ese camino no sea a costa de ellas.
“Es fundamental que el ministerio no solo hable de hombres y mujeres sino que entienda que hay una diferencia y que las mujeres estudiantes tienen que saltar más barreras que los hombres, y que ese salto de barreras tiene que ser eliminado. Pero mientras eso ocurre, hay que ayudarles a saltarlas y eso tiene que ser diferenciado por género. No basta con decir tienes un espacio, aquí está tu silla. Hay que preguntarles qué necesitan, qué esperan de nosotros”, concluye.