Las niñas y los niños tienen formas distintas de enfrentarse al fracaso

niñas y fracaso paula



“Cuando fracaso, ¿tengo miedo de no tener suficiente talento?”. Esta pregunta se incluyó por primera vez en la prueba PISA 2018 (Programa Internacional de Evaluación de Estudiantes) que se llevó a cabo en 37 países en su mayoría desarrollados pertenecientes a la OCDE, y en 39 países en vías de desarrollo, incluído Chile. La pregunta fue respondida por 500 mil estudiantes y entre los principales resultados se encontró que existen brechas de género al atribuir el fracaso a la falta de talento: mientras que la mayoría de los adolescentes hombres cuando fracasa suele atribuir ese mal resultado a factores externos a ellos mismos, las estudiantes mujeres se culpan a sí mismas y a su falta de talento, por dicho fracaso.

Los investigadores –Clotilde Siesta y Thomas Breda– plantean en el estudio que esto se debe, en parte, a un estereotipo que denominan ‘brillantez de género’, que dice relación con que, en ciertas áreas del conocimiento, se necesita gente brillante. El problema, es que son mayormente los niños los que se identifican con ese concepto. De hecho se mostró que las niñas de 6 años son menos propensas que los niños a asociar atributos “inteligentes” a miembros de su género y comienzan a evitar actividades que se dice que son para niños que son “muy, muy inteligentes”.

“La evidencia proporcionada en el documento sugiere, en particular, que la exposición a estereotipos culturales sobre las habilidades intelectuales y el talento de las niñas lleva a los niños y niñas a desarrollar actitudes y preferencias que de otro modo no habrían tenido. Al enviar estos mensajes, nuestra cultura puede limitar innecesariamente los comportamientos, las preferencias y las opciones profesionales que consideran los niños y las niñas” dice el informe. Y en la otra vereda –agrega– que estos estereotipos de talento de género también pueden dañar a los niños. “Por ejemplo, puede llevarlos a confiar demasiado en el talento y el aprendizaje rápido, a subestimar el papel del esfuerzo sobre la habilidad en el desempeño de tareas particulares, a despreciar el estudio duro y profundo, y a abandonar el trabajo escolar en caso de fracaso”.

La académica e investigadora en educación superior Ana Luisa Muñoz García es parte del Núcleo Milenio de Eduacación Superior, donde viene trabajando una línea de género hace un tiempo, y al revisar este estudio dice que lo que le parece más interesante es que abre una conversación para entender que efectivamente las niñas y niños tienen formas distintas de enfrentarse al fracaso. “La raíz de esto responde a una cultura institucional del castigo que es diferenciado por género. A las niñas se les castiga más por fracasar que a los niños, por lo tanto frente al fracaso hay un sobre esfuerzo por responder bien, porque si no lo hacen, creen que son ellas el problema”, explica. Lo que no se toma en cuenta al normalizar que las niñas, adolescentes y mujeres se responsabilicen individualmente de esto –agrega–, es que se ignora que la estructura social, cultural y política en la que nos desenvolvemos es determinante para entender por qué muchas veces fracasamos.

“Hay una investigadora que utiliza el concepto de ‘participación putativa’ que tiene que ver con que una mujer puede participar de un espacio como el universitario, por ejemplo, pero se cree que no es legítimo que esté ahí. Y por lo tanto frente al fracaso hay una mayor sensación de que la responsabilidad es personal e individual, omitiendo las condiciones estructurales o institucionales que permiten ese fracaso”, advierte Ana Luisa explicando que esto se debe a que no solemos mirar el espacio en el que nos movemos. “Pocas veces nos cuestionamos cuáles son las condiciones que la educación tiene para hacerme sentir que hay responsabilidades compartidas respecto al éxito que pueda tener educacionalmente”, agrega.

En la infancia ese castigo va por dos vías: por un lado está el reforzamiento positivo, cómo se les hace participar en el espacio educativo, donde aún se establecen diferencias de género; y por otro lado qué temáticas son valoradas dentro del aprendizaje, y éstas suelen ser áreas donde los niños participan más que las niñas. “Me toca conversar con padres a los que les gustaría que sus hijas sean ingenieras y médicas, pero no piensan mucho cuáles son aquellas acciones que pueden desarrollar para que realmente las niñas desde temprana edad tengan la confianza para sentir que pueden ocupar esos espacios que han sido históricamente masculinizados. Por poner un ejemplo, hay un control mucho más explícito con el cuerpo de las niñas, cómo se deben sentar, qué deben hacer, cómo deben jugar o hablar. Ese proceso de empoderamiento del espacio educacional es diferenciador desde temprana edad y eso impacta a futuro en cómo se mueven las mujeres en los espacios públicos. La confianza que sienten en ellas mismas”.

Por eso Ana Luisa cree que este estudio es un aporte para abrir la discusión sobre la base de la desigualdad, ya que articula lo que ocurre en el ámbito educacional con las desigualdades de género a nivel país. “La responsabilidad de los cambios sociales y culturales en relación a las problemáticas de género no debe caer sólo en la educación. Se deben generar cambios en los contextos sociales, políticos y económicos en los cuales nos desenvolvemos, porque estos son claves para entender la inequidades y cómo las estudiantes se van construyendo en los espacios educativos. La educación es solo una vía para abordar dichas desigualdades, pero, si en el colegio o las universidades les decimos a las niñas que pueden ser lo que quieren ser, pero tenemos un país en el que se refuerza la desigualdad en otros ámbitos, todo lo que la educación pueda aportar se cae”, concluye.

Comenta

Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.