Todo partió el 2013, cuando estaba en una relación en la que había un fuerte vínculo emocional, pero no buena sexualidad, básicamente porque ninguno quería ser penetrado. Como queríamos mantenernos juntos en nuestras vidas, le propuse a mi pareja de entonces probar algo diferente. "Somos gay, ¿por qué tenemos que ceñirnos a una estructura de relación monógama? Podemos tener sexo con otras personas, si al final con quien me despierto es contigo. Con quien quiero hacer mi vida, es contigo". Él aceptó. Así partimos probando con tríos y cuartetos, porque era una forma de seguir compartiendo la sexualidad entre nosotros dos.
Tiempo después mi relación terminó, pero ya se había cambiado un paradigma en mi vida; se había expandido un límite del placer. Seguí participando esporádicamente formatos de sexo grupal: tríos; cuartetos; orgías; gangbangs (donde una persona mantiene relaciones con un grupo de personas por turnos o al mismo tiempo), y bukkake (en los que un grupo de hombres se turnan para eyacular sobre uno). Empecé a conocer y a tener relaciones con gente que también practica sexo en grupo. Y así me hice parte de la escena, donde ya manejo una cartera de contactos. Lo hago porque es placentero. Muy placentero. En un nivel físico y también en un nivel psíquico, porque, en cuanto va en contra de la moral establecida, responde a una morbosidad, a una fantasía y a un exceso.
Después descubrí en esto otro aspecto más ideológico, que me gusta mucho de tener sexo multitudinario: es rupturista, porque celebra el placer y el goce en una sociedad cristiana llena de pudor y culpa. He visto a muchas personas fracturadas o disociadas de su sexualidad por su relación culposa con el sexo. Entonces, para mí, estas instancias son una acción de resistencia a ese cristianismo culposo tan chileno. Por eso he decidido no solo participar de ellas, sino también gestionarlas.
En general las organizo por redes sociales. Invito a personas del círculo y si quiero sumar a gente nueva, busco en aplicaciones como Grindr, Scruff o Hornet algún perfil que indique que practica sexo grupal. Participan personas de edades muy variadas y de todo tipo de ocupaciones. Eso me excita y emociona mucho: crear un espacio pluralista y en el que la única política intencional sea el placer, aunque en general quienes participamos somos hombres homosexuales. Eso fue lo que ocurrió este año en mi cumpleaños, cuando celebré una fiesta que partía a las 5 de la tarde de un martes y que a la 1 de la madrugada del miércoles se transformó en una orgía a la que estaban todos los asistentes, de distinto género y orientación sexual, invitados a participar. Ninguna mujer participó activamente, aunque me gustaría mucho lograr incluir fuerza femenina en los encuentros orgiásticos que vengan en el futuro. Para mí significaría una expansión de los límites del placer, además de generar un espacio de liberación y expansión para ellas.
Siempre está presente la posibilidad de contagiarte una enfermedad de transmisión sexual. Hay algunas orgías con condón, y otras bareback -sin condón-. Evidentemente con la aparición del PREP, el hecho de que el VIH pueda controlarse a través de las terapias anti retrovirales y llegar a estados de indetectabilidad e intransmisibilidad, se ha generado laxitud en torno al uso del condón para prevenir el contagio. Respecto a las demás enfermedades cuando se practica sexo bareback las personas están dispuestas a correr el riesgo y luego hacerse el tratamiento. Depende del morbo de cada uno. Pero al final tener sexo con una persona que tiene VIH y se está controlando es mucho más seguro que tenerlo con una persona que jamás se ha hecho un test de ELIZA y a veces usa condón.
Cuando se piensa en un contexto orgiástico, se suele reducir a los aspectos sexuales. Es cierto que la mayoría de las cosas que las personas se imaginan pasan, incluso llegan a ser más escabrosas o hardcore de lo que la imaginación de quienes no participan pueden elucubrar. Pero eso no lo excluye de intercambios profundamente amistosos, fraternos y amorosos. Incluso poliamorosos. He sentido amor por mucha gente que no habría conocido de no participar en estos contextos. Se conforman amistades en las que la dialéctica romance-sexualidad se quiebran, y te permites ser sexual y sexualizarte con personas con las que no vas a tener una relación romántica, pero con las que tampoco necesariamente va a ser algo express. Pero en esto también uno se abre a la posibilidad de mantener otro tipo de relaciones en el tiempo, que a veces son un círculo de contención y protección que apuntan en dirección a sentir placer.
También existen orgías que se parecen a toda esa brutalidad expuesta en la pornografía, en calabozos encuerados donde la comunicación está reducida a monosílabos y a asumir posiciones. Donde nadie quiere conocerse con nadie ni intercambiar más que sexo y fluidos. A veces esa es tu apetencia y está todo bien. Hay que dejar de moralizar y reprobar cualquier conducta sexual. La única gran regla del sexo grupal es el consentimiento.
Nicolás Figueroa es actor y pedagogo, tiene 28 años y vive en Santiago.