Hace exactamente un año, un móvil de televisión pilló por casualidad a Graciela Zapata (67) en La Vega. La mujer contó en cámara que era la “Abuela mechona”, como se hace llamar en Instagram. Dijo que estaba cursando su primer año de Pedagogía en Historia y Geografía y que si no fuera por la gratuidad, no podría estudiar. La conductora del matinal le decía que ella era un ejemplo para la gente mayor y Graciela sonreía. En el set le celebraban todo, con música de Coldplay de fondo. Lo que pocos saben es que mientras ella se mostraba feliz ante los televidentes, estaba muerta de miedo. Pensó que, efectivamente, este podría ser un traspié. Ser una mechona de su edad en el mundo de la educación superior, la insegurizó y dudó.
Un fracaso privado es más llevadero que uno público, pensaba. “Ahora toda esta gente cree en mí, cree que lo puedo hacer. Están esperando que lo logre”, se repetía. No tenía que rendirle cuentas a sus padres, como sus compañeros, pero la ansiedad por cumplir fue una de sus primeras pruebas como estudiante.
Graciela narra los acontecimientos de su vida así: nació en una pieza con el piso de tierra, sostenida por palos, no tenían ni radio. Su papá, un hombre jubilado, la abandonó cuando ella tenía seis años. Su mamá era dueña de casa, pero nunca estaba en el hogar. Le gustaba salir y la dejaba con llave cuando se iba a los centros de madres. Al ser la más pequeña de sus hermanos, la distancia de edad no les permitió compartir momentos importantes. Se sentía sola. Y fue justamente ese abandono lo que la motivó a apegarse a los libros y cuadernos. “Para mí era un sueño ser universitaria, yo le doy crédito a mis profesores que nos motivaban a seguir, a no dejarlo, a soñar. Pero eran otros tiempos, hoy te avisan los resultados de las pruebas de admisión por radio, televisión, internet, se hacen simulaciones, orientación, todo. Antes no. Yo no salí en El Mercurio cuando di la prueba y nadie me dijo que fuera personalmente a verlo a la universidad. Entendí que ya no había quedado y me derrumbé”.
Después de ese episodio empezó a trabajar como nana, entró a estudiar al Instituto Bíblico, donde conoció a su marido y dejó atrás estos sueños. Incluso se convirtió en pastora evangélica. Cuarenta años después, durante la pandemia, su hija la llamó y le dijo que la había inscrito en la Prueba de Transición Universitaria (PTU). Graciela estaba en Puerto Montt, cuidando a su nieto. “Era mi sueño frustrado y mis hijas lo sabían. Nunca tomé una postura activa sobre el tema, sino que de repente hacía unos comentarios sueltos. Cuando mi hija me llamó para decirme lo de la PTU, imagínate, fue una locura. Yo egresé el año 75, era buena en humanidades, pero no en matemáticas, con las cuatro operaciones soy una bala eso sí, pero no con ecuaciones. Tampoco tenía los medios económicos para ir a un preuniversitario, bajaba los tutoriales y después no podía encontrarlos, no me llevé bien con la tecnología. Me faltaron 18 puntos para quedar. Pero lo intenté el otro año”.
En 2022, con los resultados de la PAES y tras haber conseguido casi 700 puntos en Historia, Graciela se matriculó en Pedagogía en Historia y Geografía en la Universidad Católica Silva Henríquez. Hoy la estudiante y pastora tiene que descargar libros, entrar a grupos de WhatsApp, hacer resúmenes y, por supuesto, levantarse temprano para ir a clases.
¿Qué fue lo más difícil de ese primer año?
Lo académico no me costó, pero estaba asustada. El tema se hizo demasiado público, di las entrevistas en televisión, se publicitó demasiado este logro y mi temor era fallar. Afortunadamente cerré con un 5,4 de promedio y se me pasó el susto. Pero estudiar nunca fue el problema, lo que me costó fue formar grupos. Yo creo que ellos decían ‘chuta, si metemos a la vieja nos va a ir mal’. Me hicieron un vacío, me sentí discriminada. Había grupos en WhatsApp donde yo no estaba. Entiendo que la que tenía que adaptarse era yo. Era una contra treinta personas. Yo tenía que aprender todo esto nuevo.
¿Cómo describirías a la generación de tus compañeros?
¿Conoces el término de la modernidad líquida? Bueno, yo creo que hay harto de eso. No te permite esas relaciones duraderas, todo es rápido, exprés, se busca siempre sacar un beneficio de la situación. Todo es efímero. Pueden ser más cultos, pero en el lenguaje están atrasados: son muy soeces en cómo hablan. Les da lo mismo quién esté enfrente. He observado que es una generación con mucha cercanía a la droga, al alcoholismo. Tanto hombres como mujeres. Esas cosas no son positivas, la biblia dice ‘no os embriaguéis’, no dice que no te puedes tomar una copa, pero acá terminan curados.
Pero también son experiencias propias de la época: enamorarse, la fiesta, el desenfreno. Si no es ahí, ¿cuándo?
El alcoholismo es tremendo porque igual te interfiere en tu vida académica, hay un compañero que se echó un ramo por borracho, nos íbamos a juntar a las tres y llegó a las nueve por curado. Yo no muestro una postura ante ellos. Yo no pongo caras. Intento no juzgar, pero no está bien.
¿A qué crees que responde esto?
Al consumismo. Ha sido tan dañino, que para tener la última tele, el auto o el iPhone, la mujer ha tenido que trabajar y los muchachos se crían solos. No está el concepto de familia que existía antiguamente. Los chicos tienen muchas necesidades afectivas que los llevan a buscar alternativas para combatir la tristeza.
¿Y la responsabilidad del padre en la crianza?
Bueno, sí (...) tampoco está. Es que con el nivel de consumismo no alcanza el sueldo de una sola persona. Salen padre y madre, los dos a trabajar. El resultado es el mismo: los chicos quedan solos.
¿Te consideras feminista?
En cierta medida apoyo el feminismo, sufrí mucho por culpa de hombres machistas, pero mi feminismo lo adecúo a lo que dice la biblia, que aunque no es feminista digamos, si la analizamos bien, podemos encontrar pasajes que resaltan la importancia de la mujer. Las primeras evangelistas fueron mujeres. Cuando Jesús resucitó, primero se mostró a las mujeres. Hoy se dejan llevar por lo que dijo Pablo: ‘no permito a la mujer enseñar ni ejercer dominio sobre el hombre’. Nada qué ver. Lo que sí, es que no saldría a la calle a mostrar mis partes íntimas, ni a ponerme en un lugar que está sobre el hombre.
Si la biblia no es feminista, pero logras integrarlo, ¿es la religión una cosa de interpretación?
Por la experiencia personal, creo que he podido adaptar la fe, tener una visión diferente, pero es cosa de estudiar no más las escrituras, porque está escrito. Allí aparecemos.
Tras estos dos años, ¿te ha cansado como estudiante?
No, fíjate. Mi salud no está al cien, lamentablemente tengo artrosis, pero a diferencia de los chicos que suben en ascensor, voy al cuarto piso en escalera, porque me tengo que mantener activa. Me ejercito bastante. Ayer me di una vuelta por Patronato y San Antonio. Siempre hago caminatas largas, porque es la única manera de estar saludable. Sé que tengo que esforzarme para llegar a mi quinto año caminando. No quiero hacerlo con muletas o con burrito.