Las reflexiones de mi maternidad
En 2010 retomé una relación de pareja con quien estuve diez años separada y que en ese tiempo fue papá de Joaquín, quien actualmente tiene 17 años. Aunque debo reconocer que para mí no era el escenario ideal, tampoco fue algo que me cuestioné demasiado. Creo que el amor era tan fuerte que acepté la "mochila extra". Recuerdo que el día en que conocí a este niño tuvimos una conexión muy linda. Cuando lo pude tomar en brazos sentí algo muy especial que no soy capaz de explicar. Fue desde ese primer encuentro que siempre mantuvimos una relación cercana. Y por eso con su papá viajábamos de manera permanente desde Santiago a Linares para compartir con él. Su mamá siempre fue acogedora y nunca se incomodó por mi presencia en la vida de su hijo, lo que ayudó a que mantuviéramos una linda relación.
Dos años después de reencontrarnos, decidimos ser padres. No sé por qué, pero siempre sentí que sería madre de una niña a la que llamaría Fernanda. A pesar de haber tenido un tumor ovárico tuve un embarazo tranquilo en el que pasé harto tiempo sola, porque mi pareja trabajaba lejos. Y fue en ese tiempo en que por primera vez tuve sentimientos encontrados, sentimientos que no eran específicamente con Joaquín, sino con el hecho de que mi pareja ya había vivido la experiencia de ser padre y lo había hecho con otra mujer, en otras circunstancias. Sentimientos que venían del hecho de que él ya había vivido algo tremendamente marcador e importante sin mí.
Con la distancia, creo que obviamente eran celos, aunque antes de estar embarazada nunca había sentido algo así. No recuerdo haberlo conversado directamente con mi pareja, pero sí que él se preocupaba de mis sentimientos porque notaba lo que yo sentía y siempre me hacía sentir que todo era diferente, porque estábamos en épocas diferentes, ambos trabajando. Ya no era el adolescente que había sido cuando se convirtió en papá de Joaquín y nuestra relación de pareja era diferente porque teníamos una historia desde la adolescencia.
Cuando nació mi hija, todo cambió y dejé de sentir esa necesidad de ser diferente. Joaquín tenía 8 años y estaba emocionado por su hermana. La abrazaba, se preocupaba, le enviaba mensajes. Y creo que gracias a eso me di cuenta de que este niño precioso era un regalo para mí y para su hermana, porque desde el primer minuto fue, y sigue siendo, un gran hermano para Fernanda.
Cuando tuve que regresar al trabajo visitamos algunas salas cuna, pero en la primera no me pude contener y rompí en llanto. No quería dejar a mi hija en un lugar con personas extrañas. Fue ahí que mi pareja me sugirió hablar con mi mamá, quien sin pensarlo accedió a cuidarla y dedicó su vida completamente a apoyarme. Viajaba todas las semanas a Santiago desde Linares y pasamos a tener una vida muy linda de familia las tres. Durante ese tiempo vi a mi madre feliz y llena de amor. Fortalecimos nuestra relación de madre e hija y la relación de ellas se hizo muy potente y especial. Tienen una conexión hermosa porque de verdad que mi mamá se ha convertido en una abuelita de libro: cariñosa, tierna, llena de amor y preocupación. Fue ella la que se preocupó de enseñarle muchas cosas, de estimularla. Mi hija nunca fue al jardín pero desarrolló tan rápido su lenguaje que no fue necesario. Y todo gracias a mi madre.
Con la presencia de mi mamá no tuve problemas al regresar a trabajar, de hecho ya necesitaba volver a tener el ritmo de trabajo, ver a otras personas, hablar de otros temas. Tuve la suerte también de tener un regreso progresivo que ayudó a adaptarme con facilidad. Regresaba temprano a casa e iba casi todos los días al parque con luz natural. Fue una época que recuerdo con mucho cariño, en la que pude trabajar tranquilamente y nunca tuve temor o ansiedad al pensar cómo estaba mi hija.
En 2015 tomé la decisión de irnos a vivir a Linares porque ya no podía seguir pidiéndole a mi mamá que viajara todas las semanas a Santiago. Allá tendría una red de apoyo y calidad de vida, podría manejar mis tiempos, vivir en una casa, tener jardín, patio, una perrita. Decidí trabajar de manera independiente y ha sido la mejor decisión. Puedo almorzar en mi casa, vivir cerca del colegio de mi hija, disfrutar del tiempo. Mi mamá sigue presente en mi vida, apoyándome en todo y ha sido ella la que me ha enseñado de la vida, de la maternidad, de la generosidad y la voluntad. Gracias a ella puedo seguir siendo yo; mujer y persona, y no sólo mamá.
Liza tiene 35 años y está escribiendo un libro sobre maternidad.
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