En Chile, se sabe que 9 de cada 1.000 niños, niñas y adolescentes son abusados sexualmente cada año. La mayoría de ellos son mujeres y tienen entre 10 y 17 años. Yeniffer, que hoy tiene 36 años, fue una de ellas. A los 6 años, cuando llegó a vivir a la casa de sus abuelos maternos, comenzó a ser abusada sexualmente por un primo que, bajo el conocimiento y la normalización de su familia, siguió con esta conducta hasta que cumplió 9. Si bien por mucho tiempo no fue consciente, hoy, después de casi 30 años, sigue viviendo las consecuencias de la incredulidad de su mamá, la culpa, la vergüenza y la confusión que esta experiencia generó en ella.
Y esta, puede ser la historia de muchos niños y niñas que, hoy siendo adultos, viven con el peso de una experiencia que les tiñó la vida entera, afectando su autoestima, su imagen corporal y su capacidad de confiar en el resto, perjudicando así la manera en la que se vinculan con otros.
Las heridas no tan evidentes del abuso
Si bien las secuelas que esta situación puede tener son distintas para cada persona porque varía según factores como la gravedad del abuso y el apoyo recibido después del hecho, sí hay señales en común que se pueden identificar en la vida de adultos que fueron víctimas de abuso sexual en la infancia, dice la psicóloga clínica especialista en duelo y trauma, Gabriela Diéguez (@gabydieguez_ps). “Este tipo de trauma puede tener un impacto significativo en la autoestima de una persona y en la forma en que se ve a sí misma. Pueden surgir sentimientos de vergüenza, culpa y falta de valía personal. En otras ocasiones, se pueden observar dificultades para establecer relaciones cercanas y confiar en los demás. Pueden tener miedo de la intimidad emocional o ser hipervigilantes en sus relaciones”, asegura.
Siendo ya adultos, los sobrevivientes de este abuso pueden desarrollar síntomas de depresión, como tristeza profunda, pérdida de interés en actividades que solían disfrutar, cambios en el apetito y dificultades para dormir. Incluso, agrega Diéguez, tener cuadros de ansiedad que pueden manifestarse en forma de preocupación excesiva, miedo irracional o ataques de pánico. “Pueden experimentar recuerdos intrusivos, pesadillas, flashbacks y evitación de situaciones o estímulos que les recuerden el abuso”, asegura.
Según se ha estudiado, explica Guila Sosman, académica especialista en trauma de la Universidad Diego Portales y directora del Centro de Psicoterapia Acompañar (@psicoterapia.acompanar), al ser la violación una situación tan amenazante para la conciencia, aparecen mecanismos de defensa, que son más bien de la línea disociativa y que toman el contenido del recuerdo y lo ponen en un lugar al que no se tiene acceso hasta que aparece algún tipo de estímulo.
“Hay una parte de ese recuerdo que queda en un lugar de la conciencia, pero a la cual la persona no tiene acceso. Realizan su vida normal, algo les molesta o algo sienten que les perjudica en sus relaciones, pero no saben muy bien qué es. En algún minuto de la vida aparece un recuerdo gatillado por alguna circunstancia que hace que los afecte, que hace que recuerden. Muchas veces este recuerdo llega como flashback, como imágenes que no saben si vienen de una pesadilla, un sueño o si lo inventaron, entonces cuesta mucho ir reconstruyendo esta experiencia, sobre todo porque hay una parte de la conciencia que no quiere saber de ella porque es muy dolorosa, implica sufrimiento, cuestionamiento e implica, por ejemplo, tomar ciertas decisiones cuando esto conlleva hacer una denuncia, un quiebre de relaciones con parte de la familia”, asegura Sosman.
Una de las consecuencias más evidentes para Yeniffer es que, como no confiaba en los demás, la primera vez que quiso tener sexo voluntariamente llegó cuando estaba cerca de los 30 años. “Este abuso me afectó en todo ámbito. Si bien sobreviví y pude funcionar con relativa normalidad, sé que el recuerdo lo escondí en alguna parte de mi memoria y que me afectó igual. Tengo la certeza de que quizás habría tomado otro tipo de decisiones profesionales, laborales e incluso con la maternidad. Por ejemplo, antes yo veía la maternidad como algo fuera de mí, que era imposible por la desconfianza que sentía hacia los hombres y por el cambio físico”, cuenta.
Inicialmente, las situaciones que involucraban a la sexualidad eran para ella como una tortura. “Las primeras veces que quise tener sexo, en mi mente aparecían como flashbacks, imágenes donde me veía muy niña haciendo lo mismo, entonces me perturbaba y no me daban ganas de ni siquiera intentarlo. Pero luego aprendí a esconder cualquier sensación, sentimiento o recuerdo. Conforme fue pasando el tiempo, los recuerdos comenzaron a reaparecer y luego ya no eran fotos, eran películas y no me quedó más que afrontarlo”, cuenta.
La importancia de la reacción de los vínculos de apego
El caso de Yeniffer se vio especialmente ensombrecido porque sus vínculos más cercanos, que eran su mamá y sus abuelos, normalizaron el hecho y lo escondieron cuando siendo sólo una niña tuvo la valentía de contarles que su primo la estaba abusando. La acusaron de que le gustaba y la culparon por no haberse negado. Confundida y sin ayuda para procesar lo que le pasó, vivió por años con la culpa y responsabilidad de algo que no le correspondía.
Esa es sólo una de las consecuencias de poner en duda el relato de los niños que deciden contar que han sido abusados, dice la especialista Guila Sosman. Y es que la respuesta del entorno significativo de la víctima incide en si este trauma se transforma en algo patológico o no. “La respuesta del entorno ayuda a que esta situación sea mejor elaborada y aceptada. Lo deseable es que la respuesta sea valorar la valentía del niño o niña al contar lo ocurrido; la confianza y sobre todo, creer en lo que está contando, porque cuando se duda de eso, que puede ser la primera reacción –preguntas como: ¿estás seguro, no lo habrás soñado?–, es muy complejo a nivel psíquico para ellos. Se instala como una desmentida, o sea, si ya el niño o niña está confundido, el que no le crean lo hace sentir más solo con la experiencia”, asegura.
Cuando los padres no validan esta revelación, dice la psicóloga Gabriela Diéguez, “el niño puede sentirse desamparado, desprotegido e incluso abandonado, con dificultades para confiar en las figuras de autoridad y adultos, ya que no cumplieron con su rol protector. La no validación incluso puede llevar a los niños a la revictimizacion y ocasionar a corto y largo plazo, dificultades emocionales y psicológicas como ansiedad, depresión y baja autoestima”.
Narrativas útiles para procesar los hechos
Incluso cuando la víctima logra salir de la situación peligrosa, es capaz de reconocerlo y tiene una red que la acompaña, involucrarse en un proceso reparatorio con terapia es lo ideal, recomienda la psicóloga Guila Sosman. Si no se puede, hay otras formas, dice. “Es importante en primera instancia poder contarlo a personas significativas que puedan apoyar, acompañar y reconocer en el otro, esta experiencia de sufrimiento. Luego, se puede trabajar con la narrativa. Se habla harto de pasar desde la narrativa de ser víctima, que es importante y que existe en un primer minuto, a la narrativa de superación, de poder mirar el hecho como una etapa superada, habiendo seguido con la vida, siempre que sean acompañadas de terceros significativos porque sino caemos nuevamente en el peso de responsabilizar a la víctima”, asevera.
Como parte de su proceso reparatorio, Yeniffer decidió ser madre, perdonar y perdonarse. Y si bien el nacimiento de su hijo trajo consigo mucha alegría y amor, también sintió cómo se volvía a bloquear y retrocedía. Y es que necesitaba seguir sanando conscientemente su herida con terapia y acciones reparatorias, como cuando en 2019 se atrevió a denunciar a su violador o cuando, hace muy poco, decidió contarle a su madrina, que ha sido como su verdadera madre, dice. “Para mí, lo verdaderamente terapéutico ha sido poder contarlo, pero ya no como una víctima, con mucho dolor sí, con mucha pena, pero sin la angustia de la culpa”.