Para la traductora Macarena Álvarez, de 38 años, la niñez y adolescencia fueron años muy duros. No por contextos familiares, no por problemas económicos, no por abusos ni otras tragedias; por el simple hecho de ir al colegio. Por una condición hormonal llamada hirsutismo, que la hace producir más vello que el común de las mujeres, sus compañeros de clase le hicieron la vida imposible. Desde que tiene recuerdos que la acosaban llamándola fea o ‘cara de mono’, algo que la aisló de los grupos sociales; no pertenecía a ningún círculo y no tenía casi amigos. Trataba de participar en actividades, de hacer cosas, pero nada le resultaba. “Era una niña triste, llegaba todos los días a llorar a mi casa”. Sus padres intentaron varias veces intervenir pero eso solo le causaba más conflictos con sus compañeros. Ya cuando cumplió 15 años su autoestima estaba por el suelo y comenzó a tener síntomas físicos, como crisis de pánico y colon irritable. El último año, poco antes de graduarse, uno de sus compañeros hizo una caricatura de ella, la dibujó como un mono y la repartió por toda la clase; fue el broche de oro de su experiencia escolar. Decidió iniciar una nueva etapa al salir del colegio, liberarse de esos fantasmas, pero las secuelas que el bullying había dejado en ella la acompañarían años y aún están presentes en su adultez.

“Durante la etapa escolar las personas víctimas de bullying, a nivel de salud mental, presentan miedo y ansiedad, viven con inseguridad y falta de confianza en sí mismos, además de un mayor aislamiento o rechazo social”, dice Helga Delgado, psicóloga clínica de grupo Asocia, especialista en este tema. “Los estudios a su vez lo vinculan con efectos a distintos niveles, desde físicos y psicosomáticos. Esto tiene mucho impacto en la paulatina formación de la identidad y en el tiempo puede interferir en el desarrollo socioemocional o integral de la persona a corto, mediano o largo plazo. En general las personas luego en la adultez manifiestan sentirse más inseguras, dependientes, ansiosas, con dificultad para sentirse cómodos o satisfechos en sus relaciones, temor, culpa. Todo ello puede afectar al modo con que percibimos o nos vinculamos con los otros, en los distintos ámbitos en los que se desenvuelve una persona.”

Falta de autoestima, inseguridad, fracaso laboral, pocas relaciones afectivas y tendencia a relaciones abusivas son algunas de las consecuencias más comunes que persisten en la adultez al haber sufrido de bullying escolar. Según un estudio publicado en el American Journal of Psychiatry, pueden también tener tendencia a la depresión y pensamientos suicidas, afectar en la salud física, cognitiva y mental, e incluso repercutir económicamente en la adultez, ya que tienen menor acceso a la educación superior y presentan una importante brecha salarial respecto a quienes no sufrieron de bullying. Las consecuencias que detalla Macarena van por esa línea: “Estoy a poco de cumplir 40 años y sigo siendo tremendamente insegura. Siempre me he sentido fea porque me lo dijeron desde niña y eso quedó muy marcado en mí, ya ni intento sentirme bonita. En términos profesionales también me afectó, el hecho de haber estado tan aislada socialmente hizo que tuviera una adolescencia tardía, mi primer pololo y fiestas las viví en la universidad, era muy inmadura y eso afectó mi desempeño en mi carrera y luego en lo laboral”. Otra de las consecuencias que detalla Macarena tiene que ver con cómo se desarrollan los vínculos en la adultez: “En la relaciones sufrí mucho maltrato porque nunca me consideraba suficiente. Trataba de agradarle al otro por miedo a que me rechazaran, porque esa fue siempre la tónica de mi vida”. Al respecto, Helga dice que es importante tener en cuenta y ser conscientes de que estos modos de vinculación que se dan en situaciones de abuso pueden generar que las personas tiendan a repetir de modo inconsciente algunas de las características o posiciones que se adoptan en la desigual relación que existe en el abuso. “Les resulta más difícil poner límites a los otros en sus relaciones laborales, de amistad o pareja de forma que en ocasiones pueden rememorarse sentimientos de inseguridad, ansiedad o temor”.

¿Cómo se superan estas marcas?

“Con mucha terapia y meditación”, dice Macarena. “Con los años aprendí que lo único que me tiene que importar es la gente que me quiere, nada más. Los sentimientos negativos que la gente tiene de mí no son problema mío sino de quien los dice”. Para Helga, la sociedad tiene que empezar de manera urgente a darle importancia a la salud mental para superar estos traumas. “Hay que deconstruir viejas concepciones asociadas a la psicología y la salud mental, comúnmente asociadas a la patología o la enfermedad. Abrirse e informarse acerca de la diversidad de alternativas terapéuticas, metodologías y su enriquecimiento no sólo a nivel individual asistiendo a una psicoterapia, sino que también mantener su incorporación, promoción y prevención a nivel institucional y comunitario”.

Hoy, a pocos meses de la celebración de los 20 años de haberse graduado de su colegio, Macarena aún duda si reencontrarse o no con sus compañeros. “Estamos en un chat todos juntos y hace poco comenté ahí lo que había sufrido. Ninguno de los que me acosaron dijo nada. No les guardo rencor ni rabia, pero tampoco los he podido perdonar; es un sentimiento que no tengo claro. Algunos me dicen que vaya, como una de forma de sanar, pero no estoy segura todavía si estoy lista”.