Hace veinte años Irene Díaz (37) tuvo a su primer hijo. Apenas compartió la noticia de su embarazo, su mamá le dejó claro que ella no criaría de nuevo y que le tocaba a ella hacerse cargo. Irene entendió, pues sabía que era su decisión traer un hijo al mundo y no de la de su mamá. Pero hacerlo y dedicarse a la crianza significaba un costo difícil: debía pausar su vida escolar, universitaria y laboral para criarlo. Los meses pasaron, su vientre comenzaba a abultarse y su mamá, Sonia Moraga (66) se encariñaba cada vez más con la idea de ese primer nieto que revolucionaría su vida. Tanto así, que cuando nació, Sonia dejó su trabajo de cuidadora de ancianos para dedicarse a cuidar a su nieto, pero no gratis. Irene debía pagarle, como un trabajo más.

“Cuando mi mamá me dijo que tenía que pagarle por el cuidado de mi hijo no fue ninguna sorpresa. Tenía claro que si ella se dedicaba a cuidarlo a él, debía dejar su trabajo externo, entonces parecía evidente y lo más justo. En esa época, hace 20 años y cuando mi bebé tenía un año, le pagaba 100 mil pesos desde mi sueldo, que no era para nada alto tampoco y le daba toda la pensión de alimentos que su papá biológico depositaba mes a mes. Lo hacía así porque quería hacerle la vida un poco más fácil, sobre todo considerando que era ella la que se encargaba del pago de las cuentas y la distribución de la mercadería de la casa donde vivíamos todos. No quería que mi mamá sintiera que tenía que gastar de su bolsillo para criar a mi hijo.

En esa época, además de trabajar empecé a carretear para recuperar todo lo que no había vivido cuando más chica, cuando pololeaba con el papá de mi hijo. Salía, llegaba tarde a la casa y me aprovechaba de que mi mamá lo cuidaba. Claro, le pagaba, pero me aprovechaba de su tiempo y disponibilidad. Eso ahora se repite con una de mis hermanas –que tiene a su hijo al cuidado de su madre– y yo ahora lo entiendo, que estoy más vieja, que tengo más responsabilidades y que me hago cargo completamente de la crianza de mi hijo más chico, de 5 años. Ahora entiendo por todo lo que pasó mi mamá; lo difícil que es criar y entiendo que fue un aprovechamiento de mi parte. Mi mamá ha estado siempre conmigo en todo. Es una mamá excepcional, me siento muy orgullosa de ella. Ahora la admiro mucho más”, reconoce Irene.

También dice que le da pena verla ahora, que está más viejita, está cansada, que a lo mejor debería tener tiempo para ella y no puede porque tiene que cuidar a sus sobrinos. “Y es complicado, porque también me pongo en el lugar de mi otra hermana, que trabaja todo el día por salir adelante, pero la verdad que ser abuela así, como a la fuerza, de repente es muy triste. Siempre está primero el amor, el cariño y ese compromiso familiar. Ella dice que no los dejaría por ningún motivo porque los ama, pero eso conlleva en este caso dejarse de lado como mujer, postergarse. Y esa es la situación en la que veo que está, pese a lo enriquecedora que puede ser para ella la dicha de terminar de criarlos”.

Criar de nuevo, 40 años después

Hoy son las dos hermanas menores de Irene –ambas recientemente separadas de sus parejas– las que repiten con su mamá la misma dinámica de cuidados con sus hijos de 12 y 13 años. Sin embargo, Sonia está mas vieja y a pesar de amar a sus nietos profundamente, dice que ya no se puede la carga mental y física que significa la crianza. A pesar de que ambas tienen un acuerdo económico con ella –que por otro lado hoy es fundamental para muchas mujeres mayores a las que no les alcanza para vivir con su pensión–, Sonia reconoce que ha sido todo un desafío por el esfuerzo físico y la carga mental que esto conlleva. Hoy se cuestiona si es lo más sabio mantener este acuerdo familiar en pos de que no los cuide un extraño. Un acuerdo que sabe que la hace perder su valiosa independencia.

“Mi edad y enfermedad a la columna hacen que ya no tenga la misma energía que hace unos años atrás, como cuando crié a mi primer nieto. Tampoco tengo la misma paciencia. Cuando me operaron de la columna por una hernia lumbar hubo un tiempo en que prácticamente no podía hacer nada. Si bien es cierto que ahora estoy mucho mejor después de mi operación, no me puedo agachar ni puedo hacer fuerzas, y ellos a pesar de tener 12 y 13 años siguen siendo niños, requieren la misma cantidad de tiempo y cuidados. Y son niños modernos que pasan con el teléfono y no cooperan en nada dentro de la casa. Por eso, sus costumbres en comparación a mis tiempos me hacen difícil tolerar la situación. El nivel de estrés que se produce a veces es tanto físico como mental.

Llevar la carga mental de la crianza de dos adolescentes es muy difícil y agotador. Es difícil ponerse en el lugar de ellos para mi. Soy más a la antigua y hay cosas con las que no estoy de acuerdo, pero ellos tienen a sus mamás, que los criaron de otra forma, y sus ideales claros, por lo que a veces la opinión de la abuela pasa por alto. Sé que están en mi casa, pero por no crear conflictos una prefiere no decir nada. No me siento capaz física y anímicamente de cuidar niños todos los días, pero tengo que hacerlo porque hay un lazo importante que no me permitiría dejarlos en manos de un extraño”, reconoce Sonia.

Y es que –como muchos otros– este sigue siendo un tema tabú. Antes las abuelas simplemente cuidaban, muchas veces sin un pago de por medio, y por supuesto que sin cuestionamientos. Era lo que les tocaba. Hoy, más mujeres como Sonia son conscientes de que esta es una tarea que tiene un rol fundamental en la sociedad y por lo tanto se debe visibilizar y darle importancia que merece. Y los recursos también. Si eso no ocurre, las mujeres, abuelas, aunque haya un pago de por medio, se seguirán sintiendo con la obligación de cumplir ciertos roles “por amor”. Porque no es un conflicto al que se enfrenten los abuelos, por lo general son sólo las abuelas. Y es importante mostrarlo, para que encuentren los apoyos necesarios para que ese cuidado no se transforme en un peso que no pueden sostener.

“No lo veo como una obligación directamente, pero me siento comprometida. Me siento entre la espada y la pared respecto a esta decisión, porque por un lado no me gustaría que los cuide un extraño y entiendo que sus mamás tengan que trabajar, pero por otro, ya no me siento tan capaz de cuidarlos y disfrutarlos. Por mi salud sí dejaría de hacerlo. A veces siento que ese momento puede llegar más temprano que tarde porque cada día me siento menos capacitada para estar a cargo de ellos. Nunca he explotado, pero quizá ese estrés que una va guardando la lleva a adquirir enfermedades que afectan el sistema nervioso. No sólo las diferencias con los nietos, sino que hay una familia numerosa y cuando una es la cabeza de la familia es difícil llevar la carga”, concluye Sonia.

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