Lecciones de Taylor Swift: Ser tú misma es una revolución

Taylor Swift Paula



En el año que muchos consideramos como perdido e improductivo, en el que no concretamos nada de lo que teníamos planeado hacer, la cantante estadounidense Taylor Swift lanzó un documental en Netflix, dos álbumes exitosos y un especial para Disney+. No solo hizo que me cuestionara mis elecciones y las pocas cosas que logré en estos meses, sino que además me hizo pensar por qué alguien que por lo general se demora uno o dos años en estrenar un nuevo trabajo y que constantemente lucha bajo el escrutinio público -no solo de lo que presenta, sino que de su vida privada-, funcionó con tanta comodidad y naturalidad en un año de encierro y soledad.

Y creo que con los días lo entendí. El encierro, la cuarentena, el distanciamiento y todo lo malo u obligatorio de este año nos permitió dejar de fingir, aparentar, de ser quien se espera que seamos. Mucho se ha hablado de la moda y de cómo dejamos de vestirnos con aquello que nos incomodaba o que usábamos porque creíamos que teníamos que hacerlo. Se supo del caso de la marca de buzos Entirewear, que ya en marzo estaba vendiendo un 662% más de lo habitual. A nivel nacional, en tanto, las tiendas de Instagram se inundaron de ofertas de “joggers” y pijamas de lujo, especiales para pasar las indeterminadas semanas al interior del departamento.

Divertido fue lo que pasó con el maquillaje. Más allá del mito o del meme, se esperaba que las mujeres nos maquilláramos para que otro nos viera y admirara por ello, pero fueron muchos y muchas quienes compartieron fotos del interior de sus mascarillas con marcas de labial o de base. Hay quienes incluso se atrevieron a innovar, aplicando técnicas que jamás hubieran usado en público. Y resultó que nos maquillábamos para nosotras mismas.

Lo mismo ocurrió en aquellos trabajos donde se prioriza el cumplir metas, terminar tareas o enviar artículos (como el caso de los periodistas de medios). Por mucho tiempo, quizás durante toda una vida profesional, nos aseguramos de cumplir con horarios: llegar temprano en la mañana y, bajo ningún concepto, ser los primeros en retirarse, pese a que el trabajo del día haya estado entregado. Siempre se podía avanzar o hacer algo más, aunque en la mayoría de los casos esto significaba actualizar sitios de noticia, hacer quizzes o revisar Twitter.

Esta malformación del horario hizo que nos volviéramos menos eficientes y nos enfocáramos en cumplir con el esquema temporal: ni más ni menos. Pero cuando no tienes que justificar que te hayas atrasado porque paró el metro o porque hubo un accidente, puedes ajustar tu trabajo a los horarios en los que te acomoda trabajar. Quizás para ti es más cómodo avanzar a la hora de almuerzo y prefieres tomarte una hora a media mañana o quizás en la tarde. Quizás la inspiración aparece cuando no se siente una presión para estar inspirada.

Y creo que eso es lo que le pasó a Taylor Swift. Este año iba a estrenar un documental para Netflix y Sundance, re grabar sus primeros seis discos y posiblemente partir una gira limitada para la promoción de su último álbum, Lover. El documental salió sin problemas el 31 de enero y hasta ahí llegó la normalidad. El Covid-19 se convirtió en el invitado no deseado que arruinó los planes de todo el mundo, y con ello terminó con cualquier posibilidad de hacer una gira.

Desde la noche del 17 de julio de 2016 no se sabe demasiado sobre la vida privada de Taylor Swift, porque fue ahí cuando su famosa pelea con la madre de todas las influencers, Kim Kardashian, llegó a su punto culmine. Se volvió una persona más recluida y su cuenta de Instagram dejó de ser un medio de comunicación fluido con fans y detractores, y cada paso se volvió calculado y cuidado. Nada se comunicaba sin querer, nada por error.

Y así se ha mantenido con los años, pese a los lanzamientos de los discos Reputation (2017) y Lover (2019). Álbumes que fueron bien recibidos por sus seguidoras, no tanto por la crítica, pero que daban cuenta de un personaje, de lo que se esperaba de ella.

Hasta que llegó 2020, el año que lo cambió todo. En el documental Miss Americana, así como en las distintas entregas de premios a las que asistió en las semanas prepandémicas, lo deja claro: Ya no iba a ser quién esperaban que fuera, sino que iba a ser ella misma. El problema es que el Coronavirus llegó y nos quedamos con la idea de que iba a ser difícil ver quién era esta nueva versión de Taylor Swift hasta, al menos, el próximo año. O eso creíamos.

La mañana del 23 de julio amanecimos con el anuncio de un octavo disco, Folklore, que sería estrenado en todas las plataformas digitales esa misma noche. Si bien eso fue una sorpresa, escucharlo fue una aún mayor. Y lo mismo pasó cuando en diciembre anunció el lanzamiento de un disco “hermana”, Evermore.

Durante gran parte de su carrera, Taylor Swift ha tratado de “evolucionar” del country, que es donde partió. Aunque nunca ha mirado en menos al género, sí ha sentido la necesidad de explorar otras áreas, principalmente el pop, para ser aprobada como una artista completa, alguien que no se encasilla. Una exigencia que rara vez ha recaído sobre otros.

Y en el pop triunfó; con el disco 1989 llegó una nueva oleada de seguidores que empezaron a descubrir su música, y pareciera que se iba a quedar ahí para siempre. Y quizás lo hubiera hecho si no hubiera sido por la pandemia y por la obligación de aislarse. Sí, lo hizo en compañía de su novio y en una de sus propiedades, por lo que no fue una cuarentena como la del común de los mortales, pero sí que fue un periodo de creación y de libertad.

Escribió sobre historias que no eran suyas, sobre amores imaginarios y personajes ficticios. Se asoció con sus amigos de siempre, pero también con artistas a los que admira y compuso música que se siente nueva y única, pero que al mismo tiempo nos lleva a sus primeros discos. Es como si Swift hubiera dado la vuelta al mundo y estuviera de regreso en Tennessee con las botas vaqueras puestas y una década de madurez encima. Como si ya no quisiera encajar en un género musical con exponentes que llevan 20 años haciendo lo mismo -y haciéndolo bien-, sino que reinventando las normas y reescribiendo los parámetros.

Porque dejó de importarle cómo tenía que ser, para ser quien es realmente. Y creo que cuando anunció, a comienzos de este año, que iba a ser ella misma, ni ella estaba tan segura de quien era esa persona hasta que se vio encerrada y la tuvo al frente. Fue eso lo que nos pasó también a nosotras.

Dejamos de ver a quienes veíamos por cumplir y por meses no tuvimos que transformarnos en otra persona para encajar con lo que se esperaba. Así fue como renacimos -o estamos renaciendo- en eso que siempre debimos ser, en eso que quizás habíamos perdido con la costumbre: nosotras mismas.

Comenta

Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.