En el lenguaje español existe algo denominado como masculino genérico, que implica que "todos" se refiera tanto a mujeres como a hombres. Es en esta decisión –convertida académicamente en consenso–, donde muchas feministas han detectado la perpetuación de una inequidad histórica que tiene que cambiar. "Ocurre que todos no somos todas", dice la periodista y editora Camila González. "Todos tampoco incluye a quienes no se identifican como hombres ni mujeres, porque el lenguaje español tradicional no incluye a la diversidad de identidades que se encuentran en los seres humanos". Para ella, en el lenguaje las mujeres estamos en una posición inferior a la de los hombres.
"Es verdad que el lenguaje es sexista, porque la sociedad también lo es", suele decir la escritora Rosa Montero cuando le preguntan si la lengua española invisibiliza a la figura femenina. La misma Montero lo sabe porque ha sido marginada de la RAE no sólo como académica y especialista, sino que también como mujer. Aunque ha sido candidata varias veces, la Real Academia nunca le ha dado un sillón con su nombre. Y es que en más de tres siglos de existencia sólo once mujeres han sido parte oficial de la institución que vela por "darle esplendor" a nuestra lengua.
"El tema está en la sociedad y no en la academia ni en los diccionarios", dijo la directora de la Academia Chilena de la Lengua, Adriana Valdés, cuando asumió su puesto. Y aunque ha insistido púbicamente en que ella llegó ahí por su trayectoria y no por su género, la ensayista, crítica y traductora es la primera mujer en ocupar ese puesto en 133 años.
El debate respecto al tema se ha dado en una sociedad que se transforma y en la que últimamente se han abierto cada vez más espacios institucionales para las mujeres, pero, aunque las normas gramaticales, ortográficas y léxicas también se han ido modificando, pareciera que lo hacen a otro ritmo. Y con otro foco, en donde la igualdad de género no ha sido prioridad. Youtubero, tuit y guasap, por ejemplo, fueron aceptadas como correctas por la RAE el año 2018 en su Libro de estilo de la lengua española según la norma hispánica. Pero las variaciones gramaticales inclusivas que buscan darle una visualidad a la mujer fueron rechazadas. La razón: innecesarias.
Aunque el lenguaje inclusivo crece en el habla cotidiano y académico (sólo en Buenos Aires ya hay siete universidades, incluida la UBA, que lo aceptan en presentaciones orales y escritas, incluso exámenes y tesis, en varias de sus facultades) la norma mundial sigue siendo la RAE. Y el libro que dice que "el masculino, por ser el no marcado, puede abarcar el femenino en ciertos contextos", se transformó en menos de 24 horas en el más comprado en Amazon. Este es un mensaje claro para las más de quinientas setenta millones de personas que hablan español en el mundo, de las cuales 65 millones consultan mensualmente el diccionario online de la RAE.
El lenguaje formal, además de responder a las normas de la academia, es también el que se usa en discursos para abarcar una audiencia amplia, y por lo mismo es el lenguaje con el que se hace política. El tema es que en política estar invisibilizadas es lo mismo que no estar. "Lo que no se nombra no existe", dice Jessica González, directora del Centro de Liderazgo de ComunidadMujer. "Históricamente las mujeres no hemos estado nombradas ni en la palabra ni en la acción. Hemos sido marginadas en la construcción de la realidad y por lo tanto de los grandes paradigmas del conocimiento", agrega.
En español una mujer puede ser madre de diez hijos aunque nueve sean mujeres y sólo uno hombre. "Al no tener un neutro, como ocurre en el inglés, hay una mayor tendencia a tener concepciones binarias de las personas", dice la historiadora María José Cumplido, quien cuenta que cuando se redactó por primera vez la ley de votación en nuestro país, en 1810, esta decía que podían votar los ciudadanos chilenos mayores de 18 años. "Un grupo de mujeres de San Felipe, excluidas de este derecho, se dio cuenta que en el idioma español el masculino genérico sí las incluía, por lo que fueron a votar ya que literalmente eran ciudadanos mayores de 18 años. Esto hizo que la ley se tuviera que volver a redactar, especificando que sólo los hombres mayores de 18 años calificaban como votantes".
Poner en duda las convenciones del lenguaje es una forma de cuestionar la estructura social y política. A diferencia del recién aprobado órgano constituyente que se creará paritariamente en nuestro país, el lenguaje no se trata exclusivamente de un tema de cupos. Atraviesa la forma para llegar al fondo de cómo vemos y entendemos nuestro mundo. Las 6.000 lenguas distintas que se hablan son también 6.000 visiones particulares. Y preguntarse por el lugar que ocupa la figura de la mujer en la herramienta que nos permite nombrar la realidad es, quizás, uno de los primeros ejercicios a los que debiéramos abocarnos. Esto si es que queremos cambiarla.
Nombrar algo es reconocerlo y simultáneamente crear un acuerdo con los demás, por eso las variaciones del lenguaje, sus cambios y adaptaciones, por mínimas que sean, pueden hacer una gran diferencia. Quienes hablamos español en un día despejado, decimos que el cielo es azul. O si somos más precisos, podemos hablar de celeste, pero para una persona que habla ruso, en cambio, el azul abre una serie de variantes entre los claros y los oscuros aprendidas desde la infancia. ¿Importa? En un estudio publicado en la revista de la National Academy of Sciences of the United States of America se comprobó que las personas que hablan ruso son capaces de discriminar e identificar tonos mucho más rápido que las personas que hablan inglés, por lo que un mismo día despejado, un ruso y un norteamericano que estén uno al lado del otro, pueden encontrarse bajo cielos de tonalidades distintos. Esto marca una diferencia en la experiencia.
En el español, al igual que en el francés y el alemán, se les asignan géneros a los objetos inanimados. Según Guy Deutscher, profesor de la Universidad de Manchester, esto nos "obliga a ver estos objetos como a hombres o mujeres". Un clásico ejemplo es el estudio sicológico realizado en los '90 donde se contraponían los valores asociados a las palabras puente o reloj, que en alemán son femeninos pero en español son masculinos. Los hablantes de español sometidos al estudio asociaban puente y reloj a conceptos como fortaleza y precisión, mientras los alemanes los veían como objetos esbeltos y elegantes.
"Los hábitos mentales que nuestra cultura nos ha inculcado desde la infancia configuran nuestra orientación en el mundo y nuestras respuestas emocionales a los objetos que encontramos", dice Deutscher. "Por esto sus consecuencias probablemente van mucho más allá de lo que se ha demostrado experimentalmente hasta ahora y posiblemente tengan un gran impacto en nuestras creencias, valores e ideologías".
"El lenguaje es poder", dice Jessica González de ComunidadMujer. "Por ejemplo, es una demostración de supremacía de un pueblo sobre otro; la prohibición de hablar la propia lengua en situaciones de invasión y dominación de las naciones. En igual sentido, se establece una supremacía de los hombres y lo masculino por sobre las mujeres y lo femenino, ya que nos estructura, definiendo una concepción del mundo y las relaciones que se dan. Nos podríamos preguntar cuál es el lugar y valor social que tenemos las mujeres, si no somos nombradas o se te nombra en relación a un hombre. Esto sin duda define una relación de dominación y subordinación".
"La condición de género no marcado que tiene el masculino sea trasunto de la prevalencia ancestral de patrones masculinistas", escribió el experto en lexicografía histórica y en historia de la lengua española Pedro Álvarez de Miranda en una columna sobre el tema. Pero esto no está escrito en piedra. En algún momento de la historia se tomó la decisión de que el pronombre masculino incluyera al femenino y esa decisión no fue arbitraria. Habla de una preferencia, que ubica a un género por sobre otro y que por lo mismo se trata de un acto de dominación. De un acto político.
"La lengua es un sistema vivo, como el tejido dérmico; y responde al ser al que recubre. Quiero decir con esto que la lengua reproduce fielmente al cuerpo que hay debajo. Y las sociedades no son neutras, el mundo no es neutro, el pensamiento no es neutro, las palabras no son neutras. Una sociedad machista y patriarcal, como todas lo han sido durante milenios, construye un lenguaje patriarcal y machista", escribió en 1995 la escritora Rosa Montero, en una invitación para que la RAE se planteara el uso del lenguaje inclusivo.
La historiadora María José Cumplido coincide. "No hablamos como hablaba Cervantes en su época ni tampoco como hablábamos nosotros mismos en los '90. Por eso visibilizar a las mujeres en el lenguaje es un esfuerzo importante que podemos hacer. Existe una concepción, una idea de dónde me encuentro en el mundo, que debe estar presente en los discursos oficiales". Para Cumplido, el fin del lenguaje es que nos entendamos. Es por eso que cuestiona la ley de economía que rige las normas actuales. "En vez de hablar de pueblos originarios, hay que nombrarlos. Quizás agregar dos o tres palabras más, en vez de reducirnos, puede contribuir a que nos entendamos mejor".
Cumplido, como otras feministas, creen que utilizar el lenguaje de forma no sexista visibiliza a las mujeres y rompe los estereotipos que fomentan la desigualdad entre personas. "Creo en la importancia de la comunicación y me pregunto como periodista y comunicadora, cómo poner en común ciertos temas", dice Camila González. Si en los años noventa en los diarios se hablada de "crímenes pasionales" ahora sabemos que son femicidios. Lo mismo con la antes llamada violencia intrafamiliar, que se empezó a nombrar como violencia de género.
Como un esfuerzo por validar estos cambios, la ONU Mujeres tiene un manual para incluir a las mujeres en los discursos oficiales y políticas estatales. "Lo que hemos hecho es dar una serie de recomendaciones y estrategias para utilizar el lenguaje de una forma que no perpetúe los estereotipos de género y que sea más inclusiva, y las hemos agrupado en varias categorías, porque nos interesa la comunicación. Es decir, cómo usamos el lenguaje según la audiencia, el tipo del contexto de la comunicación, el tipo de texto o la comunicación oral", dice Ana García Álvarez, coordinadora de formación, divulgación y asuntos de género en el Departamento de Gestión de Conferencias.
Para Jessica González, de ComunidadMujer, este tipo de documentos son un gran aporte. "Pero también se requiere de un entrenamiento al respecto. Es como aprender un nuevo idioma; es fundamental la práctica y la comprensión del fenómeno, ya que permite tomar conciencia de la palabra dicha y su significado. Hay que visibilizar a las mujeres en el discurso, pero también cuestionar las desigualdades y reivindicar derechos. De lo contrario es palabra muerta, no tiene sentido. El cambio debe ser integral, especialmente en procesos educativos".
Para esto, hay quienes proponen el lenguaje inclusivo como una posibilidad de una redacción alternativa. "Hace más de un año comencé a utilizar el lenguaje inclusivo. En la oralidad el español tiene algo traicionero; decir todes suena raro o ridículo, pero se trata de un ejercicio de deconstrucción. Decir todes es una invitación a ser más empáticos y más conscientes de cómo nos comunicamos. El lenguaje tiene que estar a nuestro servicio y no al revés. Como tiene esa posibilidad emancipadora de hacernos consientes, tenemos que aprender a cuestionarlo y adaptarlo", dice Camila González.
Para la historiadora María Cumplido, la resistencia del cambio al lenguaje se explica por lo repentino y por la diversidad de conceptos y nuevas identidades que comienzan a aparecer súbitamente. "Es normal que esto produzca desconcierto, que alguien no entienda de inmediato. Pero el lenguaje nos ayuda a reconocer a los otros y ese reconocimiento apela a la dignidad. Por ejemplo, los nazis lo primero que hacían con sus prisioneros judíos era quitarles los nombres y asignarles un número para deshumanizarlos. Nombrar es reconocer a otro y validarlo. En ese sentido, el "ciudadanos y ciudadanas", que se conoce como desdoblamiento en el idioma, nos pone en el mismo lugar. Le da una realidad a la idea de que dos identidades sean iguales".
"Como un ser vivo el lenguaje va adaptándose y mutando. No podemos negar que el es una construcción brutal e importante, pero no por eso es fija, sino que puede cambiar", agrega la periodista Camila González. "Muchos de nuestros problemas de identidad se perpetúan a través del lenguaje. Pero también a través del lenguaje comienzan a solucionarse. Tenemos que educarnos, aprender y enseñar. Nombrarnos es reconocernos como personas legítimas. Nombrarnos nos da una dimensión política. Por lo mismo, en la sociedad y en la lengua tenemos que dejar de estar invisibilizadas para emerger con todo nuestro esplendor".