El momento exacto en que la psicóloga y coach Carolina Molina (@soycaromolina) decidió que ya no se teñiría más las canas, fue justo mientras se las estaba tiñendo: llevaba más de tres horas sentada en su peluquería habitual –a la que iba dos veces al mes– y aún le quedaban dos horas más de espera. Porque, aparte de las canas, Carolina también se decoloraba para ponerse tonos más rubios. Pero ese día no quiso más guerra. Y antes de terminar todo el procedimiento, se quitó la capa plástica, se paró con el papel de aluminio en la cabeza, y fue a caminar y a darse una vuelta a un banco cercano para aprovechar de hacer unos trámites: “No pude quedarme más sentada. La sensación interna que tuve fue que no podía permitir que esto me robara un minuto más de mi vida. No podía perder más tiempo en esto, solo por estar cubriendo algo que es absolutamente natural para una mujer de 40 años y por tratar de encajar dentro de lo que se ve bien en mi círculo”, dice hoy.
Esa fue la última vez que Carolina Molina se tiñó el pelo, y de eso ha pasado un año de “transición o liberación de canas”, nombre que se le ha dado a un fenómeno que ha ido tomando ribetes profundos e incluso feministas, porque no solo se trata de un cambio de look. Se trata, sobre todo, de rebelarse frente a patrones de belleza que se han impuesto históricamente al género femenino, que tienen que ver con ocultar el envejecimiento y tender a la belleza occidental y al pelo claro.
“En esa transición de canas, al final me liberaba yo también. Solté todas las canas al aire. Porque fue un acto de empoderamiento, de que te importe más lo que tú pienses de ti misma que lo que piensen otros, y también de asumir que envejecer no es una vergüenza, como nos han hecho creer”, dice esta coach, experta en bienestar financiero, quien se decidió a destapar sus canas frente a sus más de 70 mil seguidores en Instagram.
¿Y si no queremos teñirnos?
Culturalmente, las canas han tenido un trato distinto en hombres y mujeres: a los primeros no se les cuestiona –e incluso se asocia a una madurez atractiva– pero para las mujeres casi es sinónimo de descuidar la apariencia. Sin embargo, estas creencias comienzan a quedar cada vez más obsoletas. Por algo la revista Vogue publicaba en agosto pasado una completa guía de transición de canas y aseguraba que la pandemia y un cambio sísmico en la cultura estaba haciendo que muchas mujeres contemplaran esta opción. Por otro lado, famosas actrices lucen su cabello sin teñir, como Jane Fonda, Glenn Close, Jamie Lee Curtis o Andie Macdowell, la misma que protagonizó los clásicos comerciales publicitarios de tinturas. Y también en redes sociales hay quienes se animan a mostrar sus procesos, como las argentinas Natalia Borgoglio y Laura Pampin, quienes son referentes del tema con su cuenta @sisoncanas, y proponen desde métodos y tips de cuidado, hasta reflexiones que ahondan en las razones de querer comenzar la transición.
En Chile, la abogada Francisca Bravo hace poco abrió una cuenta en Instagram mostrando su proceso de transición de canas (@ruta_plateada), en la que ha ido contando su historia. “A mis 39 años sentí curiosidad de saber qué había bajo muchos años de tintura. No sabía cómo era realmente mi pelo ya que empecé a teñirme a los 23. Tampoco sabía si al dejarme de teñir mi pelo sería 100% blanco o quizá matizado. En mi círculo, es algo absolutamente tabú y raro permitirse ser canosa, y creé esta cuenta en Instagram como una comunidad; como una forma de acompañar a otras y acompañarme a mí”, cuenta.
Para Francisca también ha sido una liberación. Siempre sintió vergüenza por tener canas, las escondía, sufría cuando se comenzaba a ver la raíz blanca e incluso dejó de ir a lugares o se estresaba tratando de esconder la raíz con un spray para disimular la falta de tintura. “Esa vergüenza hoy la dejé de lado. No pido disculpas por ‘ser’ y eso es demasiado valioso. También pasa que hay muchas creencias asociadas a las canas, como verse desprolija o descuidada, verse mayor, verse fea, etc. Todas esas creencias las he vivido, no estoy libre de ellas, pero me las he cuestionado, las he revisado en mi mente, y he tratado de entender de dónde vienen”, dice.
Tampoco es un proceso fácil. “Lo más difícil ha sido toda la basura mental que traigo desde mis condicionamientos sociales estéticos asociados a la vejez. Porque efectivamente una mujer con canas se ve más vieja según todos los parámetros que tengo en mi cabeza”, comenta Carolina Molina, mientras que Francisca Bravo agrega que no ha sido sencillo acostumbrarse a ver su pelo de varios colores. “Muchos días me miro al espejo y me cuestiono para qué estoy haciendo esto, pero lo que me sostiene es al menos probar el resultado final, y luego desde ahí decidir cómo quiero llevar mi pelo”, añade. Pero lo más lindo, agrega, “ha sido darme cuenta de qué soy suficiente así, con lo que traigo de base, que es mi pelo y mi linaje canoso que honro. Porque finalmente este proceso que estoy viviendo con mi pelo no es más que un reflejo de cómo va emergiendo una voz, un liderazgo que tengo dentro, desde el ‘ser’ más que del ‘deber ser’”.