Lo primero que voy a confesar es que llegué tarde a Los Simpson, pero muy tarde. Esta serie debutó en la cadena FOX en 1987 y debido a su éxito, rápidamente comenzó a expandirse a los demás países, incluyendo Chile, donde fue transmitida por primera vez por Canal 13 en 1991, cuando yo tenía 9 años. La primera vez que la vi, tenía 15. A esas alturas mis compañeros de colegio ya habían visto casi todos los capítulos, tenían poleras con sus personajes y comentaban sus historias en más de alguna junta adolescente. Pero yo, aunque lo intenté un par de veces, reconozco que sin mucho esfuerzo, porque no pasaba de los 5 minutos, no lograba enganchar con la serie. Creo que había algo en la gráfica que se me hacía lejano o quizás simplemente tuve la mala suerte de intentarlo con capítulos que hasta hoy me parecen más fomes.
Por si alguien aun no la conoce –cuestión que dudo– esta serie de dibujos animados es una sátira de la sociedad estadounidense que narra la vida y el día a día de una familia de clase media de ese país, cuyos miembros son Homero, el papá; Marge, la mamá; y Bart, Lisa y Maggie Simpson, los tres hermanos en orden de edad. Una estructura familiar idéntica a la mía: soy la hermana del medio, tengo un hermano un año mayor y una hermana casi diez años menor.
Una tarde de invierno, mi hermano –muy Bart para sus cosas– ganó la pelea por el control remoto y como no podía salir por la lluvia, me quedé sentada al lado de él mirando unas revistas. De fondo en la tele un nuevo capítulo de Los Simpson. Fue justo en el que Lisa se vuelve vegetariana. La chica se hace amiga de un tierno cordero en una visita al zoológico de Springfield, la ciudad donde viven. Esa noche, a la hora de la cena, Lisa no puede comer los pedazos de cordero que le sirven y aunque Marge intenta ofrecerle otras opciones carnívoras, ella no deja de pensar en éstas sin imaginar al pequeño cordero. El episodio se inicia con la segregación que tenemos en nuestras mentes entre los animales y la carne, una cuestión que para mí, una adolescente en busca de identidad, ya se había transformado en una inquietud. Y esa identificación me hizo dejar las revistas a un lado y concentrarme en ese personaje que desde ese momento, se transformó en uno de mis favoritos.
Lo que más admiré de ella, en ese episodio en particular, fue la convicción con la que defendía sus ideales. Y es que a pesar de que todos en su familia comen carne y que su hermano y su papá se burlan de ella cantándole “no vives de ensaladas”, Lisa está convencida de que comer animales es cruel y desde ese día, nunca más lo vuelve a hacer.
Desde ese momento quise ver todos los capítulos, especialmente aquellos en que Lisa es la protagonista. La comencé a admirar y tuve mi polera con su dibujo también. Y aunque a esas alturas no lograba entenderlo así, Lisa Simpson es uno de los grandes personajes feministas de la historia de las caricaturas. Es distinta a las referentes femeninas que en ese momento estaba acostumbrada a ver, muy lejana a la chica popular de tantas otras series, y por eso la admiraba, porque yo tampoco lo era. Y lo mejor es que no es una chica perfecta, pero sí única.
Cómo olvidar el capítulo en que se frustra porque se da cuenta de que su muñeca Stacy Malibu –una parodia de la muñeca Barbie de Mattel– sólo dice frases como “vamos a maquillarnos para gustarle a los hombres”. Lisa decide ir a la fábrica para proponer una nueva versión que en vez de eso dijera “confía en ti misma y podrás lograr cualquier cosa”. Es de hecho el único capítulo de la serie que ya le mostré a mi hija de cinco años, fanática de las princesas. O el episodio en que en la escuela no dejan que las niñas tomen clases de matemática y Lisa se disfraza de hombre para lograrlo.
En medio de la ola feminista que vivimos, muchas ideas que vi en Lisa durante mi adolescencia actualmente suenan coherentes y casi normales, pero no hay que olvidar que la serie se comenzó a transmitir en los años ’90, cuando la marea del femenismo estaba en un retroceso. Por eso Lisa es un personaje que nos marcó a muchas y que ojalá siga marcando a muchas más. Porque nos enseña, por ejemplo, que las mujeres no somos rivales; porque odia los estereotipos, pero principalmente porque no tiene miedo a ser diferente y eso, para mí, es la base de la libertad.