La casa en que crecí aún existe y todavía la visito con frecuencia. Está en un cerro de Viña del Mar y actualmente solo vive allí mi mamá, pero esa fue la casa en la que mi hermana mayor y yo crecimos junto a mis dos papás y luego nos quedamos las tres mujeres de la familia cuando ellos se separaron. Hasta hoy tengo una conexión fuerte con mi casa de infancia y cuando estoy angustiada o preocupada por algo, sueño que entran a robar o que alguna amenaza la ronda.

Es una casa de dos pisos, tiene un patio pequeño y está al fondo de un pasaje. Es una construcción muy sencilla del año sesenta, y por fuera pareciera no tener nada especial, es casi como un rectángulo de concreto, muy austero; sin adornos ni elementos que llamen la atención. Sin embargo, por dentro era otra historia. Mi papá es arquitecto y a él y a mi mamá siempre les gustaron las antigüedades, así que el living estaba atiborrado de toda clase de objetos decorativos que compraban en ferias o traían de otros países.

En la Plaza O'Higgins de Valparaíso se instala hasta el día de hoy una feria de antigüedades que mis papás visitaban regularmente cuando mi hermana y yo éramos niñas en los años setenta. En ese tiempo era mucho más improvisada de lo que es ahora y era más bien gente que se reunía a vender objetos y muebles que tenían en sus propias casas, cosas que habían heredado de parientes o que simplemente habían encontrado por ahí y que ponían a la venta. En esa feria podías encontrar desde letreros antiguos y muebles, hasta manillas de puertas y cajoneras o adornos pequeños.

Por su trabajo, mi papá siempre tenía datos de demoliciones así que cuando se destruía un edificio antiguo, partían con mi mamá en el auto a ver si encontraban algo que pudiesen rescatar. Fue en uno de esos paseos que encontraron la antigua cocina de fierro que tenemos en el patio y que mi mamá convirtió en una especie de jardinera llena de plantas. O el enorme aparador de madera tallada que todavía está en la casa y que tuvieron que desarmar por partes porque no cabía completo en el auto. Recuerdo también una copa de mármol hecha para poner flores en una tumba y que mi papá le compró a un cuidador del cementerio para usarla como macetero para las plantas nuestro jardín.

Así mis papás fueron llenando nuestra casa de objetos que tenían cada uno su historia y que para mí eran como tesoros. Una de mis cosas favoritas de esa casa era que sobre uno de los muebles rescatados estaba la colección de figuras de vidrio. En la tarde les llegaba el sol del poniente que se reflejaba en ellos y se podían ver luces de miles de colores en todo el living.

Como el living estaba lleno de objetos decorativos era un espacio que no usábamos tanto a diario, sino que cuando venían visitas o en ocasiones especiales. Nuestra vida familiar transcurría en la sala de estar del segundo piso donde mi hermana y yo teníamos baúles con juguetes, estaba el televisor de la casa con un reproductor de VHS para ver películas y una pequeña mesa plegable para tomar once cuando llegaban mis papás del trabajo a la hora del té. Recuerdo que en esa época como niñas teníamos mucho tiempo libre porque las clases terminaban al medio día y después de que hacíamos las tareas, podíamos pasar toda la tarde jugando. En esa época en Viña era muy común que los niños salieran a jugar a la calle con amigos y vecinos desde pequeños. Yo recuerdo que a los siete años ya salía con mi hermana para juntarme con amigos del barrio, algo ahora que ahora como mamá me parece casi imposible de hacer con mis hijos porque vivimos en una ciudad más grande y también porque los tiempos han cambiado.

Hoy nuestra casa de Viña está igual, pero el barrio ya no es el mismo. Como en casi todas partes, se ha llenado de edificios de muchos pisos que concentran a mucha gente en pocos metros cuadrados. Los antiguos almacenes del sector ahora son panaderías gourmet o tiendas de conveniencia de esas que abren 24/7 y que venden un poco de todo. La familia también ha cambiado, han llegado nuevos integrantes y algunos nos hemos ido a vivir lejos. A pesar de eso, nuestra casa de infancia llena de objetos antiguos nos recibe a todos de vez en cuando y pareciera que volvemos el tiempo atrás.

Paloma Arellano (41) es viñamarina y actualmente vive en Santiago con sus dos hijos.