En la tercera temporada de la serie The Crown, se desarrolla la estremecedora historia de la avalancha de escombros que en 1966 enterró al pueblo minero Aberfan, en Gales. La catástrofe, considerada uno de los mayores desastres mineros del Reino Unido que cobró la vida de 144 personas, en su mayoría niños, tuvo también su repercusión en la Corona, afectando directamente la imagen pública de la reina. Pese a estar devastada con la noticia, Isabel II no logró derramar ni una sola lágrima. En el relato, incluso le pregunta con cierta envidia a su marido, Felipe de Edimburgo, si él había llorado cuando visitó el lugar de la tragedia, esperando cierta complicidad por su parte. Él le dice que sí se había conmovido en público.
Pese a que hay narraciones históricas que afirman que la reina Isabel II sí lloró en público una vez que visitó Aberfan (ocho días después de la tragedia), en el episodio, Olivia Coleman, quien interpreta a la reina en la serie de Netflix, es interpelada por el entonces primer ministro del Reino Unido, Harold Wilson para que asista al pueblo a entregar sus condolencias. Frente a esto, la reina responde: “¿Reconfortar a la gente? ¿Montar un show? La Corona no hace eso”. Más tarde, le confesaría al primer ministro que rara vez ha sido capaz de derramar una lágrima. Menos en público.
Viniendo de la monarca británica -reconocida por su apego, casi fanático, al protocolo, y por su estoicismo y frialdad-, no parece raro que mostrar sus emociones en púbico le cause tal incomodidad. Pero el llanto en público es un desafío para muchos, y es considerado en ciertos contextos, incluso, un acto inapropiado. Pero, ¿por qué nos incomoda tanto llorar en público?
“En nuestra sociedad, hay ciertas nociones aprendidas de cómo comportarnos, tanto a nivel público como privado. Estas se han ido transmitiendo de generación en generación, trayendo síntomas a nuestra cotidianidad y moldeando cómo nos sentimos frente a los otros. Estos acuerdos tácitos de nuestra cultura, a ratos, oprimen ciertos ámbitos de nuestras vidas, como la posibilidad de manifestar nuestras emociones, ya sea mostrarnos vulnerables o llorar en público, lo que termina siendo un acto ligado a la vergüenza”, comenta el psicólogo de la Universidad Diego Portales, Felipe Matamala.
En esta misma línea iba el planteamiento de Charles Darwin. El naturalista británico publicó en 1972 una obra titulada Expresión de las Emociones en los Animales y en el Hombre, donde postula que el hombre condiciona el llanto dependiendo de las relaciones sociales que establece, ya que en la cultura actual es mal visto que manifieste su dolor corporal o psíquico a través de alguna forma exterior evidenciada por el cuerpo. De esta forma, plantea que ciertas civilizaciones gradualmente han hecho desaparecer la costumbre del llanto a través de la cultura. Y, en cierta forma, lo celebra, ya que considera que “el llanto que se debe a angustias morales no tiene propósito”.
Ante esto, vale preguntarnos primero, ¿por qué lloramos? Puede resultar sencillo: porque estamos felices o tristes. Pero la explicación no es tan fácil y resulta sorprendente la escasez de datos concretos sobre una experiencia humana que pareciera ser tan fundamental o inherente a nuestra especie (siendo los únicos del reino animal con dicha característica) y que se viene estudiando hace miles de años. Según apunta Matamala, el acto de llorar tiene un propósito emocional. “El llanto es una expresión corporal que manifiesta nuestros sentimientos, emociones y pensamientos. Podemos llorar de alegría, pena o angustia. Muchas veces las condiciones para que se dé no las podemos controlar y, en ese sentido, nos podemos ver expuestos a situaciones en las que no podemos manejar nuestra pena y esta deriva en llanto”, dice.
“De repente, tenemos una tendencia a no expresar nuestro llanto porque creemos que vamos a incomodar a otra persona. Esa sensación solo provoca que vayamos restringiendo nuestras emociones por miedos inconscientes. También puede deberse a experiencias de vida de nuestra niñez o adolescencia, en las que expresamos emociones y la otra persona no nos quiso escuchar o no supo cómo contenernos. Entonces, muchas veces ocurre que expresamos nuestras emociones, en este caso el llanto, con miedo o pudor porque creemos que el otro no nos va a acoger o entender. Eso hace que muchas veces sea difícil expresar el llanto en público porque creemos que va a incomodar al otro más que a nosotros mismos”, agrega Matamala.
Cabe destacar que las lágrimas emocionales son químicamente diferentes a las lágrimas que se originan, por ejemplo, cuando se pica una cebolla. Esto podría, en parte, explicar por qué el llanto “emocional” manda una señal más fuerte a los demás. Concretamente, este tipo de lágrimas, además de enzimas, lípidos y electrolitos, contienen un alto porcentaje de proteínas. Este contenido provocaría que estas lágrimas sean más densas, adhiriendo con más fuerza a la piel, dejando visibles surcos.
“Llorar frente a otro grafica la posibilidad de que ese alguien nos pueda contener. En ese sentido, el hecho de llorar es también la demanda hacia otro a que nos escuche o nos acoja. No necesariamente que se haga cargo de nuestros problemas, pero que nos pueda sostener, incluso en silencio. Eso ya puede ser un trabajo a nivel de relación o de vínculo muy importante, tanto para quien expresa en la corporalidad del llanto, como para quien lo recibe”, dice Matamala.
En este sentido, la educadora de embarazo y doula, Kathy Mendias, relata en la charla TED El poder del llanto, su relación con las lágrimas. De pequeña sentía vergüenza y rechazo frente al llanto, dado que durante toda su infancia se lo invalidaron. “Llorar siempre estaba asociado a algo malo. Por suerte crecí, y cuando quedé embarazada por primera vez, el llanto adquirió un significado completamente distinto. Llevaba nueve meses de embarazo cuando, sentada en el sofá, empecé a sentir presión en mi pecho y tensión en mi garganta y me puse a llorar como nunca antes. No sabía por qué lloraba, y eso solo provocó que me sintiera más frustrada, y al final lloraba porque estaba llorando. En un minuto entró mi hermano y preguntó ‘¿qué te pasa?’, y yo le dije ‘nada, déjame sola’. Y eso fue lo que hizo. Cuando se fue, tan rápido como pudo, me dieron aún más ganas de llorar”.
Quizás, es la reacción del hermano de Mendias la que explica el miedo intrínseco que tenemos al enfrentarnos a la posibilidad de estallar en lágrimas frente a un otro: que este huya. Pero lo cierto es que este miedo se podría asociar a la sociedad en la que hemos crecido, donde prevalece la idea de ‘no incomodar’ o de ‘no mostrarse débil’.
Sin embargo, hay quienes postulan que tomarse la “molestia” de llorar, habla de que se es mentalmente más fuerte, porque sabes cuán terapéutico y sanador puede ser llorar cuando atraviesas por circunstancias emocionalmente complejas, y porque no te condicionas por las expectativas sociales ni le temes a lo que dirán. “Hablar sobre nuestras emociones es visto como algo muy privado. Pero poco a poco, nos hemos estado dando este espacio para pensar, reflexionar y hablar sobre cómo nos sentimos, de nuestras emociones y de asumir nuestras propias vulnerabilidades, con uno mismo y frente a los otros. Por ejemplo, ya no es raro recurrir a psicólogas o psicólogos como lo era antes. Este avance hace que de a poco dejemos de catalogar las emociones como positivas o negativas, y que podamos entender lo que nos pasa y por qué hacemos lo que hacemos, sin juzgarnos”, finaliza Matamala.
Asimismo, la recepción del otro es importante para que no se genere un vacío o la sensación de que se trata de algo inapropiado que no debería suceder. Muchas veces lo inadecuado lo es en función de la respuesta desde el miedo que tiene el otro, porque no sabe qué hacer o decir. Pero más que hacer o decir algo, la reacción del que presencia el llanto debiese darse desde la posibilidad de sostener y de ser un cobijo.
Muchas veces, incluso, contar lo que nos pasa no requiere de una respuesta, sino de la posibilidad de ser escuchados. Estar presente y corresponder (no necesariamente con palabras) es lo más importante para quien lo presencia, porque de lo contrario la persona que llora queda en un estado de fragilidad.