Llorar frente a los hijos
Hay muchas emociones que se pueden expresar a través del llanto. Mientras algunas personas lloran por emoción, otras lo hacen al sentir alegría, tristeza, rabia, desilusión, frustración o dolor. Y es que en general el llanto psíquico no es algo voluntario, es más bien un fenómeno que se produce como respuesta cerebral a un estímulo que nos genera un determinado sentimiento.
Cuando somos niños esta acción es recurrente. Es más, es la primera forma que tenemos los seres humanos de expresarnos, es el primer lenguaje que nos permite expresar nuestras necesidades.
A medida que vamos creciendo podemos ir manejando esta respuesta, siendo capaces, a veces, incluso de reprimirla. Ya con la adultez podemos ir perdiendo nuestra cercanía con la necesidad de llorar, nos puede avergonzar e incomodar, alejándonos de su sentido y beneficios; racionalizando las emociones que nos invitan a esta acción. Tanto, que podemos incluso escuchar a otros padres o madres decirle a sus hijos e hijas “no llores, no es para tanto”, “¿en serio vas a llorar por esto”, “no llores que me da pena a mi”, “ya pasó, deja de llorar”, “no puedes llorar así de exagerado”, “pareces niñitas llorando”, como si llorar fuese algo poco aceptado y que debe ser controlado. Asociándolo a la debilidad y a una conducta inapropiada.
A veces, los adultos, suponemos que por tener una determinada edad debemos comenzar a ser más prácticos y racionales, y comenzamos a abandonar nuestro propio mundo emocional y sus expresiones. Creemos que hay ciertas conductas que son inadecuadas y poco válidas para nuestra edad. Se entiende que gracias a nuestra experiencia adquirida podemos lograr una adecuada autorregulación y gestión de nuestras emociones, pero a veces podemos confundir esto con ser excesivamente controlados y reprimidos con nuestros sentimientos y la manera en que los expresamos.
¿Qué pasa cuando vemos llorar a una persona de risa? ¿Qué pasa cuando ves llorar a alguien de pena? Generalmente nos hace empatizar y conectarnos de manera más rápida, ponerle mayor atención y centrarnos en su necesidad. Algunos estudios holandeses han observado que luego de que una persona llora, tiene efectos positivos en su estado de ánimo, sintiendo mayor calma y tranquilidad.
El llorar frente a nuestros hijos e hijas permite que puedan observar y vivenciar que es necesario expresar nuestras emociones. Ayuda a que comiencen a comprender que todos tenemos formas distintas de demostrar nuestros sentimientos, generando respeto y empatía no solo frente al sentir, sino también a su expresión. Lo que más me gusta de resaltar sobre las implicancias positivas de que nuestros hijos nos vean llorar, es que puedan ir integrando que, a pesar de que somos adultos, las emociones y nuestro mundo interno son parte de nosotros, traspasándoles la idea de que todos podemos tener momentos de fragilidad, donde el ser fuerte no tiene relación con no sentir, sino al contrario, con asumir y validar lo que nos pasa. El que ellos y ellas puedan ver que somos capaces de demostrar lo que nos pasa a los demás, sin vergüenza, les da la oportunidad de aprender sobre la importancia de conectarse con su mundo emocional. Y les permite poner en práctica la empatía, ser capaces de vincularse con el sentimiento de ese otro que quieren.
Por otra parte, el vernos llorar también permite que se den cuenta que no todo es perfecto, que hay momentos complejos y difíciles los cuales debemos ser capaces de enfrentar con nuestras habilidades o pidiendo ayuda para salir adelante.
Todo esto, podríamos pensar que se lo podemos transmitir a través de nuestro relato y enseñanza, sin embargo, cuando vivencian la experiencia de ver a quien más quieren llorar, se logra generar en ellos un impacto emocional que los y las hace crecer. Vemos que los niños y niñas se quedan abrazando y cuidando a sus progenitores para que estén bien, teniendo la posibilidad de practicar acciones basadas en la compasión, creciendo como seres humanos y desplegando su amor, su capacidad de protección y empatía.
Es entendible que como padres y madres tengamos aprensiones y temor de que nuestros hijos e hijas puedan preocuparse de manera desmedida por nosotros si nos ven llorar o sufrir, sin embargo, para que esto no suceda es importante poder conversar y explicarles que todos podemos vernos enfrentados a momentos difíciles, dándoles la tranquilidad de que se pueden superar. Se tiene que tener precaución de compartir el contenido de nuestro pesar, pero eso no se debe confundir con que ellos no nos puedan ver llorar. Como he expuesto, al contrario de lo que podríamos pensar, el que nos vean llorar tiene beneficios para su crecimiento emocional. Por otra parte, el hecho de que puedan preocuparse o empatizar con el dolor del otro nunca va a ser negativo, no solo porque son capaces de ponerse en lugar de la otra persona, sino también porque comienzan a desplegar estrategias para manejar e integrar emociones displacenteras.
Josefina Montiel es psicóloga clínica. Instagram: @ps.josemontiel
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