Lo que hace llorar a Alison Mandel
La actriz y comediante, que debutó hace unas semanas con su primer stand-up en solitario, se gana la vida haciendo reír y está casada con el también comediante Pedro Ruminot, pero se confiesa una llorona sin remedio. Recibe el aplauso del público y llora. Termina un libro y llora. Ve un animal abandonado y llora. Sintoniza un matinal y llora. Se cansa de pelear y llora. Ve a Sofía Vergara en la serie Modern Family y llora. De pena, de risa y de rabia llora Alison Mandel.
Paula 1213. Sábado 19 de noviembre de 2016.
Una corriente de aire y los ojos de Alison Mandel se inyectan de lágrimas y se ven aún más azules y ella aún más niña buena de lo que dice que es. Hace unas semanas, a sala llena, debutó con su primer stand-up en solitario en el teatro Nescafé de las Artes. Ese material inédito, que comenzará a presentar en varias ciudades del país, será también parte del DVD que lanzará próximamente y que incluirá viejas rutinas.
Mandel es, con mayor o menor afinidad, parte de ese grupo de mujeres de 30 y sub-30 que se están parando sobre el escenario a relatar, con humor, el sentir de lo que otras comentan en un living, en un café, en un chat: la pareja o la soltería, los hijos o la ausencia de ellos, los hombres, el sexo, el trabajo, el cuerpo, las redes sociales, la actualidad. Todo es susceptible de ser llevado al terreno del stand-up pero, en el caso de Mandel, su sello es "hacer un contrapunto entre mi cara de inocente, de boba, de niñita, y las cosas aberrantes que digo. Es por eso que mi espectáculo se llama Brava", dice. La rutina nació como consecuencia de su participación en Minas al poder, el stand-up de mujeres de Chilevisión que le permitió volver a encantarse con el género y atreverse a hacer reír sola frente al público durante una hora. Y, aunque lo suyo es hacer sacar carcajadas, puertas adentro y puertas afuera Alison Mandel llora mucho y por todo. Y llorar es siempre un gran problema.
Alérgica a las lágrimas
"Lloro y apenas mis lágrimas tocan la piel de mi cara, de mis manos, de mis piernas, de cualquier parte de mi cuerpo, me pica, me duele y esa zona se pone roja por lo menos una hora y media. Parece que es por culpa de la sal de mis lágrimas. Entonces, no es llegar y ponerme a llorar, porque si lo hago pareciera que me hubiese pasado algo grave, que me hubiesen pegado. No puedo llorar y entrar a una reunión de trabajo. Aunque quiera llorar, muchas veces debo aguantarme".
Una guagua llorona
"Mi mamá me cuenta que, cuando nací, mi papá decía que había que devolverme porque me la pasaba llorando. Los dos coinciden en que jamás habían conocido a una guagua tan llorona. A mí las guaguas lloronas no me molestan. Si en un avión debo elegir entre una guagua llorona y un tipo que carraspea, prefiero a la guagua. Cuando mi mejor amiga tuvo a su hijo, él lloraba todo el día y a ella le dio una depresión post-parto. Yo iba a su casa a ayudarla, tomaba a la guagua y hacía sentadillas con ella en brazos. Así se callaba. Cuando ya no podía más paraba y volvía a llorar".
Llorar sobre el escenario
"Mi abuelo materno, Gabriel Maturana, fue actor y trabajó en el Jappening con Ja. De él aprendí la regla de que una función jamás se suspende. No lo hice cuando murió mi abuela paterna. Había llorado todo el día y estaba hinchada y roja. Tuve que subirme al escenario maquillada en exceso. Logré terminar la función aliviada, porque había pasado piola, hasta que Pedro, mi marido, se dirige al público diciendo que se sentía orgulloso de mí, porque había actuado a pesar de un día difícil. Exploté en llanto y lo odié".
Mi técnica para no llorar
"A los 13 años tuve una cita con un niño y fuimos al cine a ver no recuerdo qué película. La salida no prosperó, pero sí adopté para siempre una técnica que descubrí ese día para no llorar: aplaudir para centrar la atención en otra cosa. Estaba terminando la película, yo con ganas de llorar, y muerta de vergüenza me puse a aplaudir, de puro nerviosa. Desde entonces, si voy a ver un espectáculo cualquiera que puede sacarme lágrimas, me transformo en una foquita y aplaudo y aplaudo hasta que me duelen las manos. Así canalizo".
Aguantar cuatro meses el llanto
"Después de la actuación de Pedro en el Festival de Viña de febrero pasado, al otro día me puse a llorar sin parar. Fue una manera de descomprimir los cuatro meses de tensión que viví desde que él aceptó ir a Viña, preparó la rutina y la presentó. Esa noche yo estaba como un iceberg mirándolo en el público, pero cuando se acabó, fue un alivio. Es muy intenso ver a quien quieres tan expuesto, con todos opinando si lo hace bien o mal".
Por culpa de un libro
"En un avión, de regreso de Miami, venía leyendo el libro Ser feliz era esto, de Sacheri, la historia de la relación de un padre y su hija. Después de un largo retraso, el avión despegó y al mismo tiempo terminé la última página. Entre el miedo que me da volar y la emoción, me puse a llorar a mares. Pedro, que está acostumbrado a que llore por todo, me preguntaba '¿pero qué te pasa ahora?'. Yo le decía que el libro es tan lindo. Me quedé dormida y desperté con él llorando mientras lo leía".
Me desarma ver llorar a mi marido
"Si él llora sé que realmente está todo mal, porque no es de los que llora porque se acabaron las papas fritas. Desde que estamos juntos, hace cuatro años y medio, ha llorado por asuntos dolorosos. La primera vez fue por la muerte de su abuela, que era como su mamá. Después ha habido otras ocasiones. Vivir eso en pareja es también superar juntos una nueva crisis. Es bonito".
Una estrategia llamada "ponerse a llorar"
"Si te pones a llorar, ganas cualquier pelea, creo yo. Todos los hombres se rinden ante eso. No saben cómo reaccionar. Yo justifico esa arma. Me carga discutir y soy del tipo de persona que te va a dar la razón en todo con tal de no hacerlo. Si estoy en una pelea y veo que no tiene para cuándo acabar, llega un minuto en que creo que el cansancio podría provocarme ponerme a llorar para dar por terminada la conversación".
No me atrevo a llorar con mi mamá
"Me hace sentir demasiado mal provocarle un problema o un dolor, entonces simplemente frente a ella intento no llorar. Debe pensar que soy una roca y me ha dicho, si me ha pasado algo malo, 'mi amor, si quieres llorar, llora'. Pero no hay caso. No me permito que por mi culpa se ponga triste. Soy de protegerla".
Lágrimas de risa
"Pedro me hace reír en su faceta de no comediante. Tiene un grado de Asperger. El otro día con un grupo de amigos salimos a comer y alguien dijo en broma 'el Pedro paga'. Bueno, él realmente creía que tenía que pagar y me costó un montón de rato explicarle que no, que era un chiste, que no tenía que invitar él. Cosas como esas me pasan todo el tiempo y, además de tiernas, me hacen llorar de risa. Sofía Vergara en Modern Family también. Su acento y su estupidez me fascinan".
Mi gata Muamia
"Nada me saca más lágrimas de tristeza e indignación que un animal sufriendo. Soy cuidadora temporal de gatos y tengo una gata, Muamia, que me ha hecho llorar como nadie. La encontré hace siete años tirada en la calle, recién nacida. Perdió un ojo, tiene herpes y se le caen los dientes. Es arisca. Si le pasa algo me muero. Entiendo que va a morir antes que yo, pero quiero que lo haga tranquila y calentita en mi cama. No hace mucho tuve que llevarla a una clínica veterinaria donde, por un procedimiento de urgencia, tuvieron que anestesiarla. Me descompensé al punto de que la veterinaria me recomendó flores de Bach e ir al siquiatra. Mi mamá me tuvo que ir a buscar y, como ella no maneja, entre sollozos manejé hasta su casa".
Me protejo
"No soy capaz de ver las historias de la Teletón y soy absolutamente público objetivo de los casos de matinales o noticieros. Es cosa de que vea el testimonio de una mujer que necesita algo y den a conocer su cuenta corriente y no pasan ni 10 minutos y yo ya estoy depositando. Pedro me dice: 'basta, no puedes estar apadrinando todo'".
No lloro en terapia
"En la consulta de mi sicóloga es de los pocos lugares donde no lloro. Me explica por qué algo me afectó y ahí puedo entender que no se trata de ser tan sensible o tan sentimental. Ella les da un sentido a mis reacciones. En terapia, hace muy poco, aprendí a decir que no. Antes me era imposible".
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