Lo nuestro no empezó bien, pero hoy es perfecto
Con Pablo nos conocimos en la universidad. Nunca coincidimos mucho porque éramos de estilos diferentes, pero el día que se enteró de que había terminado una relación larga con un compañero, me habló por Facebook. Poco después, comenzamos una serie de encuentros tipo “amigos con ventaja”. Yo tenía 21 años y él 23. La química que teníamos nos sorprendió a ambos, pero, por hacerme la interesante, siempre le dije que no quería nada serio. Era un discurso que me imponía a mí misma.
La verdad es que había terminado con mi ex porque no quería pasar toda mi vida universitaria con la misma persona. Mi mamá siempre me decía: “prueba antes de quedarte con alguien”, y ya mi relación no me hacía sentido. Quería tener más experiencias, conocer a otros hombres, pero ese discurso chocaba con el de Pablo. A diferencia mía, él había tenido relaciones esporádicas por años y ahora buscaba algo serio.
Al poco andar, se dio cuenta de que eso no lo encontraría conmigo; me consideraba inmadura y, después de dos meses, me dijo que le gustaba otra chica y que quería conocerla mejor. No voy a negar que me dolió el ego y lloré algunas lágrimas, pero se me pasó rápido. Yo no estaba buscando empezar una relación altiro, y algo dentro de mí me decía que lo nuestro podría funcionar en el futuro. Incluso bromeé diciendo que en cinco años nos daríamos una oportunidad.
Él empezó a salir con la chica que me había mencionado. Me contaba lo enamorado y feliz que estaba, y yo genuinamente le deseaba lo mejor. A pesar de eso, cada vez que nos encontrábamos, había una tensión, un coqueteo natural entre nosotros. Llevaban cerca de un año juntos cuando él le fue infiel conmigo. Y volvió a pasar varias veces. Al tiempo, yo también empecé una relación, pero le fui infiel con Pablo. No me siento orgullosa, pero es parte de una historia que ya asumí. Jamás le conté a nadie sobre esto en esa época, me daba mucha vergüenza, pero fantaseaba pensando que teníamos una conexión tan especial, que Pablo sería el padre de mis hijos. A fin de cuentas, tenía el deseo de en algún momento formar una familia.
Los años pasaron, y nuestras relaciones de pareja terminaron con un día de diferencia, pura coincidencia. Seguíamos hablando, pero cada uno vivía su proceso. Seguíamos teniendo “citas”, nos contábamos cosas, pero siempre teníamos puntos de vista muy diferentes sobre la vida. Entre medio tuve otras relaciones y sufrí bastante, convencida de que lo malo que me sucedía era una suerte de castigo por haber sido amante, e infiel.
Ese mismo año tuve un accidente grave. Le avisé a Pablo, y me apoyó mucho. Siempre recordaré cómo me miró cuando vino a verme al hospital. Vi pena en sus ojos al verme destrozada (huesos rotos, cara golpeada) y a punto de entrar a una cirugía importante. Por primera vez, sentí que me tenía un verdadero cariño, más allá de la atracción física.
Con el tiempo, nuestras constantes diferencias de opinión se acrecentaron y empezaron a agotarme emocionalmente. Yo veía las relaciones de pareja como algo muy desechable, me sentía muy joven para embarcarme en algo a largo plazo. Lo cuestionaba por sufrir por su ex, porque para mí, los quiebres se tenían que dejar atrás y seguir la vida rápidamente. Nadie era tan importante. Él me criticaba diciendo que yo no sabía lo que era proyectarse, tener un plan de vida con una persona. Que nunca le daba seriedad a nada, y que eso era parte de mi inmadurez. Siempre me cargó que me hiciera sentir “cabra chica”. A nivel personal no teníamos nada en común. Una vez por estos mismos temas nos pusimos a pelear por teléfono, terminó diciéndome que no quería hablar más conmigo, que no me llamaría más. “Qué bueno”, le respondí. Colgué, tiré unas almohadas con rabia y decidí no buscarlo más.
Pasaron meses sin que habláramos, hasta que un día volvió a llamar. Se sinceró completamente: me confesó que siempre me había querido, pero nunca lo aceptó; dijo que la culpa por haberle sido infiel a su ex lo había confundido, pero que ya lo había superado. También me dijo que yo siempre le demostré buenos sentimientos y que lo agradecía y que nunca quiso ser sólo ser mi amigo, que quería algo serio, y que era ahora o nunca.
Pensé que este era –después de mucho– el momento de construir algo importante juntos. Le dije que sí. Ya habían pasado cinco años desde nuestro primer romance, tal como lo había “decretado”. Para entonces, entendía que el amor es una decisión diaria, y estaba dispuesta a elegirlo. Ya no me asustaba la proyección de pareja y me sentía preparada. Si no funcionaba, al menos lo habríamos intentado.
Al iniciar nuestra relación y profundizar en nuestras conversaciones, me confesó que la primera vez que estuvimos juntos tuvo una visión en la que se vio conmigo teniendo hijos. Sentí que todo empezaba a encajar, que esas sensaciones no eran solo mías, sino de ambos. Comenzamos un camino de redescubrirnos, y todo fluyó rápidamente. Pronto nos fuimos a vivir juntos y comenzamos una nueva historia.
Hoy, diez años después de aquella primera cita en su departamento, tenemos un hijo de dos años y una niña en camino. Decimos que nos “casamos” cuando compramos nuestra casa en conjunto; no nos interesa otro ritual. Hemos formado un equipo increíble y, de vez en cuando, alguno de los dos mira al otro y dice lo afortunados y felices que somos. Nos amamos profundamente, y espero estar con él por el resto de mis días.
Quizás nuestro inicio no fue perfecto, y está claro que en algún momento no tomamos las mejores decisiones, pero volvería a vivirlo todo para llegar a este presente. Ahora, cuando bromeo leyéndole la mano, le digo que lo nuestro “estaba escrito”.
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* Camila tiene 31 años y trabaja en el área agrícola. Si como ella tienes una historia de amor que contar, escríbenos a hola@paula.cl. ¡Queremos leerte!
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